Los siete pecados capitales de...
Juan Manuel de Prada: «Mi mujer me encalabrina muchísimo»
El escritor disecciona su experiencia personal y los males de la sociedad actual al hilo de los pecados y las pasiones
Juan Manuel de Prada: «La inteligencia artificial es el castigo que nos merecemos»
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Iniciar sesiónSi hablamos de pasiones y pecados, los siete capitales, nadie mejor que el escritor Juan Manuel de Prada para diseccionarlos (y diseccionarnos). Le perdonamos solo uno, de entre todos:
-Juan Manuel de Prada. Puedo hablar de todos, pero podríamos excluir la soberbia.
-¿ ... Cuál le costaría más perdonar?
-La envidia
-¿Y menos?
-La lujuria, porque es un pecado carnal. Los peores son los espirituales. La carne es débil y uno puede ser más misericordioso. Podría haber dicho también la gula. Los espirituales son los verdaderamente demoníacos. Los carnales, el demonio los emplea para humillar a los seres humanos. Porque no comprende que Dios se encaprichara de un ser tan imperfecto y débil como el hombre.
-¿A cuál le cuesta más resistirse?
-Debemos resistirnos a todos. Hay algunos donde la frontera entre el pecado y la virtud es difusa. Por ejemplo, la ira. La ira justificada puede ser incluso santa. No olvidemos a Jesucristo cuando expulsa airado a los mercaderes del templo o cuando execra a la higuera que no da fruto. Las pasiones tienen que estar ordenadas por la razón y, cuando están ordenadas por la razón, son hermosas y humanas. Cuando nos gobiernan es cuando se convierten en fuente de pesar.
-¿Algún personaje es capaz de despertar su ira y alguno su lujuria?
-Muchísimos. Incluso mi santa ira. Vivimos en un mundo infestado de personajes nefastos. La destrucción del principio de autoridad ha hecho que se eleve lo que es bajo y se rebaje lo que es alto. Vivimos en una sociedad subvertida, en un manicomio en donde gentuza de la peor calaña ha sido encumbrada. Toda esa gente inspira mi ira. En cuanto a la lujuria, siendo yo una persona que siempre ha tenido fama de ser muy lujurioso por la temática de mi primer libro y obras posteriores, la verdad es que soy un hombre de vida muy ordenada. He tenido la suerte de poder ordenar mi lujuria conyugalmente con gran alegría, pues mi mujer me encalabrina muchísimo, que diría mi personaje Navales. Antaño, los tratadistas morales decían que el matrimonio era remedio de concupiscencia. Es decir, que era una manera de enfocar tu lujuria de forma sana. Y yo creo que tenían razón. También es verdad que me voy haciendo viejo y la lujuria apremia menos.
Igualitarismo y envidia
-No incurre en ningún pecado y, en el que lo hace, es santo. ¿Sería eso soberbia?
-No, no, yo incurro en todos. Soy un pecador. El único que no cometo es la pereza, como prueba está la extensión de mis libros. Otra cosa es que trate de controlarlos, de refrenar las pasiones. Y, sobre todo, de no poner el corazón en aquellas cosas que no lo merecen. ¿Quién está libre de la tentación de la avaricia? Todos tenemos esa tentación. La envidia es un pecado muy diabólico, por el que uno no acepta el reparto de los dones divinos. Quizá por eso es el que más odio. Muchas veces, el envidioso, incapaz de detener su envidia porque empieza a envidiar a todo el mundo, desemboca en el resentimiento, que es el odio hacia todo el género humano. Es la pasión que anega a Fernando Navales, el protagonista de mi última novela, 'Mil ojos esconde la noche'. Decía Unamuno que, la envidia, la democracia la había convertido en virtud cívica. La democracia en manos de demagogos trata de igualar a la gente, trata de decirle al tonto que él también es listo. Es el igualitarismo, que es la santificación de la envidia. Y las sociedades infestadas de envidia, como las sociedades actuales, son irrespirables.
-Estamos en una sociedad pecadora.
-La humanidad es pecadora. Nuestra naturaleza está tocada por el mal. Y, más allá de que tengamos la libertad para rechazarlo, los seres humanos en el estado de naturaleza caída en el que nos hallamos, somos naturalmente pecadores. Otra cosa es que hay sociedades abyectas como la nuestra que santifican el pecado y lo convierten en virtud cívica.
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