El profundo vuelo de Perera con Pelícano en una 'orejera' corrida de Fuente Ymbro

Traía este cuarto el bautismo de la fama y los laureles, la memoria de aquel Pelícano de 2008 que se llevó el premio Carriquiri. Fiel a lo que acostumbra, apenas lo señaló en varas para cuidar el extraordinario fondo que se adivinaba en sus 535 kilos. Con ambición de soldado raso y cabeza de veterano general de guerra, Perera se plantó de hinojos en una larga penitencia. Interminable prólogo en el que aguantó con los galones del valor de quilates. De banderillero venía vestido y de figura de oro acabó su tarde. Con generosidad concedió distancia al ejemplar de Ricardo Gallardo para que luciera su alegre vuelo. De brava clase, que para aguantar el poderío de Miguel Ángel hay que ser un gran toro. Por abajo lo exigió, con mando y templanza, con su don de reunir en un mismo muletazo el látigo y la seda, la rotundidad y la lenta hondura. Hubo muletazos profundos por ambos pitones, aunque el eco no era el suficiente, pues en las manos de los aplausos había bocatas con el trapío de Pamplona y en las gargantas de los oles se masticaba bacalao con tomate. El torero siguió a lo suyo y se metió entre los leños para coser ochos en distintas modalidades. Hasta abrochar por luquecinas. Cuando enterró la fulminante estocada, los bocadillos saltaron de las manos y el tomate del bacalao salpicó las camisetas blancas. De una tacada asomó por la presidencia el doble pañuelo. Se abrazaban el matador y el ganadero antes de la apoteósica vuelta al ruedo, que acabó siendo un himno al Osasuna: «¡Oe, oe!», coreaban.

Las dos orejas le habían pedido ya en el primero, aunque entonces el palco consideró que era de una. Despacito lo hizo todo Perera desde el saludo a la verónica. Holgazán pareció gustarle más al matador que a la cuadrilla, que pasó un mal rato con los palos por la mansa querencia. Ansioso estaba el pacense por coger la muleta: en el mismo platillo hincó las dos rodillas y trazó hasta tres cambiados por la espalda. Vibrante prólogo. Y de mente despejada toda su faena, en la que otorgó terreno de por medio al buen Holgazán -que metió la cara dentro de su contado empuje- y acortó distancias luego. Qué facilidad en ese juego de tiempos y querencias para evitar que el mansito se rajara. Pero al final, tras el broche de bernadinas milimétricas, cantó la gallina. Perera, sabedor de la importancia de la suerte suprema, se volcó hasta rodar por la arena del impacto.

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En volandas se marchó acompañado de Ginés Marín, que se inventó su puerta grande. Delicado su recibo al tercero, fino de cabos y corto de arrancada. Un 'tres en uno' improvisó en la apertura: genuflexo primero, rodilla en tierra después y con las dos postradas finalmente. A media altura, que era la de Vivales, se lo trajinó con facilidad. Como aquello no trepaba por la sosería del rival, recurrió al arrimón mirando a la galería, que andaba al abanico y al tinto. Y al «que te vote Txapote», el estribillo que lo peta en la feria. Sin embargo, cuando Ginés se perfiló para matar, todas las miradas apuntaron a su perfecta espada. Tanto que se anotó un trofeo. Dos excesivos -las cosas del señor de la chistera- se embolsó en el sexto, un toro medio que acabó brindando en sus toreras manos buenas embestidas cuando se apartó de los medios. Qué listo anduvo con las bernadinas postreras y en su letal acero.

Para Daniel Luque, técnico y con firmeza, fue el dúo más deslucido, sin gota de clase y casta. El de Gerena, que se llevó un seco pitonazo, se preguntaría por qué su estocada no valió la oreja que sí le sirvió a Ginés y que arruinó la fotografía de la felicidad completa y el triple triunfo. Puestos a dar y regalar, café para todos.