Sangre y arena

Algunos casos recientes. En Pamplona, Robleño, en el primer muletazo, y Rubén Pinar, al recibir con una larga de rodillas a un miura. En Las Ventas, Francisco José Espada, que ya cayó en San Isidro. En Caxuxi, un pueblo mexicano, Arturo Saldívar, en circunstancias penosas. En Céret, las cornadas de Rafaelillo y Álvaro de la Calle han renovado la polémica sobre la atención médica. Queda claro que, en esto, no tenemos nada que aprender de los franceses: los cirujanos taurinos españoles han conseguido avances organizativos admirables.

Subrayo un ejemplo singular de vergüenza torera. En Las Ventas, el picador José Ney Zambrano fue derribado y, en el suelo, recibió una cornada grave. Volvió a subirse en el caballo y logró un gran puyazo, antes de pasar a la enfermería. Los picadores también son toreros, no son «el malo de la película», como creen algunos ignorantes.

Lo subrayan muchos escritores. En la novela, 'Sangre y arena', de Blasco Ibáñez. En el reportaje novelado, 'El verano sangriento', de Hemingway. En teatro, 'La cornada', de Alfonso Sastre. Lo usa como metáfora del amor Lope de Vega: «Niña, guárdate del toro, / que, a mí, mal herido me ha». Subraya la lucidez del diestro García Lorca: «No se cerraron sus ojos / cuando vio la muerte cerca». Resume certeramente Gerardo Diego: 'La suerte o la muerte'.

Ningún aficionado desea ver una cornada pero la grandeza del toreo va unida a que esa posibilidad esté siempre presente: por eso es una Fiesta única y los toreros son héroes.