El derecho a vestir de color verde esmeralda oscuro
La ópera 'Alexina B.' de Raquel García-Tomás cosecha un éxito rotundo en su estreno en el Liceo
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Cae el telón, y el público no tarda ni medio minuto en ponerse en pie aplaudiendo a rabiar. Pasa pocas veces en la primera noche de una ópera del Liceo, muchas menos cuando se trata de un estreno absoluto y nunca, o casi nunca, ... cuando en el equipo no hay grandes nombres del circuito internacional con cachés de infarto. A ver si va a resultar que, al final, el Liceo no es un «teatro de voces», como suele decirse (sigo sin entender la expresión, por cierto), y que lo que valora el público es el talento. Porque en el estreno de 'Alexina B.' no ha habido derroche presupuestario, ni superestrellas ni, obviamente, un título conocido del manidísimo repertorio de siempre. Pero talento, lo que es talento del bueno, se ha derrochado a mansalva.
Ópera
Alexina B.

- Música: R. García-Tomás
- Intérpretes: L. Vinyes-Curtis, A. Amo, X. Sabata, E. Copons, M. Esteve. Cor Vivaldi-Petits Cantors de Catalunya; Orq del Liceo. M. Pazos, dir. escénica; E. Martínez-Izquierdo, director.
- Fecha: 18 de marzo.
- Lugar: Gran Teatro del Liceo, Barcelona.
Para empezar, el de la compositora, Raquel García-Tomás. Con paciencia de artesana e inspiración de sabia, ha hilado una partitura fascinante, con un conjunto orquestal reducido al que acompaña con música electrónica. Cuando le conviene, usa la melodía y la tonalidad para emocionar. Otras veces, experimenta, lleva al extremo los instrumentos tradicionales. Otras, juega con efectos como la reverberación y la amplificación. Todo, con el mismo objetivo que tenían Monteverdi y su camarilla: transmitir emociones. Se adivinan en ella ganas de gustar al público, pero no menos ganas de experimentar con el sonido, y demuestra que el equilibrio es posible.
La amplificación de las voces siempre suscita reticencias entre los aficionados a la lírica, pero aquí está tan bien conseguida que cumple a la perfección su cometido. Los suspiros y jadeos de las dos amantes, Alexina y Sara, tras el orgasmo de su primera noche juntas, están en la partitura, pero sin micrófono simplemente no podríamos escucharlos. Lo mismo pasa cuando Alexina es ya Abel y en una frase muy concreta nos cuenta que trabaja en los ferrocarriles de París: la mezzo Lídia Vinyes Curtis tiene que recurrir a un registro que resultaría inaudible sin amplificación, pero que nos emociona precisamente porque pese a todo, lo escuchamos. La música electrónica y los efectos sonoros están usados en la justa medida, al punto que a menudo casi ni se perciben. Se ha comedido tanto García-Tomás en el empleo de estos recursos que incluso se echa a faltar un punto de osadía, por ejemplo, cuando el coro de niñas empieza a cantar fuera del escenario o justo antes de marcharse: un 'fade-in' o un 'fade-out' quizás no estarían de más para acompañar el movimiento escénico.
La compositora ha jugado con fuentes de lo más diverso, que van de Hildegard von Bingen a Franz Liszt. De forma consciente o inconsciente, algo del 'Rosenkavalier' de Strauss resuena en la mencionada escena de la primera noche de las amantes, como también asoma Britten en los coros infantiles acompañados por el arpa o la llegada de la maestra al internado, que nos remite a 'The turn of the screw'. Bernard Hermann también se pasa a saludar desde su banda sonora para 'Psicosis' cuando se describen los pinchazos de dolor que sufre Alexina. Son referencias que resultan familiares al público de hoy, usadas con la misma maestría que celebramos en los clásicos.
El elenco supera con creces los retos que les plantea la partitura. Los que la seguimos hace tiempo sabíamos que Lídia Vinyes-Curtis es una cantante de primera categoría. Ahora ya lo sabe todo el público del Liceo, por fin. Voz bella, maestría en su uso, dicción, emisión, fraseo, musicalidad desbordante… A su lado, la burgalesa Alicia Amo luce su bello timbre y su expresividad para dar vida a Sara. Magistral Xavier Sabata en los múltiples personajes que representa, así como Elena Copons, que destaca especialmente en el aria de la madre de Alexina. Mar Esteve y el coro Vivaldi también se lucen. Ernest Martínez-Izquierdo, que asumió la responsabilidad de la dirección musical hace apenas un mes, al renunciar Josep Pons por motivos de agenda, demostró haber hecho un trabajo profundo con la partitura, además de enorme complicidad con la orquesta, los cantantes e incluso con los cuidadísimos movimientos escénicos.
La libretista Irène Gayraud y la directora de escena Marta Pazos son algo más que parte del equipo, ya que texto, música y dramaturgia se han trabajado simultáneamente, y se nota. El resultado es un espectáculo redondo, de diez en todos los sentidos. Limitarse a alabarlo como una ópera escrita por una mujer, sobre una persona intersexual resulta tan reduccionista, casi diría mezquino, como decir que 'Don Giovanni' de Mozart es importante porque va sobre un ligón y está escrita por un señor con peluca. 'Alexina B.' va mucho más allá: es una obra que interpela a todas aquellas personas que alguna vez han tenido que escuchar frases como «te apoyamos, pero que no se note, disimula, no queremos mojarnos ni tener que defenderte en público, entiéndelo». Al final de la obra, Alexina deja atrás su vestido verde esmeralda oscuro para vestir un traje verde pálido, como el resto de los personajes. Pero ella no encaja en ese color, y esto es lo que la lleva al suicidio. La obra de García-Tomás, Pazos y Gayraud es, pues, un canto a la libertad, a la conquista del derecho a vestir de verde esmeralda oscuro, al gusto de componer música contemporánea que agrade al público y lo levante de su asiento.
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