El suicidio de la Generación X: diez epitafios para la muerte de Kurt Cobain
El 5 de abril de 1994, el líder de Nirvana se quitó la vida y quedó apresado por una leyenda que, coincidiendo con el 30 aniversario de su muerte, reconstruimos utilizando sus propias palabras
Kurt Cobain en el confesionario: «Cuando escucho el 'Nevermind' hay algo en él que casi me hace llorar»

Ardió rápido Kurt Cobain (1967-1994), quemó el grunge todas sus naves y las cenizas del mesías del descontento, del profeta del grito ahogado y el ardor de estómago, acabaron desparramadas aquí y allá. Unas pocas bajo un sauce frente a la casa familiar; ... un puñado para que los monjes del monasterio budista de Namgyal en ItHaca, Nueva York, construyeran una pequeña escultura conmemorativa; y el resto en una urna que custodió Courtney Love hasta que, en 1999, su hija Frances esparció el contenido en el riachuelo McLane, en la ciudad de Olympia. Así que no hay lápida ni nicho que recuerde al último gran ¿héroe? del siglo XX, pero sí un puñado de frases lapidarias desperdigadas en entrevistas, diarios y biografías, también en su abrasiva y sobreanalizada nota de suicidio, que, treinta años después de su muerte, ayudan a reconstruir su vida y a grabar en piedra unos cuantos epitafios.
«Prefiero morir antes de convertirme en Pete Townshend»
Misión cumplida. 27 años, tres discos que son el ABC del punk-rock furioso, y un bonito cadáver. Ni rastro de esas grabaciones en cuatro pistas con las que fantaseaba cuando el éxito de 'Nevermind' se lo empezó a comer por dentro. Nada de esos discos con «vagabundos de la calle, retrasados y gente deforme» que quería publicar en Exploitation Records. Sólo el eco sordo del disparo de escopeta con el que se quitó la vida el 5 de abril de 1994 y el grito del electricista que lo encontró tres días después tendido en el suelo del invernadero de su casa de Seattle. Luego vendrían muchos otros y la maldición del grunge y alrededores se acabaría cebando con Chris Cornell, Layne Stanley y Mark Lanegan, pero Cobain fue, lo recuerda su biógrafo Michael Azerrad, «el primer músico de rock de su talla en quitarse la vida tan deliberadamente, en lugar de limitarse a desperdiciarla a lo largo de una serie de desventuras». Los lirios y las velas negras del 'MTV Unplugged In New York' quizá fueron una pista. O una advertencia. Y, mientras tanto, ahí sigue Pete Townshend, 78 años y subiendo, haciéndole los coros por millonésima vez a Roger Daltrey mientras canta aquello de «espero morir antes de envejecer».

«Compré una pistola, pero al final elegí las drogas»
En realidad, tanto monta, se quedó con las dos. De pequeño le atiborraron a sedantes para calmar su hiperactividad y de mayor descubrió que la heroína lo mismo servía para acabar con sus problemas de estómago que para escapar de su propio pellejo y de ese éxito que se le atragantó sobremanera. Que la primera idea para titular 'In Utero', el tercer y último disco de estudio de Nirvana, fuese 'I Hate Myself And I Want To Die' («Me odio y me quiero morir»), ya ayuda a entender el estado mental de Cobain cuando empezó a pensar seriamente en quitarse de en medio. De hecho, ya lo intentó un mes antes, en Roma, con cincuenta pastillas de Rohypnol y una botella de champán. «El doctor Baker dice que, como Hamlet, debo elegir entre la vida y al muerte. He elegido la muerte», escribió el 3 de marzo en una hoja con membrete del hotel Excelsior. La CNN interrumpió su programación para anunciar su traspaso. Su madre le dio por muerto. Pero no lo estaba. No aún. Ingresó en coma y, en cuanto pudo, regresó pitando a Seattle.
«No soy un yonqui»
Inestable y contradictorio, Cobain siempre intentó relativizar y justificar su adicción a la heroína: unos días por razones médicas y terapéuticas («decidí consumir heroína a diario debido a una dolencia estomacal que llevaba sufriendo desde hacía cinco años y que me había llevado literalmente a pensar en el suicidio. Todos los días de mi vida durante cinco años»), otros por cuestiones puramente escapistas («necesito estar ligeramente anestesiado para recuperar el entusiasmo que una vez tuve de niño»).

«¡Dios santo, no soporto el éxito! ¡Y me siento increíblemente culpable!»
Los noventa fueron, entre muchas otras cosas, la década de la autenticidad. Richey James Edwards, el desaparecido guitarrista de Manic Street Preachers, se grabó con una cuchilla en el brazo aquello de '4REAL' frente a un periodista y Kurt Cobain se pegó un tiro por haberse convertido en todo lo que odiaba. Fichó por una multinacional, desbancó a Michael Jackson de las listas de ventas y se transformó en, como él mismo decía, un «icono semidivino del pop rock americano o un producto confeso de una rebelión de elaboración corporativista». Vale que nadie se alía con el todopoderoso David Geffen y ficha a Butch Vig para limar las asperezas de 'Bleach' si no aspira a algún tipo de relevancia comercial, pero a Cobain todo aquello le sobrepasó cosa mala. «Me habéis violado mucho más de lo que os podéis llegar a imaginar», llegó a escribir en sus diarios.
«Somos el ejemplo perfecto del veinteañero medio sin educar en la Norteamérica de los noventa, sin duda»
Nirvana salieron prácticamente de la nada e hicieron diana en poco más de dos años. ¿Su secreto? Articular el descontento de una generación y dorar la píldora del nihilismo furioso de la Generación X. Su primer disco se grabó por apenas 600 dólares. El segundo lleva vendidas 30 millones de copias en todo el mundo. Destilaron lo que fuese que servían Mudhoney, Tad y los Melvis, lo mezclaron con el libro de estilo de los Pixies y, milagro, se convirtieron en plusmarquistas del himno ruidoso. Infectaron a una audiencia masiva, plantaron bandera generacional con 'Smells Like Teen Spirit' y lograron infiltrarse en las filas del mainstream con sus riffs expeditivos y su furia arrolladora. Sentaron cátedra, sí, aunque también para mal. «Las conversaciones cambiaron después de 1991. Antes, la gente compartía ideas y hablaba de música. Después de aquello, la gente hablaba de dinero y de contratos», recordaría años más tarde Ian MacKaye, de Fugazi.

«Matad a Grateful Dead»
Convertido en hombre anuncio de sí mismo, Kurt Cobain hizo de sus camisetas la mejor manera de mostrar su amor por Sonic Youth, Daniel Johnston y Flipper, sí, pero también su desprecio absoluto hacia todo lo que tuviese que ver con los viejos hippies. «Sólo me pondría una camiseta teñida a mano si estuviera hecha con la sangre de Jerry Garcia y la orina de Phil Collins», garabateó en sus diarios. Como no todo iba a ser rock psicodélico, también detestaba a Led Zeppelin y a Pearl Jam.
«El grunge está muerto. Nirvana se ha acabado»
En realidad, esto no lo dijo Cobain, sino el bajista de la banda, Chris Novoselic. Fue el 1 de marzo de 1994 en Múnich durante el que sería el último concierto de Nirvana. En aquel momento, claro, nadie lo sabía, aunque algo podía intuirse. 3.000 personas apiñadas en una antigua terminal de aeropuerto, un sonido tirando a atroz y la chistosa profecía de Novoselic: «No estamos tocando en un enorme estadio de Múnich porque nuestra carrera está en franco retroceso. El grunge está muerto. Nirvana se ha acabado». A Cobain, agotado tras una gira europea que le estaba dejando sin voz, el cuerpo le dijo basta. Bronquitis grave, laringitis y resto de la gira cancelada. En la ciudad alemana, empezaron con 'My Best Friend's Girl', una versión de los Cars, y acabaron con 'Heart-Shaped Box', la misma canción por la que, meses después, Novoselic, Dave Grohl y Pat Smear se llevaron un premio MTV al mejor videoclip de música alternativa. «Sería estúpido no decir que falta algo. Pienso en Kurt cada día», dijo Grohl al recoger el galardón. De fondo, la voz enlatada de Cobain cantando «Hey, wait, I got a new complaint» (Oye, espera, tengo una nueva queja).

«Es triste pensar cuál será el estado del rock dentro de veinte años»
En 1993, Kurt Cobain ya sospechaba que en un futuro no muy lejano habría «yonquis de la realidad virtual a los que te encontrarás muertos en el sofá de una sobredosis», así que era de esperar que no tuviese demasiada fe en el futuro del rock. Él, que había liderado sin querer (y sin saberlo) la última gran revolución del rock del siglo XX, ya intuía que a partir de ahí las cosas sólo podían ir a peor. «A los chavales ni siquiera les importa el rock tanto como antes. Ya ha quedado convertido en una mera tendencia de moda y una identidad que los chavales puedan usar como una herramienta para follar y tener vida social», dijo. Y, claro, se equivocó. Porque ahí siguen Pearl Jam, infatigables al desaliento, y ahí siguen también todas esas camisetas y sudaderas 'oversized' con el logo de Nirvana que se venden como churros en H&M. Incluso Marc Jacobs se 'inspiró' en la cara sonriente y adulterada del trío de Seattle para lanzar su colección, ojo al nombre, Grunge Bootleg Deluxe, y Converse creó una línea de zapatillas «desgastadas, tal como las llevaba Kurt Cobain» para, dijeron entonces, ofrecer «una visión poco habitual de la cabeza de este genio de la música y las letras».

«Es mejor quemarse que apagarse lentamente»
«No recordéis esto, porque es una puta mentira «, dijo Courtney Love cuanto leyó en el funeral este verso de Neil Young que cerraba la nota de suicido de Cobain. Y, en efecto, era mentira. Porque, por más que ardiese, la llama del autor de 'In Bloom' nunca ha llegado a apagarse. Ya se ha ocupado de ello una industria que lo ha mantenido la mar de ocupado todos estos años protagonizando biografías (ahí están, por citar algunas, 'Come As You Are' , de Michael Azerrad; y 'Heavier Than Heaven' y 'Here We Are Now: The Lasting Impact of Kurt Cobain' las dos de Charles R. Cross'), inspirando películas ('Last Days', de Gus Van Sant; la atroz 'Kurt & Courtney'), mercadeando con sus escritos (Courtney Love vendió sus diarios por cuatro millones de dólares) y desenterrando maquetas arcanas, tomas instrumentales de canciones mil veces oídas y grabaciones pirata de calidad pésima. En los últimos años, es cierto, el afán completista se ha visto algo mermado por lo exiguo de la producción original, pero aún cada poco así emergen nuevos estímulos: el año pasado, sin ir más lejos, se publicó una versión especial para celebrar el 30 aniversario de 'In Utero' con hasta ¡ocho! vinilos. ¿Su precio? 300 euros de nada.
«Llevo dos años sin sentir la emoción de escuchar música, ni de crear ni componer nada»
Crecido en la ética del punk, fan apasionado de grupos menores como The Vaselines y adorador primerizo de tipos peculiares como Daniel Johnston, a Cobain siempre le atormentó la posibilidad de estar haciendo música vendida al mal y al capital. «Después de todo el bombo publicitario y la atención que nos han prestado este último año, he llegado a dos conclusiones: 1) Hemos hecho un disco comercial mucho mejor que el de Poison. 2) Hay el cuádruple de periodistas de rock pésimos que de bandas de rock pésimas», escribió en sus diarios. 'In Utero', un disco áspero, incómodo y granítico, fue su intento de expurgar todo aquello y reconectar con el punk rupestre y las emociones sin adulterar. A juzgar por el lamento de su nota de suicidio, tampoco aquello acabó de funcionar.
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete