la barbitúrica de la semana
Lo sinfónico contra la alegría recalentada
Los fuegos de artificio no alejan la ansiedad. Solo la música calma lo que está inquieto. Por eso el último y el primer día del año apelan a ella.
Madrid
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Iniciar sesiónAcaso porque todo inicio de año produce vértigo, es necesario lo bello para reponerse de la incertidumbre. Ni los fuegos de artificio ni los canutillos alejan la ansiedad, mas bien turban el ánimo y aguijonean la mente como un vino de aguja. Solo la música ... calma lo que está inquieto, vacío o abandonado, ha de ser por eso que el último y el primer día del año son musicales. Lo sinfónico emerge como un consuelo para tanta gala con aplausos grabados de gente probablemente ya muerta.
El canal 'La 2' de RTVE anunció la retransmisión el sábado 31 de diciembre del concierto que ofreció el conjunto de música de cámara La Spagna de 'Las siete palabras de Cristo en la cruz', de Haydn, en una versión casi inédita de Francisco Barbieri. La interpretación se realizó en octubre en el salón de Columnas en el Palacio Real con el conjunto palatino (dos violines, viola y violonchelo) fabricado por Antonio Stradivarius hace 250 años. Encargada al austríaco por la hermandad de la Santa Cueva para ser representada en Cádiz, la composición fue objeto de varias versiones, una de ellas la que hizo Francisco Barbieri, con tan sólo 17 años, desconocida hasta que La Spagna se propuso recuperarla.
A la mañana siguiente, la del primero de enero, el concierto de Año Nuevo de la Orquesta Filarmónica de Viena, que desde 1939 tiene lugar en la Sala Dorada de la Musikvereine de Viena, en Austria, compitió con el molesto sonido del lavavajillas o ese ruido doméstico de quienes, aunque celebraron un año más juntos, apenas soportan el chasquido de quien mastica una tostada a su lado o se siente poseído por un pesimismo irrevocable a causa del sabor correoso de los dulces que anoche nomás eran crocantes. «Aprended, flores, en mí lo que va de ayer a hoy, que ayer maravilla fui y hoy sombra mía aún no soy». Góngora resuena en cada metro cuadrado de cualquier hogar del mundo el primer día del año que comienza.
En la traducción que hizo Hölderlin de la 'Antígona' de Sófocles, el poeta alemán extrae de las palabras del griego una imagen potente. En ella alude a la idea de que el hombre es de lo que no hay, de aquello que no posee. Hamlet o Edipo, cualquier héroe trágico encubre a un Dionisos -el rey de la vendimia, arquetipo del exceso y el éxtasis- sufriente, despedazado y enloquecido por linaje. El héroe trágico se rebela contra algo establecido o lo intenta. Pero si la tragedia purifica, la belleza redime, restaura y calma, incluso al corazón más hastiado y carbonizado.
En esa alegría recalentada, esa bienaventuranza de microondas propia de todo inicio de año, cuando quedan pegotes de cava en el estado de ánimo, la música repara las inconsistencias y los miedos por aquello que no estamos tan seguros de llegar a conseguir ni conservar. Nos da miedo ya no lo que obtendremos, sino la posibilidad de llegar a perder algo de ese equilibrio siempre precario que nos rodea. Por eso la música. Hace falta lo bello para espantar a sombrerazos la verdad prosaica y desmaquillada del primero de enero. Es justo en ese momento cuando uno se descubre tarareando 'La Marcha Radetzky' ... o releyéndola (Strauss o Roth, la angustia es la misma).
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