Cuando a los toreros les pagaban con trajes y grandes comilonas
Los primeros contratos en el XVIII, denominados ajustes, daban gran importancia a la manutención de las cuadrillas
Ángel G. Abad
En los primeros tiempos del toreo organizado, allá por el siglo XVIII, los denominados ajustes, o contratos de los lidiadores , tanto a pie como a caballo, se realizaban de manera individual. El espada principal establecía sus condiciones , y lo mismo hacían cada ... picador y banderillero que se necesitaba para la organización del festejo.
Cada uno imponía las condiciones que consideraba más ventajosas para sus intereses. En general se establecía el pago de una cantidad determinada y el número de toros a lidiar, condiciones que para los picadores se aumentaba en el regalo de un traje completo , por aquello de las costaladas continuas y el deterioro de las ropas que llevaban consigo. El pago con vestidos de torear lo generalizaron a todos los lidiadores las diversas Maestranzas de Caballería , que entonces eran casi hegemónicas en la organización de las corridas de toros.
La de Sevilla, cuentan los diferentes tratados, no se limitaban a vestir a los jinetes, también a los peones con chaquetillas grana , y a los matadores calzón de ante, correón de vaqueta con hebilla de plata y mangas acolchadas de terciopelo.
El caso de los picadores
La costumbre de regalar la ropa de torear se impuso más tarde en el caso de los picadores, al igual que incluir la manuntención de todos los toreros en las localidades en donde actuaban. Pero en casos especiales, por la categoría de los piqueros se añadían otras cláusulas a los ajustes. Así, cuenta Sánchez de Neira en su 'Gran Diccionario Tauromáquico', que en Cordoba, en el año 1770 los varilargueros Alonso y González , cobraron por picar cuarenta toros en cuatro días, en sesiones de mañana y tarde, cinco mil reales, dos caballos, manutención y vestido de casaquilla, sombrero y zapatos. Y se especifica que la manuntencion y el trato era «suculento y escogido».
Como ejemplo de cómo vivían los toreros los días de corrida, De Neira expone las condiciones que un hostelero de una capital próxima a Madrid ofreció por alojar a Pepe Hillo y su cuadrilla durante cuatro funciones en 1801, que al final no se pudieron cumplir por la trágica muerte del histórico diestro.
Doce camas buenas
La oferta del posadero empezaba con chocolate para doce, «una libra con dos libretas, una patorra para almorzar, con su pan y vino ; al mediodía dos libras de vaca, media de carnero, una gallina, media docena de chorizos, ocho pollos (cuatro asados y cuatro en pepitoria), y una fuente de natillas». Pero allí no quedaba la cosa: «Ocho libras de ternera con una libra de manteca para asarlo, doce libretas de pan, vino bueno, fruta del día, tres libras de azúcar blanco», y por la noche «un buen guisado, su ensalada, vino y pan, con fruta para postre, sus doce camas buenas con sus posesiones, luces y asistencia». Y todo por veintiocho reales por persona.
Aquellos contratos fueron derivando a «ajustar» con el jefe de cada cuadrilla un tanto alzado, si bien existía la presión para que los picadores, anunciados incluso con mayor tipografía en los carteles que los espadas, negociaran por separado sus condiciones. En tiempos de Romero, Costillares y Pepe Hillo , los contratos oscilaban entre los quinientos y los tres mil reales, en función de la plaza y los toros a lidiar, mientras que los picadores cobraban sobre trescientos, llegando alguno a los mil quinientos reales.
Poco a poco su fuerza se fue diluyendo en beneficio de los primeros espadas, y en la segunda mitad del XIX, algunos cronistas ya hablaban de sus decadencia y la pérdida de protagonismo en las corridas de toros. Así, hasta ahora.
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