El peor viaje de... Alberto Gómez: Aquella rotonda a la entrada de Jerez

El peor viaje de su vida lo hizo un lunes. Estaba estudiando en Sevilla cuando recibió la llamada de una de sus dos hermanas: a su hermano le había pasado algo en Jerez y tenía que ir cuanto antes, porque parecía ser grave. «Fue una conversación muy rápida, me dijo que pasarían a recogerme, solamente me dio tiempo a cambiarme». Se metió en un coche con dos familiares más, sumergidos en uno de esos silencios tan espesos: «Les pregunté qué sabían, me dijeron que nada y no quise presionarlos, no pregunté nada más, me quedé callado en el asiento de atrás, a la derecha, mirando fijamente por la ventana».

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Recorrieron la distancia entre las dos ciudades. Una hora que se hizo eterna. Pero el peor viaje fue, en realidad, un tramo de pocos metros recorrido en fracciones de segundo. Llegaron a Jerez y fueron a pasar la rotonda que hay bajo el puente de María Santísima de la Concepción. Alberto pensaba que girarían a la derecha, hacia el hospital, pero siguieron recto, camino a casa de sus padres.

Cuando las ruedas del vehículo tomaron la dirección inesperada, él supo que su hermano había muerto: «No tenía sentido ir hacia casa de mis padres si mi hermano estaba grave, así que tuve claro que llegábamos tarde». El recuerdo se mantiene intacto más de dos décadas y media después: «Siempre que paso por aquel punto, pienso que fue para mí el final de la vida de mi hermano, porque hasta ese momento, para mí, estuvo vivo».

Lo siguiente fue «un viaje de silencio que duró veintitrés años». «A las pocas semanas, en mi familia ya no hablábamos de mi hermano», explica. Él mismo se lo contó a poquísimas personas. ¿Por qué ese silencio contra el que ahora lucha? «Esta muerte genera preguntas, y tu no quieres que te pregunten, porque no tienes respuestas, y tampoco quieres que te acusen: '¿No podrías haber hecho algo?'». Para sus adentros, piensa: «Ya me siento yo culpable, no hace falta que nadie me pregunte si no lo vi venir».

Cuando alguien muere por un infarto, o por un cáncer, o por un accidente, tenemos respuesta a la mayoría de preguntas: falló el corazón, falló la reproducción celular, fallaron los frenos del coche. En cambio, cuando se trata de un fallo en nuestra psique… «Queda mal morir así; esta muerte tiene unos ingredientes que hace incómoda explicarla y hace incómodo que te lo expliquen, escucharla».

No le pregunto cómo se quitó la vida su hermano. No aporta nada. Me dice, eso sí, que «si hubiese muerto de otra forma, lo echaría de menos exactamente igual». Tampoco le pregunto por qué lo hizo. Los que hemos recorrido ese trayecto y por fortuna hemos fracasado en el intento sabemos que no hay un porqué, sino solo una serie de percepciones que nos llevan a creer que no tiene sentido seguir. Esas percepciones nos parecen de lo más real aunque sean del todo erróneas. Por más que tengamos una buena vida y estemos rodeados de personas maravillosas, algo nos impide verlo así durante días, meses, quizás años.

Este sábado la entidad Después del Suicidio–Asociación de Supervivientes (DSAS), a la que Alberto Gómez pertenece, celebra el Día Mundial de los Supervivientes a la Muerte por Suicidio. El periodista comparte plenamente su objetivo fundacional: Contribuir a «que la historia de los supervivientes se visibilice y se pueda hablar con cierta naturalidad de nuestros familiares».