CONTRA EL VERANO
Termina el verano, comienza la vida
Señalar el divorcio entre los seres humanos y el resto de los animales y formas de vida que coexisten en la Tierra hoy suele etiquetarse como «especismo»
Artículos de Rodrigo Blanco en ABC
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Iniciar sesiónSaber que incluso algo tan espantoso como el verano termina, nos llena de optimismo. Después de ser reducida a cenizas y arena, la vida se renueva. La prueba de esto es que al verano le sucede el otoño, la mejor de las estaciones. ... No obstante, por esa tenaz campaña de desinformación que hemos denunciado desde este chiringuito antiestival, la primavera suele acaparar los piropos, los likes y las buenas reseñas. Y todo por el simple hecho de que en abril comienzan a brotarles hojas y florecitas a los árboles. Los humanos, en su delirio de sentirse uno con el planeta, ven en esos capullos (los muy ídem) una señal de que ellos también están por inaugurar una nueva etapa. Suele ser la misma gente que, en lugar de decir «feliz cumpleaños», te desea una «feliz vuelta al sol».
Señalar el divorcio entre los seres humanos y el resto de los animales y formas de vida que coexisten en la Tierra hoy suele etiquetarse como «especismo». Lo cual es una discriminación si esta diferencia se subraya de manera altiva o si se olvida que compartimos un 99 % de nuestro genoma con las ratas. El asunto es que ese 1 % es el que decide todo.
El ser humano es la única especie que hace cosas gratuitas, que su organismo no necesita. De hecho, la acumulación de lo innecesario ha terminado por definirnos. De ahí ha surgido la cultura, el comercio, la política, la filatelia, las bellas artes, el azúcar o los memes. Uno de esos grandes inventos inútiles, muy reciente, es el turismo y su idea, bastante peregrina en todo el sentido de la palabra, de que uno debe moverse de donde está, ver mundo, conocer ciudades y costumbres distintas. Idea que ha apuntalado el absurdo prestigio del verano, pues es en esta época cuando al fin, suspira la gente, se puede viajar.
A lo largo de estas semanas, desde esta columna he fustigado a los voceros del antiturismo, pero básicamente por considerarlos hipócritas. Eso no quiere decir que yo apoye el turismo. De hecho, la última vez que hice de turista fue en 2016, cuando fui a Lisboa por cinco días de vacaciones. De resto, todos mis viajes han sido de trabajo, ahora que lo pienso. Sin embargo, mi sedentarismo me ha provocado no pocas veces malestar y reclamos a mí mismo. ¿No debería viajar más? Mi tendencia a quedarme en casa, en la misma ciudad, ¿no es una prueba de mi falta de ambición y éxito en la vida? Así lo pensé mucho tiempo, hasta que descubrí que, en verdad, todo eso me produce una profunda pereza. Que prefiero gastarme en libros lo que otros se gastan en aviones y hoteles y que leer, disculpen el lugar común, es mi forma preferida de viajar. No obstante, estoy seguro de que muchos piensan como yo,
aunque no lo sepan o no lo admitan. ¿A veces me pregunto qué pasaría si llegara un verano y la humanidad, como en una novela de Saramago, decidiera voluntariamente quedarse en casa? Por lo pronto, encuentro en el Tao Te Ching un fragmento que comparto a modo de reflexión y despedida:
«Si un país es sabiamente gobernado, sus habitantes están satisfechos […] La gente disfruta de su comida, se complace con su familia, pasa los días de fiesta en su jardín, se deleita en los quehaceres de la vecindad. Y aun cuando el vecino país se halla tan próximo que oyen cantar a sus gallos, ladrar a sus perros, están contentos de morir a edad avanzada sin haberlo visitado jamás».
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SuscribeteRodrigo Blanco Calderón (Caracas, 1981) es escritor, editor y profesor universitario. Con su primera novela 'The Night', obtuvo el Premio Bienal de Novela Mario Vargas Llosa (2019). Actualmente vive en Málaga.
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