Contra el verano
El verano: cuando los españoles se hartan de sí mismos
«Los antituristas también son turistas. Ellos dirán, claro, que son mejores turistas. Turistas conscientes, ecológicos y sin gluten»
Contra el verano: Quien solo lee en verano no merece llamarse lector
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Iniciar sesiónEl verano es época proclive a la desnudez. La del cuerpo, con el uso de ropas más ligeras y porosas; la de las bajas pasiones, por el aumento de los índices de criminalidad; y la del alma, pues quedan expuestas algunas hipocresías esenciales. «El plástico ... se derrite si le da de lleno el sol», canta Rubén Blades. Otro tanto sucede con esos temas controversiales que normalmente preocupan a muchas personas. Basta que comience a apretar el calor, que las empresas y oficinas bajen la Santamaría hasta septiembre, para que, como por arte de magia, las controversias con que nos machacan a diario medios, políticos y ciudadanía en general, se evaporen. Empezando por la que justo en estos meses se vuelve más evidente: el cambio climático o calentamiento global. Se pudiera entender que, por ser la estación en la que se registran las más altas temperaturas, el debate pase desapercibido. Quizás es que, para cuando llega el mes de agosto, se han agotado las variantes del rojo con que las secciones meteorológicas de los informativos nos aterrorizan el resto del tiempo.
Sin embargo, el debate cuya ausencia se vuelve más escandalosa por estos días es el del turismo. Al menos, en España es una de las discusiones que parecen más urgentes. De enero a julio y de octubre a diciembre, el turismo es esa plaga de langostas que azota el país y lo devasta. En realidad, es una de sus principales fuentes de riqueza y empleo. Según un informe del INE, en 2022 el turismo aportó el 11, 6 por ciento del PIB de España. Cifra que, según otras fuentes, habría aumentado a 12, 8 por ciento para el 2023. Por alguna razón, en España esto, en lugar de una bendición, es un problema. Por supuesto, afloran allí una serie de complejos nacionales vinculados con la falta de un verdadero músculo industrial que le permita diversificar su economía. Querer ser, en el fondo, un país más parecido a Francia o a Alemania, por ejemplo.
Pensaría uno que la época propicia para plantear este debate, junto a los reclamos por la falta de vivienda, el aumento de los alquileres y la colonización de las ciudades por los viles capitales extranjeros, es el verano. ¿Qué mejor momento para convocar manifestaciones, sitiar los ayuntamientos, bloquear los aeropuertos exigiendo que los turistas se devuelvan a casa que este? Pues, justo cuando habría que hacer frente al enemigo, el antiturista abandona la plaza. Y es que, en el mismo instante en que su ciudad está siendo ocupada de forma más alevosa, el antiturista también está de viaje. O lo está planificando. Vamos, él también merece sus vacaciones. Y esta es la verdad que el sol de verano expone como un hueso de vaca en el desierto: los antituristas también son turistas. Ellos dirán, claro, que son mejores turistas. Turistas conscientes, ecológicos y sin gluten. No usan Airbnb (o, en todo caso, lo usan pero en apartamentos de la periferia para no afecta el feng shui de los centros históricos), las rueditas de sus maletas no suenan y evitan ir a los lugares descaradamente turísticos, como la Torre Eiffel o la Alhambra (en realidad, porque ya los conocen).
Yo, en cambio, que no tengo nada en contra del turismo pero que odio el verano y sus aglomeraciones sudorosas, me quedo en la ciudad viendo cómo las hordas de turistas vuelven un infierno mi apacible cotidianidad. Soy yo quien se queda cuidando la plaza en esos meses en que los españoles, comprensiblemente, necesitan descansar de sí mismos.
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