Peter Doherty: «Incluso de los momentos sombríos y destructivos han surgido cosas de las que estoy orgulloso»
El festival In-Edit estrena el documental 'Stranger In My Own Skin', retrato doméstico del auge, caída y larguísima desintoxicación del líder de The Libertines y Babyshambles
Pete Doherty, la odisea yonqui de un tarambana al que tiraban literatura rusa al escenario

A Pete Doherty, el canalla irredento que desplumó a su compañero de banda en The Libertines, sembró el pánico en el pop británico y batió casi todos los récords imaginables de plusmarquismo politoxicómano, no sólo hay que llamarlo ahora Peter, sino que a punto ... está uno, ya ven cómo cambian las cosas, de tratarlo de señor Doherty. El porte, por lo menos, acompaña: pelo encanecido asomando bajo el sombrero, mejillas de aspecto sorprendemente saludable y un carrito de bebé con, caramba, un montón de cuentos infantiles y un recién nacido dentro. «Es su primera vez en Barcelona», anuncia el extarambana mientras le hace monerías a su hija durante la entrevista. Sir (o casi) Peter Doherty, un chaval prometedor y padre del año.
Nada que ver, en cualquier caso, con el yonqui arrastrado, estrella fugaz siempre a punto de apagarse del todo, de 'Who The F***k Is Pete Doherty?', documental que pudo verse en el In-Edit de Barcelona hace la friolera de 17 años y al que el músico inglés parece responder ahora desde el mismo festival con 'Stranger In My Own Skin', de riguroso estreno este sábado. «No me había dado cuenta de que era el mismo festival», asegura el músico británico. «¿Podría esta película ser la respuesta? Sí, posiblemente. ¿Por qué no?», concede.
-«¿Es el extracto ese que he visto, donde escupes a la cámara?», le pregunta su esposa, la directora de fotografía y realizadora francesa Katia de Vidas.
-«No lo sé; fueron días caóticos», responde Doherty.
Entre ambas cintas, todo un mundo. O varios. Todos caóticos, claro. «Hay diferencias inconmensurables en mi comportamiento general, probablemente menos frenético y desesperado en torno a cuestiones como la fama y el ego», resume Doherty desde la azotea de un hotel de Barcelona. Porque 'Stranger In My Own Skin', realizada por la propia de Vidas a partir de grabaciones domésticas, captura a Ícaro en pleno vuelo: o, lo que es lo mismo, a Doherty, aprendiz de Baudelaire con punk en las venas, desplomándose de la cima del rock al infierno de las drogas y reptando hacia una larguísima rehabilitación en Tailandia, donde le vemos bailando 'The Boy With the Thorn in his Side' de The Smiths mientra sacude una bandera del país asiático. Ni pregunten.
Mejor eso, créanme, que ver a su padre haciendo coros y como que aspira por la nariz mientras Doherty canta el estribillo de 'What a Waster' («where does all the money go / straight, straight up her nose»), uno de los primeros hits de The Libertines. «Es un retrato muy íntimo de un hombre, y una exploración de lo que es ser artista, la creatividad y la drogadicción», sintetiza de Vidas.
Y por ahí van los tiros de esta historia de auge y caída en 'loop', de redención contra todo pronóstico, que llega a los cines casi al mismo tiempo que 'Un chaval prometedor' (Alianza), memorias en las que el propio Doherty da cuenta de su pasado como drogadicto casquivano, exnovio de Kate Moss, sospechoso habitual de comisarías y juzgados y, que no se diga, cabecilla de The Libertines primero y los Babyshambles después.
«Incluso los momentos que fueron realmente destructivos o sombríos dieron lugar a música realmente interesante y a cosas de las que estoy realmente orgulloso», reconoce ahora un artista (nada de 'rock star', suplica) felizmente rehabilitado y para el que no hay mejor lugar para vivir que, seamos tópicos, sus propias canciones. «Es el único lugar donde a veces me siento realmente en paz y como si de alguna manera estuviera haciendo algo positivo por el mundo», dice.
Eso, o algo bastante parecido, debe ser a lo que Jarvis Cocker se refiere en su libro 'Buen Pop, Mal Pop' como «el hormigueo». «Cuando empecé a escribir canciones a los 16 o 17 años, fue como mi pequeño triunfo personal -explica Doherty-. Fue como un logro universal, y esa sensación, ese sentir que he escrito una canción y quiero cantársela a otra persona, nunca ha cambiado». Al habla, el compositor borracho de romanticismo que siempre ha intentado llevar a la gente ahí adonde le llevaron antes a él. «Hay letras que pueden cambiar tu vida para siempre», sentencia. «Letras que hacían que The Smiths fuesen más importantes para mí que Karl Marx. O tal vez no Karl Marx, pero sí las filosofías griegas, o los existencialistas, o cualquier religión», abunda.

Las drogas, omnipresentes en el documental, tampoco faltan en la conversación, aunque Doherty se esfuerza por rebajar la mitología que el rock ha edificado sobre los supuestos beneficios creativos de castigarse el cuerpo. «Puede que te de un enfoque alternativo, escuches los sonidos de manera diferente y tengas más resistencia al estar despierto durante cinco días escribiendo muchísimo, pero la droga no ayuda a componer; luego estás dos semanas que ni siquiera puedes sostener la guitarra», ilustra.
Ahora, añade, todo consiste en sentarse con otros músicos «a esperar a que llegue la magia». «Y luego, cuando aparece algo bonito que te gusta, lo aprovechas», asegura a modo de mantra tibetano un tipo que llegó a pintar cuadros con su propia sangre y a dejarse fotografiar inyectándose heroína para pagar la siguiente dosis.
Lector apasionado de poetas malditos y franceses decimonónicos -«es como leer un hechizo», asegura-, Doherty anda estos días empapándose de los trabajos periodísticos de George Orwell. «A veces es bueno obtener un análisis básico y racional de las cosas de gente que, en medio del caos, la muerte y el totalitarismo, se ha esforzado por comprender los hechos», explica un músico cada vez más irreconocible y que lanza una última pelota fuera cuando se le pregunta si se considera un superviviente. «Todos lo somos, ¿no?», filosofa mientras aplasta en el cenicero la enésima colilla.
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