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LA SUERTE CONTRARIA

La ventana de Delibes

Delibes no era solo un escritor. Para mí, Delibes también era un vecino

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José F. Peláez

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Cada día, al despertarme, abro todas las ventanas de la casa. Es algo que no tiene sentido, también se puede ventilar desde el sosiego y sin esa precipitación de quien recorre habitaciones como quien pasa revista a su TOC. Y, sobre todo, se puede ventilar ... a una hora con mejor temperatura. En Valladolid, en enero y a las siete de la mañana, el frío no es solamente un concepto meteorológico: es un género literario. Así que la última ventana la abro como Jon Nieve en lo más alto del Muro. Saco la cabeza buscando el aire limpio de un nuevo día y recuerdo lo bien que huele Castilla. El frío entra por el pasillo y lo renueva todo. Desde esa última ventana, se ve la casa de Delibes. La miro cada día, sin ningún objetivo concreto. Es una especie de tradición que me hace recordar, de golpe, quien soy, de dónde vengo y cuales son las normas. Porque Delibes no era solo un escritor. Para mí, Delibes también era un vecino. Durante toda mi vida lo he visto caminando por el barrio con ese estilo tan particular, a grandes zancadas, con las manos cruzadas por detrás, con su gorra verde de cazador y esas gafas pasadas de moda que siempre miraban al suelo.

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