Iván Fandiño, en el nombre de la verdad
Corta cinco orejas y sufre dos cogidas en su victoriosa encerrona en Guadalajara
Iván Fandiño, en el nombre de la verdad
Una algarabía atronadora desembocaba hasta el coso de Las Cruces. No podía tener otro bautizo la plaza, casi llena al reclamo de un solo nombre. Aquel revuelo de expectación se fundía con el paseíllo goyesco de Iván Fandiño en su desafío con seis toros de ... Jandilla, que lidió una corrida de hermosas hechuras pero de juego no tan bello, con dos ejemplares notables y alguno con peligro sordo.
En aquel gesto, la música no era de ayer. Transportaba a otra época, a la niñez más inmaculada. No se oían clarines, ni timbales. Ni flautas ni contrabajos. Era una melodía de guerra y romanticismo, como si trompetas y violines se fusionaran, como si del ritmo trepidante se viajase hacia la pureza más auténtica que Guadalajara haya visto. Decían unos que sonaba «El Concierto de Aranjuez», pero los oídos se insonorizaban de aquella pésima acústica e interiorizaban notas celtas. No era la canción nuestra de cada día, aquella banda sonora parecía sacada de «Braveheart», con el toque genial de Honner. Aquella música era el toreo sin partitura del vasco, capaz de trasladar del cielo al infierno, de la felicidad al dolor. Fandiño, otra película sin más ley que su legítima verdad . Y en nombre de ella fue toda la tarde. Tarde de figura con una corrida dura de pelar.
A matar o morir se tiró tras haber perdido las dos orejas del primero por no cazarlo de un disparo. Quien sí estuvo a punto de agujerear al torero fue este colorado segundo, que lo cogió de manera dramática en la hora final. Inerte quedó en la arena, rodeado de los pétalos de rosa que enjaezaban el ruedo, en una imagen de espanto fúnebre. Las cuadrillas hicieron una silla humana para auparlo y le despojaron de la chaquetilla para comprobar que no había cornada. Con la cabellera ceniza se dirigió con raza hacia el enemigo para enterrar un espadazo. Llegó el primer trofeo tras una faena técnica para pulir la nula clase del jandilla y con una serie al natural que incluía un cartel tras otro.
Imperecedera sinceridad
Antes, había perdido el doble premio con el acero, que ya está escrito. Qué bueno fue «Cafetero», pese a asomar débil como las nubes rojizas del amanecer en las bonitas verónicas del saludo. En las manos de Fandiño se creció y fue a más, y el de Orduña cuajó una gran faena, principiada con pases por alto, medicina idónea. Se centró en la derecha, con series perfectas de largura y trazo, de mando cabal. Por la izquierda se sintió con hondura e imperecedera sinceridad, como si tras la zurda se hallase el edén prometido. No falló su arma letal en el tercero, más soso y corto por el derecho, con el que de nuevo lució con generosidad el natural para pintar algunos muletazos de tremenda despaciosidad. Segunda oreja.
Con una larga cambiada dio la bienvenida al cuarto. Pero el sabor llegó en las verónicas sepias rodilla en tierra, con aroma. El toro fue un tres en uno: apuntó calidades pese a su mermada fortaleza, desarrolló luego brusquedades geniudas y acabó rajándose. Quien nunca se amilanó fue un entregado matador, que esta vez destacó en una tanda diestra de inmenso poderío. En el patrimonio ojedista terminó, con el rival husmeando ya tablas. Nuevo galardón.
Vibrante recibo mixto por verónicas y chicuelinas al quinto, en el que la emoción trepó con tres péndulos y los oles se desataron con el personal pase del desdén. Una preciosidad. Pronto y en la mano, que diría Antoñete. Y presto a torear con la derecha. Las zapatillas atalonadas, hundidas, como si acudiera a la llamada de la tierra de adopción. No cabía más pureza en la presentación de la muleta, tan planchada como las servilletas de la abuela. Exposición por el pitón bueno y el regular, que por babor se metía por dentro y nunca tiró de trampas. Todo auténtico, como en las mondeñinas finales al estilo de ese maestro que no se sabe si primero fue fraile o torero. El espadazo letal dio paso a la petición unánime de las dos orejas. Carmen Martínez Bordiú, que se emocionó y se hartó de aplaudir en cada pasaje, miraba desde su barrera a la presidencia también y sonrió cuando vio el doble pañuelo.
Heroico
Capotito recogido con belleza ante el jabonero sexto, que se defendía por sus escasas fuerzas y que le pegó un volteretón de órdago al quedársele debajo sobre la mano de escribir. Terrorífica cogida, en la que de milagro se libró de la cornada, como si un quite salvador del hombre que lo acogió en la Alcarria llegase desde las alturas, entre el gesto descompuesto de una señora que parecía gritar piedad. Pero la escena acabó con «the end» feliz pese a la soberana paliza. Con raza y torería, con señales heroicas, volvió a la cara del toro para despenarlo entre los gritos de «¡torero, torero!» A hombros se llevaron al corazón valiente en el nombre de la verdad. De la libertad de su toreo.
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