LIBROS

Carmen Posadas: «Lo políticamente correcto es como la Inquisición»

Entrevista

La escritora publica 'El misterioso caso del impostor del Titanic' (Espasa). homenaje a la novela de detectives clásica. En ella se embarca en el trasatlántico pero no naufraga

Otros textos de Carmen R. Santos en ABC

Carmen Posadas, escritora uruguaya afincada en España José Ramón Ladra

El Titanic se hundió en las aguas del Atlántico la noche del 14 al 15 de abril de 1912. En el que se tildó como 'barco insumergible', trágica ironía a tenor de lo sucedido, viajaban diez españoles, de los cuales sobrevivieron siete.

Ha transcurrido ... más de un siglo de la mayor catástrofe marítima en tiempos de paz. Pero hoy lo ocurrido sigue fascinando, quizá porque, más allá de suponer el fin de una época -no olvidemos que dos años después del naufragio estalla la Primera Guerra Mundial-, simboliza la fragilidad de los sueños y empresas humanos y la inclemencia de los fenómenos naturales.

De esa atracción participa Carmen Posadas, autora de 'Pequeñas infamias', 'La cinta roja', 'La maestra de títeres' y 'Licencia para espiar', entre otros títulos, que acaba de publicar 'El misterioso caso del impostor del Titanic' (Espasa).

—¿Por qué el Titanic?

—Desde niña el Titanic ha sido una de mis fascinaciones. Siempre quise escribir algo relacionado con él. Pero ha hecho correr ríos de tinta, por lo que resultaba complicado encontrar un enfoque novedoso, ya que no quería reflejar simplemente lo que de una manera u otra es más o menos sabido.

—¿Y por fin lo halló?

—El azar vino en mi ayuda. En una cena coincidí con el juez Manuel Marchena. El magistrado me contó la anécdota verídica de 'el moscardón', con la que arranca mi novela. Me relató que un día una dama de la alta sociedad, madre de una de las víctimas españolas, tuvo la intuición de que su hijo se había embarcado en el Titanic, y había muerto, cuando una mosca cayó en su sopa, algo inaudito en su impoluta mansión. Y, angustiada, se preguntó si sería cierta la premonición, a pesar de que recibía postales enviadas desde París por su hijo cuando ya se había producido el naufragio. Esto fue la espoleta de salida y el comienzo de mis investigaciones.

—¿Cómo fueron?

-Empecé a leer varios libros, como, entre otros, 'Los españoles del Titanic', ensayo de Javier Reyero, Cristina Mosquera y Nacho Montero. Y descubrí algo terrible: algunos familiares de víctimas, cuyos cuerpos no aparecieron, tomaron la decisión de comprar un cadáver y hacerlo pasar por el desaparecido por cuestiones de herencias, nuevos casamientos… Sobre esto elaboro mi novela, en la que de pronto, pasado mucho tiempo, llega un desaparecido, Armando Olmedo, trasunto del comerciante avilesino Servando Ovies, una figura real que pereció en el hundimiento del Titanic. Revoluciona a su familia que se interroga, entre la incredulidad y la esperanza, si será o no un impostor.

—En su novela hay muchos detalles curiosos, sorprendentes y poco conocidos...

—Sí, eso es lo que me propuse. Tanto en lo que se refiere al Titanic como a la parte que se desarrolla en Cuba, a donde emigraron muchos menores españoles que, lejos de lo que se les prometió, se encontraron con unas penosas condiciones. Fueron los 'menas' de ese momento. En mi tarea de rastreo de detalles, tuve la inestimable colaboración de mi nieto adolescente, Jaime Abarca Ruiz del Cueto, un 'crack' en internet, a quien dedico la novela.

—Convierte usted a doña Emilia Pardo Bazán en detective...

—Me fascina doña Emilia, quien precisamente en ABC escribió algún artículo sobre los supervivientes del Titanic. Es brillante, perspicaz, a la altura de su enamorado Benito Pérez Galdós, con el que tuvo una relación que traspasaba lo amoroso y sexual. Se respetaban y apreciaban intelectualmente. Me atrevería a decir que doña Emilia tiene más matices que Galdós y un gran y personal sentido del humor. Además de, con 'La gota de sangre', ser pionera en la novela policiaca escrita por una mujer y no solo en la literatura española. A Pardo Bazán, como a mí, le encantaba la crónica negra. Cuando llegué a España, fui una voraz lectora de 'El Caso'. Recuerdo especialmente la historia de una niña que casi como un juego envenenó a sus hermanos. Y ¿sabe usted como se llamaba el angelito? Piedad. He querido rendir homenaje a la novela de detectives clásica.

Imagen de la muestra 'La leyenda del Titanic'

—Y cobra vida un personaje de 'La gota de sangre', Ignacio Selva, que colabora con doña Emilia en las pesquisas...

—Me venía muy a propósito. En 'La gota de sangre' es un detective aficionado, y un poco tarambana, y aquí aprende mucho con doña Emilia. Y no solo sobre la resolución del caso. También sobre literatura, pues Selva está pensando en escribir novelas, y hasta sobre la existencia, el mundo y las personas. Y mucha gente siente a los personajes ficticios como reales. Es llamativo que Julieta y Sherlock Holmes reciben un sinfín de cartas.

—Doña Emilia le dice a Selva que no pocas veces los artistas más insignes son despreciables como personas, pero no estaría a favor de la cancelación...

—No, no, en absoluto. El neopuritanismo que nos invade tiene la misma actitud que los inquisidores de otras épocas. Han llegado al mismo fin por otro camino, con igual resultado: decidir lo que está bien y lo que está mal, lo que es o no aceptable. Es terrible. Y además al ser lo políticamente correcto un ente difuso, es complicado revelarse. Y encima lo venden como progresista.

«A Pardo Bazán, protagonista de mi novela, como a mí, le encantaba la crónica negra. Cuando llegué a España, fui una voraz lectora de 'El Caso'»

El renovado interés actual por la tragedia del Titanic lo comprobamos también en el éxito de la exposición inmersiva 'La leyenda del Titanic', que puede verse en las madrileñas Naves del Español-Matadero.

Un sensorial viaje impactante y único a las entrañas del buque y del accidente a través de paneles informativos, reproducción de objetos y realidad virtual y metaverso donde nos sumergimos en los camarotes, la sala de máquinas, los salones, el momento del choque con el iceberg, el fondo del océano…

Y entre los hologramas de sus pasajeros que nos acompañan, destaca el de la pequeña Elizabeth y su padre, cuya historia proporciona un sentido narrativo a la muestra.

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