Víctor del Árbol: «La desmemoria es el pecado de la España contemporánea»
El autor explora las heridas abiertas del pasado y las herencias envenenadas en 'El hijo del padre', thriller con vistas a la historia de España
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Iniciar sesiónSe preguntaba Nacho Vegas en su canción 'Todos ellos' «cómo puede llegar a matar alguien normal» y se pregunta prácticamente lo mismo Víctor del Árbol (Barcelona, 1968) en 'El hijo del padre' (Destino), solo que doblando (o, ya puestos, triplicando) la apuesta. «¿Cómo puede ... ser que un tío que lo tiene todo de repente secuestre, torture y mate a un chaval de 24 años?», desliza el autor barcelonés mientras va desovillando parte del argumento, el más oscuro y criminal, de su última novela.
El finado, ese chaval de 24 años, es el joven enfermero de un hospital psiquiátrico que cuida de la hermana del que será su asesino. Y el hombre que lo tiene todo, protagonista y criminal en ciernes, es Diego Martín, un profesor universitario «culto, aburguesado y un poco aburrido», pero con una cara «que no conoce nadie». «Esa es la parte que a mí me interesa», constata el autor barcelonés. Porque Martín es también 'El hijo del padre', herencia envenenada con la que carga desde la primera página y que Del Árbol aprovecha para proyectarse en la que probablemente sea su novela más personal y autobiográfica. «Está escrita, y se nota, con muchísima verdad. Pero mi verdad», dice.
«Yo venía de Nou Barris, de Torre Baró, de un piso de 40 metros cuadrados en el que vivíamos ocho personas, y esa vergüenza por querer ocultar mi pasado la tuve durante mucho tiempo»
Víctor del Árbol
Escritor
Sostiene Del Árbol, superventas de eco internacional, ganador del premio Nadal de 2016, y Caballero de las Letras y las Artes francesas desde 2017, que «cada uno de nosotros somos escritores de nuestras propias vidas», una frase que podría rotular infinidad de talleres de autoayuda pero que cobra pleno sentido cuando el autor detalla cómo realidad y ficción cruzan sus caminos y los orígenes del Del Árbol escritor se enredan con los de Martín personaje. Los dos, apunta, son «el reflejo de una generación; el resultado de esa migración del campo a la ciudad que a base de esfuerzos y sacrificios incorpora a sus hijos a un ascenso social». «Yo venía de Nou Barris, de Torre Baró, de un piso de 40 metros cuadrados en el que vivíamos ocho personas, y esa vergüenza por querer ocultar mi pasado la tuve durante mucho tiempo», relata.
Mitología personal
En la novela, Diego Martín no ingresa en los Mossos d'Esquadra, como hizo Del Árbol, pero sí que pasa, beca mediante, por un seminario que le abrirá unas cuantas puertas. Otras tantas, sin embargo, seguirán cerradas a cal y canto. «El problema de los charnegos y de los hijos de charnegos es la necesidad de ser aceptados cuando no formas parte de lo uno ni lo otro. Eso crea una identidad determinada que te lleva a construir tu propia épica, tu mitología personal», añade.
A Torre Baró, uno de los barrios más pobres de Barcelona, hay que desplazarse también para encontrar a los Martín, familia repleta de traumas y secretos y con las raíces bien hundidas en la España rural. Un clan ungido en su propia maldición que, de la Guerra Civil a la Transición y del éxodo rural al desarrollismo, acompaña al autor de 'La víspera de casi todo' en esta historia de violencias heredadas, heridas abiertas y pasados cerrados en falso. Un thriller con vocación de crónica histórica y generoso en reflexiones sobre la identidad y la desmemoria. «Me he dado cuenta de lo importante que es el pasado en lo que somos», ilustra al tiempo que subraya que «el pecado de la España contemporánea es la desmemoria, la mala interpretación de la memoria».
«Decir que la memoria no es importante es decir que el origen de las cosas no es importante. Hay quien malinterpreta el recordar como si fuera ajustar cuentas o volver al pasado, pero la memoria no va de venganza», explica. El problema, añade, es que «hemos sacrificado la verdad en aras de la practicidad». Y así nos va. «Hemos normalizado la mentira. Y si las cosas van cada vez peor, y todos tenemos esa sensación, es porque hemos apartado la verdad del discurso político, del arte, del periodismo... Vivimos en la mentira porque es más cómodo», lamenta.
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