Noche en el Museo del Prado con Javier Sierra: «Los fantasmas son comunes en las grandes pinacotecas»
El escritor publica 'El plan maestro' (Planeta), una novela en la que busca mensajes ocultos en las grandes obras de la historia del arte
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Javier Sierra (Teruel, 1971) pertenece a ese selecto club de escritores que han convertido la publicación de cada nuevo libro en un acontecimiento, o al menos en una gran apuesta editorial: con 'El plan maestro' (Planeta), que sale mañana a la venta con una tirada inicial de 250.000 ejemplares, el autor ha juntado a una treintena de periodistas en el Museo del Prado para recorrerlo a puerta cerrada y explicar algunos de los mensajes ocultos en sus cuadros, siempre de significado difuso, que ha utilizado en esta novela, con la que el hombre sigue ampliando ese reino del misterio que es su obra, y que tan bien le funciona. Sierra, uno de los rostros habituales de 'Cuarto milenio', comunicador de larga trayectoria, premio Planeta en 2017 con 'El fuego invisible', fue el primer español en colarse en la lista del 'New York Times' de los diez libros más vendidos del año en Estados Unidos (lo hizo con 'La cena secreta'). Hasta la fecha, aseguran desde su editorial, ha vendido más de siete millones de ejemplares. Esa es su liga.
«Yo no veo cuadros, yo veo novelas», suelta Sierra al poco de entrar en el Museo del Prado y presentarse como chamán por una noche: eso quiere ser, insiste, un guía que utiliza las imágenes para contar historias, para ampliar miradas. «Los cuadros necesitan cuentos que los acompañen, necesitan relatos. Sin relatos, los cuadros no son nada, no son más que una imagen pasajera que olvidas igual que un post en Instagram». Y ahí va el primero. Es 1990 y Javier Sierra es un estudiante de periodismo que pasa las tardes en el Prado, fascinado. Un día, frente a 'La perla', de Rafael, un extraño se le acerca y empieza a decirle cómo tiene que mirar las pinturas, en qué se tiene que detener: «Hay que fijarse en las miradas en las miradas para comprender la intención del artista». Nunca supo su nombre, nunca volvió a verlo, nunca lo olvidó.
«Luego descubrí, porque eso no lo sabía entonces, que ese tipo de apariciones de, entre comillas, fantasmas en los museos son comunes en algunas grandes pinacotecas. El Louvre, por ejemplo, tiene un fantasma propio que se llama Belfegor, al que le dedicaron en los años sesenta una serie de televisión que se hizo muy famosa. En los Uffizi tienen también uno de estos fantasmas», cuenta Sierra a ABC. «Por cierto: en 'La primavera', de Botticelli, que está en los Uffizi, precisamente, en medio del lienzo hay dos pulmones humanos disimulados en las ramas del follaje. Pero Botticelli, teóricamente, no pudo haber visto nunca unos pulmones porque estaba prohibido hacer autopsias a los cadáveres. Eso era necromancia, estaba perseguidísimo. Sin embargo, Botticelli participó sin duda en una autopsia. Y lo quiso encriptar de esa manera para los iniciados en su pintura». Luego dirá que también Miguel Ángel escondió un cerebro humano en la capa de Dios en 'La creación de Adán', como sugiriendo que Dios era una idea…
Veintitrés años después de aquel misterioso encuentro en el Prado, el extraño sin nombre se convirtió en el doctor Fovel, uno de los personajes de 'El maestro del Prado' que también aparece en 'El plan maestro'. «Lo curioso es que después descubrí que en 'La perla', de Rafael, hay un tronco seco en una esquina. Había visto el cuadro cientos de veces, pero no me había percatado de ese detalle. Y en ese tronco seco, además, puede verse una 'F' mayúscula. Y esa inicial no es del artista ni del mecenas. Será la 'F' de Fauvel», bromea.
En la sala 56A del Prado, Sierra se explaya ante el 'Jardín de las delicias', de El Bosco. Dice: «Los desnudos de este cuadro eran una provocación». Dice: «En esta sala los vigilantes cuentan que se sienten vigilados, como si alguien los mirara incluso cuando el museo se queda vacío y siguen patrullándolo. Y la verdad es que es así. Alguien los mira en esta sala. El Bosco disfrazó un ojo gigante dentro de la composición de 'El jardín de las delicias'. Él quería dar a entender instintivamente que la pintura te mira… El ojo está en la tabla central. En la parte del lago superior, que tiene una forma oblonga y tiene esa fuente azul en el centro, que es una pupila. Si lo ves desde lejos y de refilón, es un ojo y la pupila te sigue». Al poco, Sierra señala una piedra en la parte izquierdo. «Cuando Dalí vio esto, dijo: 'El Bosco me profetizó'». Con un poco de imaginación o intención la piedra podría ser el perfil más o menos surrealista de Dalí. Y en 'El carro de heno' hay un hombre pez que le recuerda el mito de Oannes, que se conoció en Europa mucho después de la muerte de El Bosco…
De camino a las pinturas negras, de Goya, Sierra se detiene brevemente ante 'El descendimiento', de Van der Weyden: «Le tengo tanto respeto que no me atrevo a escribir de él». Al minuto, dice: «En el Prado no hay sala trece, como no hay fila trece en los aviones». Al fin, ya rodeado de Goyas, evoca una anécdota que le contó un lector llamado Luis Oliva. «Su madre salía con un vigilante del Prado. Eran otros tiempos y el niño jugaba por aquí, por este museo, todas las tardes». Un día, en un despiste, el museo cerró y él se quedó dentro. Cuando los adultos se dieron cuenta y lo fueron a buscar, él juró que el 'Perro semihundido' de Goya se giró y lo miró a los ojos. Pero ahora el perro parece inocente.
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