FERIA DE FALLAS
Román o por qué los toreros también lloran
El valenciano sufre una terrorífica voltereta en el quinto toro de su encerrona y se sobrepone para abrir la puerta grande en el último
¿Quién es Javier Zulueta, el torero del que todos hablan?
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Iniciar sesiónEra el día en que un torero está dispuesto a morir seis veces. Era la tarde en la que hasta los ateos rezan a un dios. Era el domingo de Román Collado Gouinguenet, el hombre que soplará las velas de su 31 cumpleaños ... dentro de cinco lunas y que a punto estuvo de no hacerlo. Terrorífica la voltereta que sufrió en el quinto toro, con una caída sobre el cuello de esas en las que la silla de ruedas viaja a la mente antes que la ambulancia. Como aquella de Emilio de Justo, otra vez en una complicada encerrona...
Con su imborrable sonrisa y toda su simpatía a cuestas, a las 16.50 apareció Román en el patio de cuadrillas. De celeste y azabache, con un vestido inspirado en Manuel Granero. Siete minutos después se ajustaba la montera y ahora sí su gesto se ponía serio. El momento de la verdad se acercaba. Miraban el matador y las cuadrillas las banderas, que eran olas en el mar. Qué viento más incómodo. Y explosiva la ovación con la que los tendidos arroparon la gesta.
Cinqueño como casi toda la corrida era el primero, con el hierro del Parralejo. Genuflexo lo recibió Román, que tendría luego que pelear con Eolo mientras buscaba la ligazón en series de tela a rastras, que era como lo pedía el humillador Mandala y como lo exigía el viento. Por el zurdo disminuyó la intensidad y volvió al otro lado, con el animal ya más desfondado, antes de cazarlo al segundo intento.
Román, en vísperas de su encerrona: «Iba a decir que como sorpresa me iba a tirar en paracaídas, pero matar seis toros ya es bastante sorpresa»
Alicia P. VelardeEl matador valenciano habla con ABC a dos días de su gesta en la Feria de Fallas
Bautismo de indulto traía Sacacuartos, un galán de Fuente Ymbro costoso, con el que demostró su entrega y compromiso. Porque no era fácil dominar aquel exigente y enrazado animal, con el que Antonio Chacón se desmonteró tras un torerísimo par. Lo había saludado el de Benimaclet con dos largas cambiadas de rodillas y quiso manejar con variedad el capote, aunque la tela fucsia no sea su fuerte. Sacacuartos, encampanado siempre y con carbón, obedecía a los toques si se le enganchaba adelante. Acortando distancias, supo Román dejarle la muleta en la cara y tiró de agallas hasta someter la embestida en dos tandas de poderosa diestra y de enorme calado. Escalofriantes las bernadinas finales. Tras cazarlo de una estocada, se sentó en el estribo para aguardar la muerte mientras los espectadores buscaban los pañuelos de la oreja que estrenaba el marcador. Luego la cosa se desinflaría con uno de Pedraza, desentendido y ayuno de bravura, que brindó a los alcaldes de Madrid y Valencia.
Cárdena arrancó la segunda parte con el victorino Estufista, que empujó en un puyazo contrario y apuntó una prometedora (y engañosa) humillación. El Soro correspondió al brindis con una diana floreada en medio de un ambiente de optimismo que duraría poco: Estufista desarrolló sentido –midió tela– y Román no lo vio claro, por lo que optó por apostar en el siguiente.
Y a la puerta de chiqueros se marchó para dar la bienvenida a un tren de Domingo Hernández hecho cuesta arriba. Sorprendió cuando cogió los palos, con más voluntad que brillo. Con el animal aculado en tablas, citó desde lo medios a un rival cuya querencia era apretar hacia los adentros. Demasiado tiempo anduvo con Rimbombante, que le propinó un espantoso volteretón. Feísima la caída y un milagro que el hombre siguiera en pie. Con una brecha en la cabeza y un pitonazo en la taleguilla, regresó a la cara para sentir de nuevo el fuego del manso en la estocada. Qué paliza llevaba. Había preocupación en el graderío y en el callejón, con la memoria del protagonista ausente. Sobrecogida estaba la plaza mientras observaba el rostro de Román: caían las lágrimas por las mejillas del torero. Eran muchas las emociones contenidas por la epopeya que supone ya un reto en solitario. Sí, los hombres que matan seis toros también lloran. Y allí asomó el lado humano del héroe que se había atrevido con este reto en su décimo aniversario de alternativa. Cualquier mortal se hubiese marchado a la enfermería por posibles lesiones, pero Román dijo que ‘p’alante’.
Feria de Fallas
- Plaza de toros de Valencia. Domingo, 10 de marzo de 2024. Segunda de feria. Dos tercios de entrada. Toros, por este orden, del Parralejo, humillador; Fuente Ymbro, exigente; Pedraza de Yeltes, desentendido; Victorino Martín, complicado; Domingo Hernández, manso, y Algarra, noble. Bien presentados dentro de la desigualdad.
- Román, de celeste y azabache. En el primero, pinchazo y estocada (ovación). En el segundo, estocada trasera (oreja tras aviso). En el tercero, estocada atravesada y cuatro descabellos (silencio). En el cuarto, dos pinchazos, estocada corta y descabello (silencio). En el quinto, pinchazo y estocada (saludos). En el sexto, estocada atravesada y dos descabellos (oreja).
- Se desmonteraron Antonio Chacón y Ángel Otero.
Salió entonces el guapo y buen sexto algarra, que se dejó –aun sin humillar del todo– y le permitió desplegar una emotiva obra desde los templados lances rodilla en tierra a los ayudados últimos. Hasta la afición empujaba el acero y ni el verduguillo le privó del trofeo que inmortalizaría la foto de la puerta grande. Que era la de la felicidad a medias cuando Román, muy dolorido, dijo sentir calambres en las piernas y tuvo que dirigirse al hospital para realizarse un TAC. Los héroes también lloran; la piel de los toreros también sufre. Qué duras son las encerronas..
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