José F. Peláez: «El dolor te hace empático; si no hay fracaso, los textos son malos»
El columnista de ABC publica 'Ya estoy escrito', un libro en el que reúne los destellos de una década
La ventana de Delibes
José F. Peláez, retratado tras la charla con ABC
José F. Peláez se estrenó en el columnismo escribiendo contra el verano. Eso forja un carácter, un humor, una mirada. Fue hace diez años, un 18 de julio, y firmó el texto como Magnífico Margarito. Luego llegaron otros muchos, muchísimos, sobre el verano y ... sobre el resto de las cosas de este mundo. Ahora el columnista de ABC reúne los mejores en 'Ya estoy escrito' (Península), que es un autorretrato y un paisaje, esto es, un fresco de la década que lleva juntando ideas, destellos, sufrimientos y placeres. Un libro para leer con gafas de sol. O sin ellas.
—Entonces, ¿qué pasa con el verano?
—[Ríe] No me gusta el verano. Tampoco me gustan las vacaciones en general, como concepto. Me aburro, no sé qué hacer. Lo que me gusta es no trabajar, pero mientras el mundo está trabajando. Eso sí. Pero las vacaciones institucionalizadas no las soporto. Aunque creo que es porque soy pobre. Sospecho que si fuera rico me molaría mucho más. Si te vas a Saint-Tropez y tienes un yate y una corte de gente que te hace la comida, sospecho que el verano tiene que ser algo mejor.
—Cuenta en la introducción que empezó a escribir con el divorcio.
—El divorcio es una putada, como todos los desamores. Cuando tienes un problema familiar de ese tipo no puedes trabajar. Entras en un ensimismamiento brutal, en una introspección brutal. Los psicoanalistas dicen que ante una herida, ante un desgarro, es como que el ego se escinde. Una de las dos partes hace necrosis y muere. Y la otra sale reforzada, como cuando podas una planta. Y esa parte que salió de mí fue un escritor. Yo no había escrito jamás y empecé a escribir. Y hasta aquí.
—Así que la vocación nació del dolor.
—Sí, y sobre todo desde la necesidad de expresarme. Y del fracaso. A medida que forjé el personaje literario forjé también la persona…. Es que te lees y empiezas a ver quién eres. Y es como si nunca te hubieras visto en un espejo. Es importante quitarse los brillos de la cara. Hablar desde el éxito, desde la arrogancia: eso yo creo que hace columnistas muy malos. Cuando has sufrido empiezas a identificar el dolor en los demás y a ser bastante indulgente, bastante empático. Si no hay fracaso, los textos son malos.
—Llegó al columnismo tarde. ¿Ha sido una ventaja?
—Claro. Las primeras quinientas columnas hay que quemarlas. Pero hay que hacerlas, ¿eh? Hay que cometer esos errores, no puedes ir de la primera etapa a la séptima. Si hubiera hecho mis primeras columnas en prensa no estaría aquí, seguramente. Porque eso hubiera sido muy malo. Además, cuando triunfas con veinte a los cuarenta y cinco parece que estás acabado.
—Casi no hay política en el libro. O mejor: casi no hay políticos. Hay intimidad, costumbrismo.
—La gente está muy cansada de la política. Yo reivindico que el columnismo es una reflexión sobre lo que está pasando. Y que la actualidad es mucho más que política. Hay niños, hay viejos, hay soledades, hay fracasos, hay gente con problemas, hay bares, hay restaurantes, hay exposiciones… Y nos estamos perdiendo eso por mirar a Pedro Sánchez. Las columnas muy pegadas a la actualidad tienen los días contados.
—En el libro hay una búsqueda del estilo constante. ¿Se opina con el estilo, como sostiene Rodrigo Cortés?
—Hay que ir duchado por la vida y oliendo bien. ¿Por qué? Porque sí. Porque intentar separar el fondo de la forma no sólo es imposible, sino que además es ridículo. Al decir las cosas de una manera, ya estás diciendo aquello en lo que crees.
—Pero el estilo también tiene sus críticos.
—Todos los que critican el columnismo literario tienen una cosa en común, y es que no saben escribir. No falla.
—Decía Jabois que tenemos que hacer periódicos más divertidos. ¿Nos falta humor?
—Yo creo que nos tomamos demasiado en serio. Y eso se soluciona bajándote del púlpito y dejando de tratarte a ti mismo de un modo tan serio. Es como aquel que escribía diciendo: ya verás cuando se enteran en el Kremlin... Hay que echarle más humor a esto, aligerarlo. Además, en el fondo el humor también es opinión. Es una forma de quitar importancia a lo que dice Patxi López. Y es opinión porque estás quitando relevancia a lo que el político cree que es muy relevante.
—El verano pasado sufrió un linchamiento por un artículo irónico, 'Sentido homenaje al español veraneante'. ¿Estamos enfermos de literalidad?
—La literalidad es muy triste. A mí aquello me pilló un poco de sorpresa. Era un texto ligerito, de verano. Y de pronto me encuentro con que era un problema nacional. Fueron cientos de miles de respuestas. Cientos de miles. Y mi madre llorando, mi hija llorando. Y gente diciendo: ojalá tu madre sufra en sus carnes el machismo. Unas cosas… Entiendo la crítica, pero no es normal que la gente desee tu muerte veinte veces al día.
—Ahora ya no está en Twitter. ¿Fue por eso?
—Sigo teniendo la cuenta, pero solo para poner las columnas o los actos a los que voy. Utilizo a Twitter, y no Twitter a mí. Y lo dejé porque estaba empezando a elegir los temas de mis columnas en función de polémicas tuiteras, de pijadas. Es muy sano alejarse de eso.