ENTREVISTA
Elizabeth Strout: «A veces siento que escribir carece de sentido»
La autora estadounidense recupera en su último libro a su personaje más carismático, Olive Kitteridge, con el que logró el Pulitzer y que fue interpretado en la pequeña pantalla por Frances McDormand
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Iniciar sesiónHay personajes que provocan en el lector sentimientos contradictorios, del amor al odio en unas cuantas páginas. Uno de ellos es Olive Kitteridge , creado por la escritora estadounidense Elizabeth Strout (Portland, 1956) hace ya más de una década y con el que logró ... el premio Pulitzer . Tras protagonizar su propia serie, encarnada por una espléndida Frances McDormand , Olive regresa al terreno literario en «Luz de febrero» (Duomo), novela en la que vuelve a desplegar su adictiva personalidad, ya entrada en la vejez.
—¿Por qué empezó a escribir de nuevo sobre Olive Kitteridge, sobre su mundo? ¿Tenía prevista una segunda novela?
—No tenía previsto en absoluto volver a Olive Kitteridge. Sinceramente, había terminado con ella. Pero, hace unos años, no recuerdo cuántos, unos años después de que se publicase «Olive Kitteridge», estaba sentada en una cafetería, descansando durante un fin de semana. Y, de repente, pensé en Olive Kitteridge de una manera muy clara, la imaginaba más mayor, andando con su bastón por el paseo marítimo por la mañana para ir a desayunar. Me vino de una manera tan clara que al final de ese fin de semana tenía esbozado, más o menos, uno de los capítulos de este libro. Fue una sorpresa para mí.
—¿Qué siente por Olive? Se lo pregunto porque, cuando leí la primera novela, y también en esta, al principio no la apreciaba mucho...
—Lo entiendo.
—Pero, al final de ambas, acabé queriéndola de una manera extraña y curiosa.
—Exactamente. Entiendo su reacción totalmente. A Olive la quiero porque la creé yo. Quiero a casi todos mis personajes, pero entiendo que Olive es una mujer difícil. Y una de las razones por las que planteé los dos libros de esa manera, dando a diferentes personajes el protagonismo en los distintos capítulos, no solo a Olive, es porque entendía que ella era demasiado para el lector. Ningún lector la querría en todos los capítulos. Yo no la hubiese querido si fuese el lector. Cuando estaba escribiendo la primera novela, recuerdo cómo, al final de una tarde de trabajo, estaba preocupaba porque pensaba que Olive se estaba comportando muy mal. Y, entonces, pensé, «No, tienes que dejarla que lo haga. Tienes que dejar que sea Olive». Y eso fue lo que hice.
—También es un mensaje importante para las mujeres, porque Olive no es una mujer perfecta.
—No lo es, no.
—Por tanto, las mujeres no tienen que intentar ser perfectas todo el tiempo.
—Exactamente. Creo que, en cierta manera, Olive es la feminista original.
—Y siempre dice lo que piensa...
—Sí, todo el tiempo, tiene razón. Está más allá de la esfera de cualquier teoría feminista o de cualquier cosa, sí.
—¿Por qué piensa que Olive ha llegado a calar entre los lectores?
—Es algo muy interesante y que me ha sorprendido un poco, también. Creo que Olive representa los sentimientos que la gente no expresa. Es lo único que se me ocurre.
—¿Y qué debe tener un personaje para atrapar a los lectores?
—Creo que el autor debe ser lo más sincero que pueda al representar a ese personaje. Porque los lectores siempre saben si algo es verdad o no. No me refiero a mi vida, sino a si algo es verdad desde el punto de vista emocional.
—Yo creo que los lectores siempre saben si el escritor les miente.
—Yo también. Aunque no sean conscientes de ello, siempre lo saben.
—Como Olive, muchos de los personajes del libro son personas mayores que están solas. No sé si también en Estados Unidos, pero en España los ancianos son los que más están sufriendo esta pandemia.
—Lo sé, es terrible. Ha pasado más o menos lo mismo en Estados Unidos. Es un drama...
—En ese sentido, me encanta cómo escribe sobre las personas mayores en estas novelas, les da el poder...
—Les doy dignidad, espero.
—Sí, eso es, dignidad. Y no tienen dignidad en muchos libros o películas...
—Lo sé. Como dice la propia Olive, cuando envejeces, te vuelves invisible. Y creo que eso es cierto, que es algo que pasa en nuestra sociedad. Pero no eres invisible, sigues siendo una persona. Hasta sus últimos momentos Olive sigue creciendo como persona. Y mucha gente lo hace.
—La novela alude a la política de manera indirecta. Me pregunto si hay días en los que escribir puede parecerle un sinsentido con todo lo que está pasando.
—Sí. Hay días en que me parece que carece de sentido, sobre todo a lo largo de los seis últimos meses. En el último año todo ha ido empeorando, aunque, gracias a Dios, ya no está Trump, pero eso no significa que las cosas... Ha sido muy difícil, y me pregunto qué sentido tiene escribir... En primer lugar, es lo único que sé hacer. Y me digo: «Bueno, mi trabajo como escritora es registrar la condición humana lo más honestamente que pueda». Y esta es la condición humana. Intento coger pequeños trozos para poder recordarla y usarla. Sí, entiendo su pregunta. A veces siento que carece totalmente de sentido, pero, ¿qué otra cosa puedo hacer? No sé hacer otro trabajo...
—Hablemos un poco de su madre, porque creo que fue ella la que le animó a escribir cuando usted era muy pequeña.
—Sí, lo hizo. Es curioso, porque estaba pensando en eso... Sinceramente, he llegado a la conclusión de que, probablemente, ella quería ser escritora, y por eso puso toda esa energía en mí. Pero tardé mucho tiempo en entender eso, y no sé si es verdad. Creo que probablemente por eso me animaba tanto. Cuando era muy pequeña, no me daba libros, sino cuadernos, y me decía: «Escribe lo que has hecho hoy, escribe lo que has visto, escríbelo todo». Y lo hacía por ella. No solo me animó a escribir, sino que es muy perspicaz en cuanto a la gente, y creo que he heredado esa cualidad y esa capacidad, quizá, de entender un poco más rápido que otras personas lo que podría estar dentro de la cabeza de alguien. Es imposible saber lo que se le pasa a alguien por la cabeza, pero tengo que hacer como que lo sé, porque soy escritora, e intento averiguarlo. Y creo que mi madre era muy perspicaz en cuanto a esas cosas.
—¿Recuerda cómo se sintió cuando tuvo su primera novela entre las manos?
—No me acuerdo. Todo se entremezcla con el hecho de tener que ser, de repente, una persona pública. Estaba muy emocionada y contenta de que la publicasen. Me hicieron muchas entrevistas antes de que saliese... Nunca me habían entrevistado y me asustaba mucho todo eso. Esa es la verdad, en ese punto lo era.
—¿Ha cambiado esa sensación a lo largo de los años?
—Sí, me he acostumbrado mucho más, y ya no me asusta como antes. Con la primera novela fue como lanzarme a un océano, pero luego aprendí a nadar.
—Creo que una de las virtudes más importantes de un novelista es la observación, y usted es una gran observadora.
—Creo que eso viene, en parte, de mi madre también. Crecí en una localidad muy pequeña, y no veía a mucha gente. Cada vez que iba a la ciudad, me emocionaba ver a toda esa gente. Por eso fue tan emocionante mudarme a Nueva York, hay gente por todas partes, y a mí me encanta la gente. Desde mis primeros recuerdos, siempre me ha parecido que la gente es lo más interesante del mundo. Incluso la persona más corriente no es corriente. Sigo pensando que todo el mundo es muy interesante. Recuerdo que, cuando era pequeña y estaba sentada en el coche con mi padre o con mi madre, miraba a la gente en la acera y quería seguirla hasta su casa, porque me preguntaba cómo sería su sala de estar. Desde siempre he sentido mucha curiosidad por saber qué se siente al ser una persona diferente. Por tanto, siempre miro y escucho. Es como una segunda naturaleza para mí.
—Sin olvidar la empatía. Aunque esa cualidad es, también, la más importante en la vida, porque, por supuesto, vida y literatura son las dos caras de la misma moneda.
—Sí, tiene toda la razón. No puedo hablar por otros escritores, pero siempre he pensado que mi trabajo es representar a la gente de la forma más honesta y sincera. Cuando escribo, no juzgo a mis personajes. Y eso es muy liberador para mí. Intento crear personajes distintos de manera sincera y sin juzgarlos, porque el lector puede juzgar y debe juzgar, porque lo hacemos. Mi trabajo es presentar a la gente en toda su complejidad, porque todos somos complejos.
—¿Y qué me dice de escuchar? ¿Cree que también es importante para ser un buen escritor?
—Sí, creo que es esencial. No hay nada que me guste más que escuchar las conversaciones de la gente, que es otra de las razones por las que Nueva York es tan maravillosa. Subes al autobús y la gente habla. La gente habla simplemente de su día. Me encanta eso. También recuerdo cuando aparecieron los teléfonos móviles y todo el mundo tenía uno. Me encantan los teléfonos móviles, es más divertido porque te puedes imaginar lo que dice la otra persona. Escuchar a la gente, incluso a la gente que no está hablando conmigo, es muy interesante, si escuchas atentamente, puedes descubrir mucho sobre una persona.
—¿No cree que, como sociedad, hemos olvidado cómo escucharnos los unos a los otros?
—Totalmente. Es terrible. La consecuencia de no escucharnos es muy deprimente. Se ha vuelto muy aterrador en este país. Me asusta hasta qué punto a la gente no le interesa ni remotamente escucharse.
—Y siguen sin escucharse. Pensé que si Trump perdía las elecciones se calmarían los ánimos, pero ha sido justo al contrario, fíjese lo que pasó en Washington hace un mes, con el asalto al Capitolio...
—Lo sé. Anoche justo le decía a mi marido que estaba muy deprimida porque sigo escuchando que el ala derecha de los republicanos no se va a marchar. Me enerva mucho, me parece muy perturbador.
—Esperemos que algo cambie en los próximos cuatro años.
—Espero que sí. Exactamente.
—Volviendo a la escritura, ¿qué es lo más agradable para usted de escribir, con lo que más disfruta?
—Lo más agradable para mí es cuando el trabajo va bien. No hay otra sensación como esa. Es muy emocionante. No hay nada como eso. Puede durar una hora o incluso más, a veces. Pero cuando escribes bien es… eso es lo mejor de ser escritora.
—Y, además, no te das cuenta, simplemente sucede.
—Sí, exactamente. Esa es la parte más emocionante.
—¿Qué piensa de que todo ahora tenga que ser, obligatoriamente, virtual? Desde las firmas de libros a las presentaciones o las entrevistas, sin ir más lejos.
—No sé realmente. He tenido que hacer unos cuantos Zooms…. Odio Zoom. Tengo un libro que se va a publicar a finales de octubre en Estados Unidos y probablemente no voy a poder viajar... Las cosas han cambiado, y no sé si van a volver a ser cómo eran antes. Ni siquiera sé si la gente querrá comprar libros. Espero que lo haga.
—La gente los está comprando, la gente está leyendo.
—Eso es bueno, porque yo no leo tanto como antes.
—¿Qué está leyendo ahora?
—Ahora estoy leyendo, no sé por qué, una biografía de Oppenheimer, el tipo que inventó la bomba de hidrógeno. Voy a todas partes leyendo, pero ahora no soy capaz de concentrarme como antes, y es triste. Me he dado cuenta de que con la pandemia mi concentración ha disminuido... Es triste.
—¿Es algo que le ocurre sólo leyendo o también con la escritura?
—Con ambas cosas. Tanto para leer como para escribir no puedo concentrarme durante periodos tan largos como antes. Ahora no puedo. Estoy quizás dos horas, y tengo que volver al mundo real y enterarme de lo que sucede en ese momento.
—Sí. Lo entiendo perfectamente, a mí me pasa lo mismo, no puedo pasarme más de dos horas sin consultar el móvil para ver qué ha pasado en ese tiempo. Es muy molesto.
—Lo es. Es una lástima, porque solía leer mucho y disfrutar mucho haciéndolo. Y lo mismo con la escritura. La ansiedad es horrible.
—Sí. Estamos viviendo una situación muy dura.
—Una época muy dura.
—Al menos, pese al dominio de Amazon, durante la pandemia la gente ha vuelto a las librerías pequeñas e independientes para defenderlas y ayudarlas.
—Exactamente. Hay una librería pequeña en mi localidad. Estoy en Maine en este momento. Llevo aquí desde marzo. Es una librería independiente. Y es maravillosa. Es como el corazón de la ciudad, en cierta manera. La gente va allí y habla con su dueño mucho tiempo. Ahora sólo te permite recoger el libro que hayas encargado. Tiene dificultades y me rompe el corazón. Pero abre todos los días, sigue ahí, aunque no puedes entrar... Es muy triste.
—Pero su corazón, y por tanto el de la ciudad, sigue latiendo...
—Sí… Las librerías dan una sensación de calor acogedor.
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