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Triunfo del reguetón hispano en el barrio de The Who

El reguetonero colombiano J. Balvin arrasa en el teatro Shepherd’s Bush Empire apoyado por la colonia colombiana de Londres

Luis Ventoso

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En la intrahistoria del rock, Shepherd’s Bush es el barrio del Oeste de Londres donde estalló el volcán de The Who. Las bombas del Blitz de Hitler sacudieron duro allí en la guerra y andando los años se construyeron en los solares devastados torres de vivienda social. No es un lugar vistoso, aunque exuda solera musical. Allí grabaron The Beatles su primer especial para la BBC. El barrio cuenta además con un teatro de 1903, el Sheperd’s Bush Empire, con 2.000 butacas, que desde 1953 a 1994 estuvo al servicio de los espectáculos en vivo de la BBC. Hoy es una sala de conciertos de solera, por donde han pasado los Stones , Bowie , Oasis o Elton John . Pero seguramente en ninguna de esas citas se alcanzó la pasión de este domingo con una velada… ¡de reguetón colombiano!

J. Balvin, un reguetonero de Medellín de 31 años, de gira por Europa, arrolló en su parada londiense. El artista colombiana puso el cartel de «no hay billetes» en el Shepherd’s Bush Empire, ante una parroquia formada casi al completo por sus compatriotas (en Londres viven unos 30.000 colombianos), que lo veneraron, enarbolando incluso muchas banderas de su país.

Balvi, que en realidad se llama José Álvaro Osorio Balvín, es la estrella emergente del reguetón, en cuyo último disco, «Energía», colabora Pharrell Williams . Su exitosa propuesta, que ya le ha valido un Grammy latino, consiste en restarle un poco de caspa machista al género y hacerlo más pop. O dicho en sus propias palabras: «Hago un reguetón sexy, pero no vulgar, y para todas las edades».

El cantante explica que le gusta el reguetón «porque es la extensión del pueblo». Parece cierto. Mientras que el rock se ha convertido en un ejercicio de revisionismo, cuyas grandes figuras son santones que llevan décadas en cartel, en la velada de Balvin se veía un tipo de comunión emocional por parte del público que ya no se encuentra (y menos entre el frío respetable anglosajón). Todo, claro, adornado además con esas pinceladas de color un poco kistch de cierto mundo hispanoamericano: había alguna chica con pantalones cortos de lentejuelas plateadas y entre ellos abundaban las viseras de béisbol, o los peinados rompedores de laterales afeitados coronados por un barroco tupé. Los móviles echaban humo ante los recitados de Balvin, cuyas canciones son todas de ritmo casi clónico, y cuyas letras son de este pelaje: «Si necesitas reguetón, ¡dale! / sigue bailando, mami, no pares». La parroquia balviniana lo grababa todo con sus teléfonos «selulares» y las tres plantas del teatro movían la cadera.

Balvin hizo gala en Londres de un gusto textil un tanto discutible: cazadora de damero blanca y negra, camiseta de bandas horizontales, vaqueros ceñidos para unas piernas fornidas y botas de tacón con incrustaciones de brillos. Lo acompañaba una banda de bajo, batería, guitarra, teclados y una gran mesa de bases pre programadas, donde un rapero y corista le hacía la segunda voz. El espectáculo se completaba con jóvenes bailarines de sudaderas de capuchas y movimientos sincopados de escuela hip-hop. Balvin, algo más potolillo, seguía como podía las coreografías. Su gran truco escénico consistía en pararse en seco, mirar al público retador sin decir nada, y luego hacer un gesto pidiendo apoyo. Huelga decir que la respuesta era de rendición atronadora.

A diferencia de lo que sucede actualmente con muchos artistas españoles, renuentes a invocar a su país cuando actúan fuera ante un público mayormente español, Balvin sí hizo una apelación patriótica. En la tercera canción declaró su amor por Colombia, que recibió un aplauso orgulloso. Todas las canciones fueron en español, aunque dirigió unas frases en inglés de agradecimiento al público local por asistir, aunque poco británico había allí. Solo se hablaba castellano el domingo en el venerable Shepherd’s Bush Empire.

El triunfo del reguetonero en Londres se ha repetido en Italia, Holanda, Alemania y Suiza, donde alguna de sus canciones, como «Ginza», se han convertido en himnos de la subcultura de las discotecas, incluso en Turquía y Bulgaria.

Fascinados con lo anglosajón hasta lindar el papanatismo, la crítica convencional en España suele desdeñarse el reguetón, que no deja de ser una exitosa creación de la cultura latina. Nació en Panamá, a comienzos de los noventa, como una fusión del reggae y el rap, pasado por el tamiz de la cultura hispanoamericana y con unas letras rompedoras, de fuerte carga sexual y también sexista. Pero la gran eclosión como fenómeno de ventas llegó en 2005, con «Barrio fino», del portorriqueño Daddy Yankee, hoy de 39 años, que viene a ser el Elvis del género, con 18 millones de discos vendidos en todo el mundo, aunque seguramente la mayoría de los españoles no saben ni quién es. En Daddy Yankee se inspiró J. Balvin, que empezó con el rock, impresionado por Nirvana y Metallica, pero que pronto giró al reguetón, «la música del pueblo».

Balvin le ha quitado sus aristas machistas al reguetón –en su país la prensa cotillea sobre la orientación sexual del propio músico- y hasta se ha presentado a cantar en el festival italiano de Sanremo. «A mí me gusta, e ella le gusta», frasea hasta la saciedad en una de sus canciones. Y después de verlo en acción no cabe duda: a su público le gusta. Y mucho. Su objetivo es el mercado estadounidense. Sabe que pueden entrar hablando castellano porque allí viven –Trump mediante- más de cincuenta millones de hispanoamericanos.

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