Luctuoso duelo en tablas por Victorino
SEVILLA. La corrida de Victorino Martín fue una mentira de pitón a rabo. El mano a mano de Morante y El Cid tuvo de duelo el luto de un tanatorio. Por Victorino. Si la verdad nos hace libres, el ganadero está ahora preso. «Vamos a ... Sevilla con una corrida por encima porque nos van a medir, ¿eh? Falta alguno por poner, pero...» ¿Alguno? Salvo primero y cuarto por delante, la victorinada fue chivata, escasa, chica, con el puntillazo del sobrero, un anovillado morucho de medio pelo con genio de casta remontada como los malos vinos. La mentira se extendió también por dentro de sus venas, porque ningún victorino se entregó de veras ni rompió con sinceridad, y mansearon tela, y midieron gazapeantes y mirones, incómodos, deslucidos, complicados sin alcanzar siquiera el rango de alimañas tobilleras, sin dejar estar, ni lejos ni cerca. La balas de plata de la A coronada las cambiaron por cartuchos con la pólvora mojada.
La rivalidad entre Morante de la Puebla y El Cid se redujo al capote. El duende de la verónica encontró arrebatado a Morante en el saludo al quinto. La suerte cargada, el terreno ganado, el lance estremecedor ligado paso a paso, desbordante de pasión por el izquierdo, hasta más allá de la segunda raya, hasta provocar la música barroca más que callada. Al rebujo embrujado de la media respondió la plaza a una sola voz con un ole asolerado y ensordecedor. Y El Cid contestó a unos alados delantales morantistas con otros de semigiro a la navarra y una media a la cadera que alcanzó los tendidos con fuerza. Morante estuvo dispuesto desde los ayudados por alto de corte gallista (de Rafael), aun perdiendo pasos ante el toro andarín, queriendo siempre incluso mal colocado en ocasiones: en un pase de pecho tragó un quinario por quedarse visto al hilo. Trató constantemente de echarlo hacia delante, y no había forma. La embestida cada vez más corta, a media altura, encogida...
El Cid voló el capote a la verónica templada con el descarado cuarto, el 81, el toro de las quinielas, y se desahogó tras el remate en un desplante bravo. Morante replicó con un quite a pies juntos alborotado, absurdamente pitado quizá porque el victorino perdió las manos en los tironcillos. Dos verónicas de contrarréplica de El Cid y una media cumbre. Hasta ahí llegaba la competencia. Porque en la muleta los toros se quedaban aguados de casta. Incluso éste que dejó las apuestas con la retaguardia al aire: en el tercer muletazo se distraía y se ponía al paso, sin fijeza y sin celo. El Cid, que conoce el encaste como nadie, lo esperaba en firme después de pegarle un par de naturales prometedores por tanda, largos, de muñecazo privilegiado. Pero cuando tocaba el tercero la Maestranza entera suspiraba con la miel en los labios. Y empujaba más que el toro. El espadazo fue letal y el diestro zurdo de Salteras saludó la única ovación desde el tercio. En los aceros, Cid le ganó la partida a Morante, que los mató a pellizcos. Hasta que pinchó al morucho sobrero, que le pudo hacer mucho daño en una voltereta con el capote. Arrollaba el muy cabrón por el pecho.
Los mansos y orientados primero y segundo -éste sin fuerza para colmo- tuvieron a los duelistas sobre las piernas. Molestó el viento también. El terciado tercero convenció pronto a Morante con una colada de que había que abreviar, y la corrida de Victorino unificó las opiniones de todos: vaya mierda.
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