SAN SIIDRO

Cartelero o la emoción infinita de los toros que anuncian bravura

Gómez del Pilar corta una oreja a un gran toro de Escolar al que le colgaban las dos y que fue premiado con la vuelta al ruedo en el arrastre; Robleño pincha una meritísima tarde

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Cartelero hace surcos con el hocico en la arena durante la faena de Góméz del PIlar PLAZA1

Se llamaba Pocapena y viajaba en sus astas la cornada más terrible. Cuenta Hemingway en 'Muerte en la tarde' que no vio jamás cosa tan terrible. Pues el mismo bautismo que aquel toro de Veragua que acabó con la vida de Granero llevaba el que ... descorchaba la corrida, un cinqueño con toda la barba, alto y largo, muy agresivo por delante, con dos dagas que imponían. Con un salto 'atigrado', echando las manos por delante, acudió al saludo de López Chaves, que quiso lucirlo en el peto, donde Rivas dejó un buen puyazo. No ganó para capotes Talaván en la lidia de tanto desarme. El salmantino, que recibió la ovación de Madrid en el año de su despedida, correspondió al cariño con un brindis y se dobló toreramente. Pura emotividad. Escarbaba y se lo pensaba mucho el cárdeno, siempre con la testa entre las manos. Mientras le robaba embestidas, Pocapena no lo perdonó y lo prendió por el muslo en una fea voltereta. Los fantasmas bautismales aparecieron, aunque por fortuna no iba herido. No se arredró el valiente charro, que se fajó con el escolar y le extrajo muletazos meritísimos. Domingo, el torero para el que siempre es el séptimo día, el día de la liturgia en la corrida y en misa, nunca se arrugó y saludó.

Cara vendieron su vida los toros de José Escolar, sobre todo una primera parte tremendamente explosiva, aunque pasado el ecuador bajase la intensidad. No siempre, que cada uno tuvo sus matices en un conjunto con ejemplares de bellísima lámina y con mucho que torear.

Asaltillado el segundo, con el que Fernando Robleño, en sazón, se marcó un maravilloso recibo. Milagroso se llamaba el bravo, que humillaba en las telas, nada fáciles de manejar por el maldito viento. Perdiéndole pasitos iba enjaretando los muletazos a un toro muy encastado y exigente, de esos que tanto gustan a la afición de Madrid. Cada embestida estaba cargada por la bala de la emoción, por el disparo de la pasión. Se las provocaba el madrileño en una labor para profesionales, con muchas teclas. Ardua la batalla, aunque en el tendido de sombra alguna voz pidiera «más conjunción» en aquel toma y daca. De pronto, cuando le dejó la muleta muerta en la mismísima cara, el toro respondió con un carbón capaz de prender fuego hasta a la propia arena. Rugía la plaza ante dos soberbias tandas, con un torero que no escatimaba nada, que entregaba todo. En pie se puso el sol. Buscaba el gentío ya el pañuelo, pero falló a espadas y todo quedó en ovación.

Una postal de invierno era el tercero. Qué linda pintura nevada, a la que apenas picaron y a la que apenas se vio en el caballo. Tenía Cartelero ese nosequé de los toros que no sólo embisten, sino que planean. El avión hacía en el soberbio prólogo genuflexo y rodilla en tierra de Gómez del Pilar. ¡Cómo humillaba! Con una profundidad que enamoraba. Un lujo. Pese a su tendencia escarbadora, cuando decía «aquí estoy yo», se hartaba a embestir y hacía surcos con el hocico. Bendita emoción la de este 63, que aun con toda su clase y nobleza no admitía ningún error. A la mínima se lo comunicó a Noé: se dejó la muleta retrasada, lo vio y lo encunó. Había sucedido por el superlativo pitón derecho, por donde se centró una obra de mucha disposición pero con altibajos. Y hete ahí que cuando tomó el sendero izquierdo también husmeó la tierra. ¿Por qué no hubo más a babor? Cartelero pedía la muleta por delante, llevarlo enganchadito y cosidito. Como todos los toros que rebosan bravura. Sonreía José Escolar desde el burladero, sabedor de la joya que lidiaba en la Monumental donde todo ganadero sueña con triunfar. Lo que tal vez no se imaginaba era que este cárdeno se marcharía con los honores de la gloria, con el reconocimiento de una vuelta al ruedo en el arrastre. Alguno protestó por tratarse de un toro al que apenas se midió en el peto, pero en la muleta derrochó una bravura infinita que pedía más y más... Claro que no era sencillo estar a la altura y no fue faena maciza, aunque sí intensa y coronada de un espadazo. Una oreja paseó de Cartelero, que anunciaba dos con las letras de la casta brava.

Feria de San Isidro

  • Monumental de las Ventas. Domingo, 14 de mayo de 2023. Veinte mil espectadores. Quinta corrida. Toros de José Escolar, serios y de variado juego; con más carbón la primera parte; destacaron 2º y el gran 3º, de vuelta al ruedo.
  • Domingo López Chaves, de grana y oro. Pinchazo hondo tendido, pinchazo y media tendida. Aviso (saludos). En el cuarto, pinchazo hondo y descabello (palmas).
  • Fernando Robleño, de azul marino y oro. Cinco pinchazos y dos descabellos. Aviso (saludos). En el quinto, pinchazo y estocada corta caída (saludos).
  • Gómez del Pilar, de maquillaje y azabache. Estocada. Aviso (oreja). En el sexto, dos pinchazos y se echa. Lo levanta el puntillero. Descabello. Aviso (silencio).

Menos suerte con su lote tuvo Chaves, que nada pudo hacer con el cuarto en su digna despedida de la capital. Volvió a hablar Robleño en el quinto, un toro con doble embestida: unas veces iba dormidito, midiendo, y otras ofrecía una potable transmisión. No perdió la fe el torero: cuando parecía que la faena estaba hecha, se inventó la escena más vibrante, con cuatro zurdazos en los que se rompió por abajo, alargando la mano hasta donde no alcanzaba la vista. Pero otra vez marró con la espada y el triunfo se esfumó: ¡así es imposible! No merecía la corrida un broche con un animal tan sosito como el sexto, un escolar de pobre raza e infinita hermosura. Porque la emoción infinita de los toros importantes ya había sido.

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