El peor viaje del barítono Carlos Álvarez: ligero de equipaje en la luna de miel

La semana que viene se va al Covent Garden de Londres a participar en otra gala, esta vez para despedir por todo lo alto al director musical de la Royal Opera House, Antonio Pappano. Vaya donde vaya, Álvarez tiene claro que no se separa de algunos enseres personales básicos para la supervivencia: «Mis pastillas para la tensión, el cepillo de dientes, una muda, las partituras y un libro«. Lo tiene bien aprendido, desde su primera luna de miel.

Al preguntarle cuál ha sido el peor viaje de su vida, titubea, pero en seguida le viene a la cabeza aquel episodio: «Lo tengo que pensar, porque no tengo la sensación de haber tenido… bueno, sí. En el viaje de bodas de mi primer matrimonio. Sí». Los tortolitos se querían «quitar de enmedio», de modo que se fueron a Innsbruck, ciudad austríaca ni muy grande ni muy pequeña, con edificios hermosos, su río y sus montañas. Era en el mes de octubre, «empezaba a hacer fresco en Austria».

El problema surgió nada más aterrizar: «Recuerdo con terror la no llegada del equipaje«. Iban a pasar siete días ahí, de los cuales cuatro estuvieron sin las dichosas maletas, que se traspapelaron en alguna de esas cintas transportadoras. »No podíamos prácticamente salir de la habitación del hotel«, dice. En otra ocasión, también en Austria, recogió una maleta idéntica a la suya, pero al llegar a la habitación comprobó que la llave no abría. Resultó ser parte del equipaje de una familia. Álvarez no sabía qué hacer, así que volvió al aeropuerto de Viena. La familia en cuestión no se había percatado del trueque, y por suerte aún estaban esperando algún que otro trasto que habían facturado, de modo que pudieron resolver el entuerto: »Si todas sus pertenencias hubieran llegado a tiempo, ellos se habrían ido del aeropuerto mucho antes y yo posiblemente me habría quedado sin mis cosas«.

Como a casi todo el mundo, perder los pertrechos le hace sentir «desvalido», porque «llevas ahí prácticamente toda tu vida», lo que hace que uno se ponga a pensar «qué somos en ese momento». Carlos Álvarez es, entre otras cosas, sus partituras. «Mis necesidades vitales son mínimas, puedo subsisitir con prácticamente nada», pero ay, la música…. «Más que perder la ropa, me dolería perder mis partituras, que son muy importantes».

Por supuesto, en cualquiera de los teatros donde actúa –a los ya mencionados cabe añadir el Metropolitan de Nueva York y el Teatro alla Scala de Milán, por citar los dos más conocidos– le podrían facilitar un ejemplar de la ópera que toque cantar. Las notas impresas serían las mismas. El problema está con todos los años de estudio y trabajo que se depositan sobre un papel viejo en forma de trazos, a menudo escritos a lápiz: «Están mis anotaciones, y las de otra gente, que son importantes para mí, y que llevan una historia». ¿Quién más anota sus partituras? «Un director de orquesta, por ejemplo. Imagínese tener una anotación de Georg Solti, o de Riccardo Muti». Yo me lo imagino, pero sospecho que él no necesita imaginarlo. ¿Las tiene? «Las tengo». Son dos de los grandes maestros con los que nuestro malagueño ha trabajado codo con codo. «Eso las convierte en un bien precioso, y la pérdida sería…». Con el tiempo, esa preocupación por conservar lo impreso se ha ido extendiendo también a la literatura: «Me he convertido en alguien que no presta libros«, asegura. »Si alguien viene a mi casa y me pide un libro prestado, lo que hago comprarle uno nuevo y regalárselo. Pero el mío se queda conmigo, porque empiezan a tener un valor emocional«, me cuenta.