Juan Claudio de Ramón: «La motivación del columnismo es la preocupación por España»
El articulista ha sido distinguido por su artículo '¿Soy feminista?', publicado en 'El Mundo'
Lea el artículo ganador del III premio de Periodismo David Gistau
Bruno Pardo
Madrid
Juan Claudio de Ramón (Madrid, 1982) publicó su primera columna en 'El País' en 2013, cuando todavía vivía en Canadá. La tituló con una pregunta: '¿Dónde está nuestro Pierre Trudeau?'. El 7 de marzo de 2022, ya como colaborador habitual de 'El Mundo', volvió a ... titular entre interrogantes: '¿Soy feminista?'. Entre un texto y otro hay una década, varias ciudades y mucho oficio. También una buena noticia: la concesión del III premio de Periodismo David Gistau, que precisamente ha distinguido ese segundo texto. «Ahora me puedo considerar columnista», dice diplomático con alma de escritor y gafas de pasta. «Ahora sí».
—¿Qué le ha llevado al columnismo?
—El columnismo es algo que, como decía Umbral tomando el verso de Quevedo, hay que hacer «mirando los muros de la patria mía». Así que los miras y ves que algo está mal y el resorte salta y quieres participar en el debate. Es la motivación de siempre: la preocupación por la crisis de España.
—Hay quien dice que se aprende a escribir por envidia. ¿A quién envidia usted?
—En mi generación hay una acumulación de talento descomunal. Me atrevería a decir 40 firmas que yo querría leer todas las mañanas… Y en la generación anterior encuentro referentes como Fernando Savater, como Félix de Azúa, como Jon Juaristi. Para mí, las columnas de Juaristi con columnas perfectas en forma y contenido: querría que algo de lo que yo escribo se pareciera a eso. Y por supuesto, yo fui de los que crecí leyendo la columna diaria de Umbral en 'El Mundo'. Y a Arcadi Espada.
—¿Cuánta literatura hay en el articulismo español?
—Aquí hay una grandísima tradición de columnismo literario. Todos nuestros grandes escritores han escrito en periódicos. Gente como Azorín, como Unamuno, como Ortega. Son todos grandes columnistas. Y luego la dictadura obligó a los columnistas a captar la atención del lector por el lado de la literatura, del lirismo, por lo que se agudizó todavía más su talento. No podían escribir columnas políticas, así que prácticamente hacían poemas en prosa... Ya sea por tradición o por circunstancias el columnismo español tiende a lo literario.
—Usted también es diplomático. ¿Cómo lleva el pluriempleo?
—El hecho de ser diplomático me obliga a cuidar mucho la expresión, a medir mucho lo que digo. Estoy bastante orgulloso de que las columnas no sean insulsas y al mismo tiempo no derrapen. Esto me viene impuesto. Es una de las razones por las que nunca hablo de política exterior: no quiero que nada de lo que diga pueda entrar en colisión con mi ministerio.
—¿No son labores contrapuestas? En una hay que arriesgarse a pisar charcos y en otra hay que esquivarlos...
—Es verdad que son profesiones que se pueden entender como contrapuestas. Una de las cosas que me sigue asombrando es que haya conseguido compatibilizarlas durante diez años [y sonríe]. Insisto: sin pagar el precio de que la columna sea inane.
—Más que sobre el feminismo, la columna por la que le han premiado parece más una denuncia sobre lo estrecho que es el debate, sobre la imposibilidad de hablar de ciertos temas dentro del feminismo.
—Sí, no pretende legitimar ninguna respuesta, sino legitimar una serie de preguntas que parece que uno no se puede hacer sin ser excomulgado de un tema como la igualdad entre hombres y mujeres. Pero es que hay una presión ambiental para cerrar el debate. Y es un error, porque siempre habrá temas susceptibles de ser vistos desde varios puntos de vista, porque de manera congénita incorporan una tensión. Muchas veces un poquito más de igualdad se consigue al precio de un poquito menos de libertad. O viceversa. Y la ortodoxia oficial intenta liquidar esa tensión y hacer como si no existiera.
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—Para eso está el columnismo, ¿no? Para reabrir esos debates.
—Ese es el papel de los columnistas: abrir espacios donde la ortodoxia se ponga en cuestión. Y combatir esta tendencia creciente que tenemos de suponer que todos pensamos lo mismo de todo. Yo creo que la primera premisa bajo la cual hay que escribir es esa: descontar que no todos pensamos lo mismo. Y que las diferencias deben ser debatidas, y que si no pueden ser reconciliadas no pueden ser liquidadas. Esto vale para los debates del feminismo, de la memoria histórica, de la lengua, del cambio climático y de la cuestión territorial.
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