El Cordobés o la irreprimible fuerza del toreo: «Esto es un don que Dios me ha dado»
Sin que tuviera yo que confesarlo, le bastaron dos minutos para entender que no había sido, artísticamente hablando, de su capilla, y que pertenecía más bien al gremio de los aficionados «de pan y queso», los que, cuando se encuentran con la dinámica de la novedad y de la creación, «en un plato tan grande se pierden»
El Cordobés
Veo que Manuel Benítez 'El Cordobés', en el homenaje que su ciudad acaba de brindarle por el vigésimo año de su califato, y a pesar de los más de ochenta que tiene a cuestas, no ha perdido un ápice de la juventud de ... su espíritu y casi, podríamos decir, de su cuerpo. Así me apareció en el día que pasé con él en Villalobillos, allá por el año 86. Es raro encontrarse con tal rapidez de inteligencia y de intuición. Sin que tuviera yo que confesarlo, le bastaron dos minutos para entender que no había sido, artísticamente hablando, de su capilla, y que pertenecía más bien al gremio de los aficionados «de pan y queso», los que, cuando se encuentran con la dinámica de la novedad y de la creación, «en un plato tan grande se pierden» (expresiones de Manuel Benítez). Quiso escapar a todas las definiciones preconcebidas en las que quisieron encerrarlo: «Como yo creo de momento no me van a poder seguir. ¡Si yo le pego un cambio a una estrella!» ¡Poesía pura!
Esa rapidez fue la suya –lo reconoce el propio torero– cuando se trató para él de plasmar en unos segundos ese triángulo amoroso sin el cual no hay fiesta de toros: «Esto es un don que Dios me ha dado. Por desgracia, muchos toreros no se centran en el público, y entonces andamos aquí en la comba, cada uno por su lado… Lo más difícil es poner a todos los espectadores de acuerdo. El toro representa para mí un objetivo más sencillo, y centrándome en él, le puedo… Lo que tiene mérito es lograr el acuerdo con el público en su conjunto, hacerle llegar todos esos rayos láser y mantener esos diez minutos mientras todo el mundo está cogiendo electricidad».
Este ímpetu vital y torero le ha permitido apoderarse del toro llevándolo al terreno que él quería, pero nunca –asegura Manuel Benítez- ha sido obligándole o contradiciendo sus querencias. Lo más pronto posible la lidia tiene que ceder el paso al toreo que termina siendo caricia: «Nunca he doblado un toro. Siempre he salido con él ayudando, confiando. Le he dicho: pues ahora nos vamos a jugar la vida. Vámonos para el medio para que vayas cogiendo aire. En esos pases íbamos haciendo una amistad, mientras estudiaba al toro. Era como si fuésemos a pasear en un jardín los dos. Íbamos acariciándonos.» Sorprenderá a muchos esa evocación impregnada de misticismo bíblico, en la boca del torero de Palma del Río, del Huerto de Edén para interpretar la compenetración con el astado. Es que –esta vez técnicamente hablando- no hay que doblarse con el toro sin necesidad, porque «le puedes tocar todas las fibras. Le vas partiendo la columna vertebral. Es como si hicieras en un piano RRRRRR en las teclas«.
De hecho, Manuel Benítez es plenamente consciente de su particular concepto del toreo, que se sitúa en la vertiente natural, dilucidada por Pepe Alameda, en oposición con el toreo cambiado, basado, entre otras cosas, en el hecho de adelantar la muleta, de cargar la suerte y de abrir el compás: «Es que abriendo el compás ya traes al toro toreado; nunca puede ver el cuerpo. Lo difícil es aguantar con la muleta a la altura del cuerpo; es tocarlo, es dejar la mano muerta en un punto, en línea con el cuerpo…También lo hacía Manolete».
Es imposible que no llame la atención ese contraste cordobesista entre el aguante y cierta dejadez ante el toro, procurando no forzarle ni obligarle, y, por otra parte, la convicción que el torero tiene a veces que convertirse en una fiera para enfrentarse con esa otra: «Antes el buen torero no se despeinaba. Tenía que salir de la plaza sin mancharse. ¿Pero como no se va a despeinar, hombre? ¡Si uno va allí a jugarse la vida con una fiera! Tiene que haberse llenado de tierra, tiene que salir a por todas. Usted sale de la plaza oliendo a colonia, y no huele de verdad a boñiga de toro, ni a sangre, ni las moscas le van alrededor queriendo picar la sangre del toro, ¡pues usted no sabe nada de esto!»
Al fin y al cabo, la tauromaquia es tragedia y puede convertir la realidad en algo verdaderamente trágico, pero, casi me gritó Manuel Benítez: «¡Nunca busques el toreo con tristeza! ¡Eso es de gente pobre!» Y terminó la charla con la plena conciencia de los motivos de su impacto demoledor en esa España de los 60 y de los 70, que también se estaba despertando a nueva vida:
«Conmigo el público lo ha vivido de verdad, porque sabe todo lo que esto me ha costado, y por dónde he pasado. Es como si estuviera conmigo corriendo por los cerrados. Ha sido en el arranque una batalla noble, solitaria; pero luego acompañada. Había ese acoplamiento con la gente, porque yo iba luchando por la vida. Lo mío ha sido una masa unida. ¡España entera ha estado de maletilla, y ha toreado por los cerrados con el Cordobés!»
Se puede leer el texto completo de esta conversación con Manuel Benítez en mis libros El Torero y su Sombra (Espasa-Calpe) y La Voz del Toreo (Alianza editorial).