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La generación del 98

Una juventud española ante la crisis

No es mal momento para volver los ojos sobre la visión de los jóvenes del 98, tan injustamente criticada siempre

Una juventud española ante la crisis abc

Fernando García de Cortázar

Poco generosas han sido la crítica literaria y la reflexión histórica con este grupo de jóvenes patriotas airados por la desnacionalización de España y la falta de una cultura cívica que alejaba al país de los ritmos de Europa.

Muchos han sido los medios utilizados para deformar la indispensable calidad de su aportación. De un lado, la adulación de quienes vieron en su discurso una amarga profecía del desastre de 1936 y una actitud moral cuya herencia solo podía encarnarse en los ideales del 18 de julio, como se encargarían de hacer los primeros ensayos de Laín Entralgo.

De otro, la denuncia de su presunto pesimismo por los sectores integristas de posguerra, empeñados en inscribir a aquellos intelectuales del 98 en la nómina de un modernismo, injertado a golpes en la auténtica tradición española, antiliberal y antieuropea. Más tarde, los nombres y las obras del grupo fueron cribados para sazonar con la selección unos programas escolares que aún consideraban incumbencia del bachillerato ofrecer a nuestros adolescentes una cierta idea de España .

En las últimas décadas del pasado siglo, reducida toda preocupación por la historia de la cultura española a los círculos de la especialización universitaria, se hizo habitual referirse a «la invención del 98» como modo de negar coherencia y proyecto a lo que puede considerarse la primera movilización de los intelectuales ante la moderna decadencia nacional.

«Enfermedad pasajera»

Ideario«Expresaron su desazón por la España manchada por el atraso cultural, la corrupción y la indolencia cívica»Quizá sea este un buen momento para volver sobre aquellas preocupaciones que embargaron a unos cuantos escritores, a los que el futuro dividió según la evolución de sus fervores ideológicos, el despliegue de sus compromisos políticos o el puro y simple carácter de su obra literaria. Lo que nos interesa ahora es recordar esa pasión compartida que permite aún reunirlos en una sola gavilla de reflexiones, siempre referidas al sentido y sentimiento de España. Con su habitual dureza, Manuel Azaña calificó el desconsuelo de aquella juventud como «una enfermedad pasajera, una crisis de crecimiento», en un texto publicado en la revista España con título especialmente inmisericorde: «¡Todavía el 98!»

La irritación del futuro caudillo republicano puede comprenderse, ya que Azorín , uno de los apóstoles del grupo y el que lo había bautizado en 1913, afirmaba que el golpe de Estado de Primo de Rivera respondía a las ideas defendidas por aquella generación. «¿Qué ideas?», se preguntaba Azaña, no hallando en su actitud moral más que un gesto doloroso, petrificado, un grito cuya angustia se sintió más aliviada en la literatura que en la acción social.

Ese desdén de Azaña haría fortuna en el republicanismo español, aunque la crítica a aquellos jóvenes del 98, realizada veinte años más tarde, tuviera mucho de interesado anacronismo, al exigir a Azorín, Unamuno , Baroja , Machado o Maeztu que en los estertores del siglo XIX hubieran dispuesto ya del arsenal teórico reformista con el que podía contarse después de la Gran Guerra .

Más comprensión y cautela merece, sin duda, el juicio sobre quienes expresaron, ante todo, su respuesta moral, su desazón por una España cuyo atraso cultural, corrupción e indolencia cívica constituyeron el temario urgente de su narrativa, de su poética, de su reflexión ensayística.

«En torno al casticismo» le sirvió a Unamuno para reivindicar una «intrahistoria», una verdad nacional que escapaba del folclorismo y trataba de hallar el genio oculto de un país cuya regeneración había de mezclar lo que España hacía ofrecido a Occidente y lo que Europa podía enseñar a los españoles.

Ramiro de Maeztu adelantó en «Hacia otra España» un diagnóstico muy realista y concreto de los problemas que el reformismo social habría de resolver para construir un país desarrollado. Azorín no tituló casualmente una de sus primeras novelas «La voluntad», como tampoco fue fortuito que Baroja publicara, en ese mismo 1902, «Camino de perfección». «El feroz análisis de todo» que proponía Azorín era una estrategia personal de superación en un medio hostil, una vía de higiene mental, de depuración ideológica, de fortalecimiento del carácter, que no pueden ser analizados como mera egolatría, sino como la inquietud del individuo ante el destino de su pueblo.

El mito de Castilla

«La exaltación castellana era un modo de superar lo castizo y cortesano para ir al encuentro de lo nacional y popular»Para todos ellos, España había de descubrirse a sí misma en el rechazo de una historia impostada –que, en buena medida, hallaron en el esfuerzo imperial– y en el reencuentro con lo esencial, con lo auténtico que brillaba en los autores medievales, traductores de un espíritu originario que había de salvarse mediante la europeización modernizadora. Ellos, hombres todos de la periferia, descubrieron la eficacia del mito de Castilla. No ha querido comprenderse que la exaltación castellana, tan vilipendiada después, era un modo de superar lo castizo y cortesano, para ir al encuentro de lo nacional y popular. Ir en busca de una empresa fundacional que empujó la existencia histórica de España , su voluntad de ser comunidad consciente, su ambición de hacerse con un destino. El paisaje castellano dejó de ser zona de paso para convertirse en lugar de inspiración, en forma del espíritu, en materia sobria y exigente de una realidad que empezaba por ser sueño.

A medida que entraban en la madurez, a medida que el nuevo siglo iba modificando el escenario en el que España se pensaba, aquellos jóvenes optaron por compromisos políticos opuestos, por severas militancias que llevaron a la muerte y al destierro en los campos antagónicos sembrados por nuestra Guerra Civil . «Cada uno el rumbo siguió de su locura», escribió Machado. Pero aquel impulso del 98 habría de quedar, como visión atormentada, como tremenda pulsación del corazón de un grupo de jóvenes patriotas, en los que España halló una espléndida voz capaz de pronunciarla. Hicieron de aquella pasión palabra en el tiempo. Y convirtieron la tierra que yacía inerte ante sus ojos ávidos e impacientes en «una España implacable y redentora, España de la rabia y de la idea».

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