De invasión festivalera
Cada verano, miles de personas invaden los pueblos de la España profunda para ir a festivales de música independiente. Entramos en uno de los de más solera, el Sonorama de Aranda
Son jóvenes, visten a la moda (ellos con camisas de cuadros ajustadas, ellas con pantalones cortos; todos con sandalias de goma y gafas de sol) y cada verano invaden con sus tiendas de campaña, ávidos de música en directo, los más recónditos pueblos de la ... península .
Todos persiguen conciertos a buen precio de grupos independientes de aquí y de fuera, conjuntos que durante el verano también se mudan a la España profunda, a la que no tiene Metro ni aeropuertos, pero que sí ofrece una rica gastronomía de la que disfrutar durante el fin de semana y amplias explanadas en las que instalar grandes escenarios y zonas de acampada.
Cada localidad, dependiendo del evento que organiza, pone diferentes nombres a esta tribu de urbanitas exiliados. El genérico es festivalero, pero en Aranda de Duero los llaman sonorámicos. Los conocen desde hace 13 años, cuando algunos cientos de ellos acudieron a la primera edición del festival. En 2010, esta población del sur de Burgos ha visto cómo en un solo fin de semana recibía a tantos de ellos (30.000) como habitantes tiene .
El caso del Sonorama Ribera es uno de los mejores ejemplos de la transformación efímera que acarrea la organización de un festival de música: durante tres días, sus calles se llenan de escenarios y las principales instalaciones recreativas de la ciudad, además del casco histórico, son ocupadas por jóvenes recién llegados de la ciudad y que se distinguen del resto por las pulseras de colores (el salvoconducto para acceder a los conciertos) que lucen en las muñecas.
Los primeros asistentes acudien en masa por la tarde del jueves (este año, 12 de agosto), seducidos por la posibilidad de instalarse en un parque urbano convertido en improvisado camping hasta el domingo y, sobre todo, con el reclamo de un cartel repleto de los principales grupos indies del país (esos que nunca llegarán al número 1 en «Los 40») trufado de conjuntos internacionales de prestigio y alguna que otra vieja gloria.
Ocupación musical del centro
Curiosos, algunos arandinos de avanzada edad se acercan durante el día a la zona de acampada, abierta aún al público, para observar el hábitat de estos visitantes anuales. Pero no tendrán que esperar mucho para verlos a la puerta de su casa: el viernes por la mañana, desde el mediodía, los conciertos se trasladaban a la plaza del Trigo, en el corazón de la localidad, y la tribu de las pulseras ocupa en masa las calles mientras las señoras intentan avanzar con su carro de la compra entre el tumulto, camino de su portal. Otras aprovechan para quedarse un rato contemplando a los grupos que pasan por el escenario (Nixon, The New Raemon o Klaus & Kinski) hasta la hora de la comida.
Mientras, los negocios de hostelería del centro hacen su particular agosto con los sonorámicos que acuden a refrescar el paladar con cerveza o vino de la tierra y a llenar el estómago probando las especialidades locales (chorizo, morcilla y hasta un buen cordero asado). Todo hasta poco antes de la puesta de sol, cuando los festivaleros dejan de nuevo desierto el centro de la ciudad camino otra vez del recinto de conciertos (tocan Los Planetas, Standstill, The Sounds o Love Of Lesbian), lugar que no abandonarán -pese al frío- hasta bien entrada la madrugada.
El sábado, más de lo mismo (mañana de conciertos urbanos) con dos añadidos: el primero, una visita a las bodegas que horadan todo el centro, con degustación de vino, chorizo y morcilla . Un momento subterráneo en el que los sonorámicos entablan conversación, discusiones y cánticos con los jóvenes arandinos gracias a esa verborrea que sólo da el alcohol.
Después de la comida -y aquí viene el segundo de los elementos añadidos- la fiesta se traslada a las piscinas municipales . Los festivaleros acuden a ellas para refrescarse -para algunos será el primer y último baño del festival- y seguir escuchando la música de otros tres conciertos tumbados al sol. Luego, a la tienda de campaña y a la última noche de festival (Brett Anderson, Lori Meyers, Hola a Todo el Mundo, Sidonie, The Raveonettes y Delorean para cerrar la fiesta) antes de empezar a recoger los bártulos y las mochilas llenas de polvo.
La mayoría de sonorámicos abandona la ciudad castellana antes de la hora de la comida del domingo, sobre todo si el sol aprieta. El resto va dejando el lugar con un lento goteo marcado por lo que tarda en marcharse la resaca de la cabeza o por la hora de salida del bus hacia Madrid o el País Vasco. Hacia las 17.00, el éxodo es casi completo y Aranda de Duero empieza a limpiar los restos y a pensar en cómo será el Sonorama 2011. Sus organizadores, Art de Troya, ya han prometido que intentarán repetir la invasión y llenar la ciudad con tantos asistentes como este año.
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