LIBROS
Consuelo Triviño: «A España le debo lo que soy»
ENTREVISTA
La escritora colombiana afincada en nuestro país conversa con ABC sobre varios asuntos: la inmigración, su proceso creativo, su obra..., y desvela las claves de su último libro
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Iniciar sesiónLa autora colombiana afincada en España es una de las voces más sobresalientes de la literatura en español. Narradora, docente, ensayista, crítica literaria y editora —recientemente ha aparecido una edición crítica de 'Yngermina o la hija de Calamar', de Juan José Nieto, la primera ... novela de las letras de su país—.
Entre sus obras se encuentran las novelas 'Prohibido salir a la calle', 'Transterrados' y 'Ventana o pasillo'. Su último libro es 'Todo es cuento' (Seix Barral), recopilación de relatos, un género que cultiva con maestría
—¿Cómo se ha ido gestando esta obra? ¿Son cuentos inéditos?
—Incluye inéditos y otros ya publicados anteriormente, y ahora muy revisados. Es una selección que abarca en torno al 30% o un poco más de toda mi producción en el relato.
—¿Se siente usted cómoda en este género?
—El cuento es exigente y en absoluto un género menor, como a veces se quiere dar a entender. Es un género muy hermoso, con mucha fuerza y estoy de acuerdo con Anderson Imbert cuando señala que esta fuerza radica en que tiene la forma de los impulsos de la vida. De quien lo escribe y del que lo lee.
—¿Cuál ha sido su criterio de selección?
—Precisamente que cada cuento estuviera en relación con un momento de mi vida y trayectoria literaria. Es un género que, a mi juicio, conlleva una especial implicación emocional. Tengo un reto con el cuento. Para mí, el cuento es, según mi experiencia, un género químicamente puro, porque yo los viví y los padecí y les di forma antes de mis 18 años. Y me quedé bajo esa vibración y esa tensión de cómo va surgiendo un cuento. Después, escribí otros que me podían dar placer o que podían ser divertidos o con un guiño al lector. Pero no volví nunca a sentir lo que sentí con 18 años.
En esos primeros cuentos me iba la vida o parte de la vida, era la sensación que tenía. Y además en ese instante, pensaba qué voy a escribir si no me ha pasado nada, si a mí jamás me pasa nada. Por Dios, que me pase algo para poder contarlo. Y entonces era ir a la búsqueda entre la experiencia, la vida y el arte de contar. Tras 20, 30, 40 años de esa sensación ya no soy la misma, quien escribió esos relatos está muy lejos y por eso he jugado mucho con la idea de que alguien quiere escribir un cuento, como reflejo en el primer texto del libro, 'Voy a escribir un cuento'. Es como el cuento de alguien que desea escribir un cuento. Entonces, en ese cuento de alguien que quiere escribir un cuento, se le da la vuelta y es escribirlo desde el otro lado. No desde la persona que vive, sufre y padece sino desde la persona que observa a esa otra que está viviendo, sufriendo y padeciendo un cuento, porque más que escribir un cuento era como padecer un cuento. Es darle una vuelta a mi obra y un giro que quizá me permite a mí reencontrarme con el género, claro, pero desde otro ángulo.
—Buena parte los protagonizan personajes femeninos…
—Sí. Ese es uno de sus nexos de unión. También el que están inmersas en un momento particular de sus vidas, en ocasiones complicado. Son mujeres de variada condición y profesiones, en las que exploro sus sentimientos, anhelos, frustraciones. Y todas de alguna manera se preguntan quiénes son, en qué situación se encuentran y hacia dónde se dirigen.
«El cuento conlleva una especial implicación emocional. Tengo un reto con él»
—Hay varios autores que han elaborado una suerte de instrucciones sobre cómo escribir un cuento. ¿Para usted existe alguna fórmula para el cuento perfecto?
—Bueno, hay una conferencia de Cortázar que cito mucho, que se titula 'Algunos aspectos del cuento'. Entre otras reflexiones, dice que la novela gana por puntos y que el cuento gana por un gol. Yo pienso que al cuento hay que darle vueltas y esperar y después de que pase tiempo mirarlo, pero a veces tenemos tanta urgencia que lo primero que escribimos lo publicamos o lo mandamos a un concurso. Entonces el cuento tiene un destino, pero luego lo volvemos a leer y le encontramos otras aristas en las que no habíamos pensado o le quitamos otros ángulos que nos parece que sobran. En los cuentos míos de este libro he hecho una poda impresionante. Es como tener un árbol lleno de hojas y hay que podarlo. Hay cuentos que eran de 10 páginas, y se quedaron convertidos en 6. Quite algunas adherencias, u hojas que ya estaban secas, dejar este árbol más esbelto, quizás.
—¿Esa labor es dolorosa?
—A veces da un poco de pena, pero es muy necesaria. También lo he hecho ahora en la última versión de mi novela 'La semilla de la ira'. Porque es una novela que tiene mucho de juego literario. Fue para mí muy placentero sumergirme en el lenguaje del modernismo, pero me pregunté si no sería conveniente comprimir, que el juego no se extendiese, pues no hay que olvidar que a veces en literatura acaba siendo más importante lo que no se dice que lo que se dice. Y fui en este sentido en mi revisión.
—¿De entre los que componen el volumen, elegiría, recomendaría alguno en especial?
—Es difícil, pero aconsejaría 'Yo la maté'. Creo que su arranque: «Esa chica mató a sus amigas y se fue. Nadie volvió a saber de ella» despierta el interés. También 'Los motivos del lobo', que se inspira en un poema de Rubén Darío, y que está concebido a modo de fábula. Asimismo 'La casa imposible' y '¡Mamá, ven a recogerme!'
—Precisamente en 'Yo la maté', con ese comienzo impactante leemos: «Escribir me produce un dolor tan insoportable como el de las caries, acercándose al nervio para horadarme la cabeza». ¿También es así para usted?
—Al escribir sacas algo que hay dentro de ti, pero no solamente como los escritores realistas, que te describen la realidad o los autores naturalistas que exponen una teoría para dar una explicación científica de las pasiones humanas o el comportamiento de los personajes. Los escritores decadentistas se alimentan del arte y consideran que el arte no tiene nada que ver con la realidad, que el arte se nutre del arte y entonces tenemos a toda esa lista de autores para los que la literatura es prácticamente puro artificio, y luego vienen las vanguardias que rompen todos los conceptos de realismo, incluso la noción de belleza y claro, ante esos movimientos estéticos, una se pregunta dónde se posiciona.
«Lo más doloroso es que a menudo las familias de los inmigrantes no son conscientes del sacrificio que ha supuesto enviarles dinero»
—¿Dónde se sitúa usted?
—Ya no puedo ser un estrictamente realista, porque ya no puedo dar cuenta de la realidad de esa manera tan minuciosa como lo hacían los escritores franceses del siglo XIX. Es más, pienso, por ejemplo, en Proust que, por ejemplo, señalaba qué hacen los hermanos Goncourt cuando entran en un salón, te explican todo lo que hay en él: las alfombras, los tapices, la disposición de las sillas, la luz que entra, los cortinajes. Todo eso con tanta minuciosidad, es tan vívido que parece que estás dentro de ese sitio. Entonces Proust decía, bueno, y eso para qué sirve, eso para qué. Eso solamente tiene sentido si permite llegar a unas conclusiones o te va a llevar a una idea, y una conclusión.
La descripción realista sola no es suficiente. Tiene que haber una operación del pensamiento, algo de reflexión y algo de conocimiento que ilumine al lector. Proust en 'En busca del tiempo perdido', recurre también a la descripción, pero debes tener mucha paciencia porque después de todas esas páginas, de repente, te ilumina con una idea. Y te dices, ¡madre mía!, aquello conducía a esto, esa es la gran diferencia con los realistas, lo cual no quiere decir que no haya magníficos escritores realistas, como, por ejemplo, Benito Pérez Galdós, que tiene también una parte experimental, en la que es menos realista. Y luego ves a Unamuno con tanto de experimentalismo en 'Niebla', elogiado por Cortázar. No es que piense en todo esto cuando escribo, escribo a partir de cosas muy primarias, y soy bastante caótica. Pero, no obstante, todo está presente. Por eso es complicado, posicionarse claramente en una corriente.
—¿En qué se apoya fundamentalmente para la creación?
—Sobre todo en experiencias, en algo que me llame la atención, en obsesiones, todos las tenemos. Parto de una necesidad muy profunda, en el proceso de escritura me implico mucho, muy intensamente.
—¿Cuándo le asalta una idea, un recuerdo… desde el principio sabe si se convertirá en cuento o en novela?
—Muchos escritores tienen digamos el truco de que un cuento dio lugar a una novela. Por ejemplo, yo escribí el relato 'Giro y no dejo de girar', incluido en 'Todo es cuento', que es sobre una joven que emigra con la intención de ser artista, hacer teatro… Y se encuentra aquí con la dura realidad de la inmigración, y tiene que buscarse la vida. No está preparada para ello, para desempeñar oficios menos glamurosos. Entonces, empieza a trabajar en un 'Showgirl' como chica de alterne. En ella resumo el problema de la emigración, los que vienen aquí a trabajar y mandar dinero a su familia. Pero lo más doloroso es que a menudo ese dinero se pierde en el camino, porque nunca las familias lo aprovechan bien ni son absolutamente conscientes del sacrificio que ha supuesto para quien lo envía, y que constituyen en Colombia, por ejemplo, una parte muy grande del presupuesto nacional, en torno al 12 por ciento.
La protagonista de mi relato se da cuenta de que le han mentido, de que el dinero no se empleó para lo que le habían dicho. Cuando vuelve, ve que no está la casa que la madre y sus hermanos le habían prometido que iban a construir. Todo es muy triste, y ni siquiera el hijo que había dejado allí la quiere. Este relato es el punto de partida de mi novela 'Transterrados', donde recupero precisamente como personaje a la protagonista de 'Giro y no dejo de girar'.
«La literatura española e hispanoamericana forman parte de las letras en español, unas de las más ricas y potentes del mundo»
—Conoce usted muy bien la emigración…
—Durante mucho tiempo para mi trabajo en el Instituto Cervantes, iba a su sede en Alcalá de Henares, y tomaba el tren todos los días desde Atocha. Por cierto, vivo de milagro porque cuando el atentado yo estaba en Argel en un congreso sobre Borges, pronunciando una conferencia. En ese tren iba la clase trabajadora, y se fue llenando de rumanos y de emigrantes de otras nacionalidades. Y vi a muchas chicas que trabajaban en los bares de alterne. En el tren tuve tiempo de pensar mucho en la cuestión de la emigración.
—Desde otro punto de vista, muy diferente al de su propia experiencia… ¿Usted se sintió bien acogida aquí?
—Hay luces y sombras, pero, en general, muy bien. Y hay que recordar que cuando yo vine a España no había prácticamente emigración. Luego empezaron a llegar emigrantes huyendo de la violencia del narcotráfico y de las FARC. Vine a hacer mi doctorado en el año 1982 sobre mi compatriota José María Vargas Vila, sobre quien después escribí la novela 'La semilla de la ira'. En principio, iba a volver a Colombia, pero decidí quedarme.
—¿No se arrepiente nunca de haberse quedado?
—Mi arraigo en España es profundo, pues yo le debo a España lo que soy. Adoro este país porque no olvido que me dieron la oportunidad de competir por un trabajo en un organismo público, en un concurso, al que se presentaron muchos candidatos. El haber estado trabajando 25 años en el Cervantes ha sido para mí motivo de orgullo. Y en España he conocido a mucha gente que me ha aportado mucho, personal e intelectualmente, como el escritor y catedrático Jorge Urrutia, que ahora es mi marido. A veces, claro está, siento una cierta nostalgia -de vez en cuando viajo a Colombia, donde tengo familia-, y escucho vallenatos, a pesar de que no me gusta este tipo de música.
—¿Cree que hay plena relación entre la literatura española y la Hispanoamérica? Por ejemplo, parece que aquí no llega mucho de lo que se publica al otro lado del Atlántico, y viceversa.
—La hay, pero quizá no suficiente, cuando, en realidad, una y otra forman parte, sin hacer diferencias, de la literatura en español, que es una de las más ricas y potentes del mundo. Tenemos mucho en común y compartimos una lengua maravillosa. A veces el desconocimiento se produce por políticas editoriales, que quizá sería bueno revisar.
—¿Cuáles serían sus autores predilectos?
—Numerosos y variados. Aunque en general no toda la obra de un autor, sino más bien títulos concretos. Por ejemplo, 'El túnel', de Ernesto Sabato. Hay cosas que yo no me podría explicar de mí misma como escritora si no hubiera leído ese libro y se lo di a leer a mucha gente joven. Pienso que puede captar para la literatura a muchas personas. Y 'Recuerdos del porvenir', de Elena Garro, una autora que debería ser más valorada. También creo que habría que rescatar al chileno Carlos Droguett y su novela 'Patas de perro'. Me marcó mucho 'El lobo estepario', de Herman Hesse. También me parece una novela extraordinaria 'La tía Águeda', de Adelaida García Morales, una mujer de gran sensibilidad. Y 'El juguete rabioso', de Roberto Arlt, y su magnífico cuento 'El jorobadito'. La lista resultaría interminable.
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