Dax: toros, salsa y feliz fin de fiesta
La ciudad francesa acoge tres días de festejos y música, en los que Adriano, Luque y Clemente salen por la puerta grande
Y la afición salió embistiendo con la excelente corrida de Victoriano del Río
Daniel Luque respondiendo a la ovación después del paseíllo
A principios de septiembre Dax celebra durante tres días las bodas de los toros y de la música, en donde se responden continuamente los pasodobles y los ritmos latinos tropicales. Dentro de la misma plaza, además de la banda oficial, encargada de galardonar ... las buenas faenas, una o dos bandas amenizan el intermedio entre toro y toro con toques caribeños o afroamericanos. El público gusta de estas intervenciones musicales. Todo se aplaude ahí al final, los pasodobles interpretados en plena faena, los sonidos de las bandas, y hasta los clarines, muy cuidados, que desarrollan verdaderas invenciones orquestales. En Dax las ovaciones van dirigidas de lleno a la música y al toreo.
Con un calor espeso y húmedo – de ahí algunos claros en el tendido de sol, por cierto, implacable-, se celebró esta primera corrida del ciclo Toros y Salsa (9 de septiembre). Los toros de Pallarés, de impecable presentación y trapío, todos cinqueños, dieron un juego desigual. Encastado fue el cuarto, algo menos, pero prestándose al toreo el tercero y el sexto. Sin embargo, tuvieron todos el defecto - aunque embistieron de largo y con cierta bravura al caballo -, de tener una embestida más bien corta, de no durar mucho y de querer salirse al final del engaño.
Adriano (Adrien Salenc) resultó el triunfador de la tarde, cortando una oreja a cada uno de sus toros. Voluntarioso en cada momento, empeñado en hacer las cosas bien y en encontrar el camino de las embestidas, consiguió mantener la atención de su primer oponente y ligar varias tandas con la derecha, pues el toro era mucho más reticente por el lado izquierdo. Rubricó con una estocada tendida, pero en buen sitio y de efecto rápido. Con el último, también brindado a la plaza, un poco incierto, doblándose por bajo en el inicio de la faena, hizo que el toro terminara por componer sus acometidas y permitiera la ligazón.
En el primero de su lote Emilio de Justo instrumentó las mejores verónicas de la tarde, con manos bajas, ganando terreno hacia el centro del ruedo. En la faena, tomando distancia en cada cite, pudo corregir cierta sosería del toro y ligar varias tandas con la derecha, sin obligarle mucho y a base de suavidad en el manejo del engaño. Pinchó por distraerse el toro, y dejó una estocada ligeramente desprendida. El quinto Pallarés ya se mostró resabiado en el tercio de banderillas, cortando terreno, y no tardó en pararse en el último tercio, no humillando, además. Emilio de Justo, con valor, tiró algunos pases de él, de uno en uno, antes de entrar a matar, fallando con el estoque.
Sin poder redondear faena, con el primero, sin clase, estuvo decoroso Fernando Robleño. Lo grande vino con el cuarto, de casta indudable. Tampoco dudó el torero. Aguantó y dirigió sus embestidas fuertes, llevando al toro un largo trecho, sobre todo con la derecha, y rematando con la verticalidad, imponiendo su mando y su sabor. Dos tandas con mano derecha, apretadas en la ligazón, se hicieron imponentes y despertaron un ole ensordecedor. Desgraciadamente, el fallo con la espada convirtió, para gran parte del público, esta bella arquitectura en un castillo de naipes, y las palmas que el diestro hubiera podido recoger por su faena fueron aplastadas por una banda que toca desde que se inicia el arrastre y, en este ciclo, hace estallar los ritmos de la salsa.
Y por fin, el domingo (10 de septiembre) con toros de Jandilla – bravos en mayoría, algunos con ciertas complicaciones - el esperado regreso del Deseado; Daniel Luque, por supuesto. Tuvo que saludar una gran ovación al terminar el paseíllo. Diego Urdiales tuvo el gesto sincero y oportuno de brindarle su primer toro y, en cada momento, fue acompañado por el silencio de expectación de la plaza, que lo vitoreó al finalizar su faena triunfal con el grito estentóreo: ¡Luque! ¡Luque!... De inmediato saltó a la vista la languidez con la cual manejó el capote en las verónicas de recibo a su primer oponente, llevándolo en un viaje de largo recorrido. El toro, sin mucha fortaleza, perdió fuerzas al emplearse en el caballo, y Luque tuvo que apelar a toda su suavidad para mantener en pie al astado, encadenando los pases sin un ápice de brusquedad, reduciendo la distancia y el trazo en cuanto era necesario. Un natural, ligado a un pase de pecho largo y templadísimo, y un cambio de mano no sospechado levantaron toda la plaza. El toro era bravo y noble, pero su condición endeble hacía que se podía perder en el camino. Luque lo guió en el laberinto de su toreo, encantó al toro y al público, y lo sacó para entrar a matar con una gran estocada. Dos orejas y el delirio. Su otro oponente, bravo y con empuje en el caballo, se resintió tal vez del castigo y terminó reservándose. Sin poder edificar una faena, el torero estuvo aseado con él, lo mató de un pinchazo y una estocada de efecto inmediato, y fue ovacionado.
El primer toro de Diego Urdiales, bravo, mantuvo su empuje hasta el final, lo que dice mucho del mérito que tuvo el torero para redondear su faena y mantener al astado en la muleta a pesar de la aspereza de sus acometidas. Empezó doblándose con el toro, rematando con un trincherazo y, luego, en los medios, citando con distancia adecuada para aprovechar el impulso del animal, alternó derechazos y naturales – uno especialmente largo y soberbio – que hicieron arrancar la ovación y la música. Realizó una gran entrada a matar, y hubo ese momento final, sólo entendible y disfrutable por la afición: el toro, con toda su bravura a cuestas, se resistió en morir. El torero, a proximidad de los pitones, con una rodilla en tierra y la muleta replegada, le esperó y le acompañó hasta que el astado cayera fulminado. Cortó una oreja de peso.
Con las verónicas de recibo al cuarto toro de Jandilla Urdiales toreó meciendo el capote. En la muleta el toro se descompuso un tanto, embistiendo a destiempo y moviendo la cabeza. El torero le quitó esa incomodidad en sus naturales, que fueron lo mejor de su faena, consiguiendo cierta fijeza del toro. Fue ovacionado.
Clemente, el joven torero de Burdeos, mereció salir a hombros con Daniel Luque, después de haber cortado una oreja a cada uno de sus toros. Para los que le desconocían, su talento artístico se reveló en el quite al toro de Luque, por chicuelinas con manos bajas, rematadas por una larga cordobesa de amplísimo vuelo. Saludó a su toro con un pot-pourri de verónicas y chicuelinas bien dibujadas. Pero en la faena, con un animal que salió suelto en los puyazos, se dolió en banderillas, y se puso en la defensiva en la muleta, Clemente demostró que tiene cabeza y técnica. Consiguió meter al toro en la canasta con pases por delante y por detrás, con cambios de mano y toreo encimista al final. Valor y técnica. Recibió de inmediato al último toro con verónicas espaciosas y despaciosas, y una revolera en el remate. El animal, con bravura y empuje, que no regalaba nada al principio, se confió con el torero, y éste con el toro, logrando ligar varias tandas, en las cuales hay que destacar tres circulares con la derecha de gran enjundia y eco. Mantuvo al toro, que ya se quería ir, con algunos pases genuflexos, con la derecha, antes de propiciar, como en el anterior, una gran estocada. Lo dicho: un bello fin de fiesta.