El Louvre restringe la entrada a 30.000 visitantes diarios para frenar la masificación

Desde hace años, la entrada por la escalera de la gran pirámide de vidrio, o por las antiguas entradas de la 'rue' de Rivoli, se había transformado en una pesadilla para los turistas mejor intencionados y dispuestos.

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Ángel Gómez Fuentes

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Las colas podían tener varios centenares de metros, con una hora de espera, con relativa frecuencia. Una vez dentro del museo, el turista que aspirase a descubrir obras legendarias, como la Gioconda, todavía tenía que volver a ponerse en cola, para poder contemplar brevemente obras maestras, sometidas a un control policial muy estricto.

Hace tres años, la dirección del Louvre comenzó a imaginar algunas reformas que mejorasen el acceso. El escándalo del tráfico de antigüedades y la pandemia mundial del Covid-19 retrasaron la entrada en vigor de un cupo limitado de turistas.

Laurence des Cars, la nueva presidenta, ha anunciado personalmente la entrada en vigor de una cuota de 30.000 visitantes diarios. Des Cars ha acompañado el anuncio con un amable rosario de declaraciones de buena voluntad: «Deseamos devolver al museo una entrada y acogida más eficaz. Al mismo tiempo, el museo estará abierto una hora más, por las tardes. Y se ha puesto en marcha una política de modernización generalizada, a todos los niveles«.

Antigua residencia real, el Louvre, como muchos otros museos nacionales e internacionales, ha sido víctima del turismo de masas. En su día, la entrada histórica por la «rue» de Rivoli se convirtió en un delirio. Tras la inauguración de la pirámide de vidrio en 1988-1989, concebida por el arquitecto estadounidense de origen chino Ieoh Ming Pei en el Jardín de las Tuileries, el acceso al museo sufrió un respiro de varios años. Hasta que el crecimiento de visitantes transformó los antiguos jardines reales en una suerte de 'parking' turístico. Las colas interminables ante las históricas piedras del museo daban una imagen pasablemente ingrata de entrada al gran arte museístico.

Una vez en los pasillos del museo, el turista debe escoger entre las colas para ver la Gioconda, las colas para comprar un bocata, las colas para comprar recuerdos o las colas para entrar en los mingitorios.

Sin duda, la Gioconda, la Victoria de Samotracia, o las grandes obras canónicas, merecían y merecen esos y muchos otros sacrificios. Pero el 'espectáculo' humano amenazaba con la calidad de la imagen museística.

Limitando a 30.000 las visitas diarias, con reserva previa, la muy inmensa mayoría, la dirección del Louvre espera limitar, acotar o frenar la penosa imagen de la masificación. Veremos.