Cartas a la ciudadanía

Olvidar las penas

«Todo los actores del mundo lo han dicho en algún momento de sus vidas. 'Vengan a verme, les garantizo que olvidarán sus problemas durante una hora y media'. ¿Se dan cuenta ustedes del tamaño enorme de esa presunción?»

Los límites del humor

Óscar Huertas

Alguien debió de ser el primero en decirlo. Tal vez fue hace siglos, vaya usted a saber, y desde ese momento todos lo han repetido. Me refiero a un pensamiento que, como las mejores mentiras, tiene apariencia de verdad. Suele ser expresado aproximadamente así: «Yo, a mi público, le hago olvidar las penas durante un rato ... ».

Creo que todo los actores del mundo lo han dicho en algún momento de sus vidas, y también los cómicos y cualquiera que aparezca en un escenario. «Vengan a verme», suplican, «les garantizo que olvidarán sus problemas durante una hora y media». ¿Se dan cuenta ustedes del tamaño enorme de esa presunción? ¡Creen que tienen el poder de hacer olvidar problemas! Piensen en ello detenidamente; esas personas se ven a si mismas como superhéroes que, en vez de volar o columpiarse en edificios, pueden provocar amnesia temporal en los humanos que tienen delante.

Yo he asistido a espectáculos en cientos de ocasiones y jamás he olvidado mis problemas. Es más, la virtud de un buen espectáculo consiste en que esos problemas sigan presentes en toda su plenitud, muy alumbrados, con el fin de verlos con nitidez y así, tal vez, poder apreciarlos desde otro ángulo, quizá con menor solemnidad o con mayor realismo. Olvidar una pena durante un rato, si pudiera existir tal cosa, implicaría la reaparición de esa pena después del espectáculo, tal como la dejaste, sin modificación alguna, demostrando que la obra artística que has ido a ver no ha provocado en ti ningún cambio positivo.

La reaparición de la pena tal como fue dejada es algo que ni siquiera esos artistas ocultan, como se percibe en otra variante del slogan: «Aparca tus penas durante un rato y ven a vernos». Aparcar, dicen, como si fuera un coche que luego has de ir a buscar al parking, subiéndote a él nuevamente. Yo no quiero olvidar el coche que no me gusta, no quiero aparcarlo para recuperarlo luego; lo que deseo es que después de verte, artista de mi corazón, me encuentre con un coche infinitamente mejor, y para eso no he de aparcarlo, sino entrar al teatro subido a él, como en esos cines de verano, para que desde ahí me ayudes a ver que en realidad mi coche no es tan desastroso como yo imaginaba, o que es peor y debo cambiarlo por otro con urgencia.

Como este es mi último artículo, me permitirán la osadía de que les cuente una anécdota personal, para concluir. Verán, yo hago espectáculos humorísticos por España, y siempre digo al empezar que, lamentablemente, no haré olvidar las penas a nadie, que no tengo tanto poder. Una vez, sin embargo, una mujer simpatiquísima vino a mi encuentro al terminar y me dijo: «Tengo que contradecirte, porque me has hecho olvidar mis problemas durante este rato. Así que, felicidades, Ortega». Le dije que era yo quien la felicitaba a ella. «¿Por qué me felicitas?», me preguntó. Y le respondí la verdad: «Porque si le he hecho olvidar sus penas es que sus penas son muy pequeñas».

Queridos lectores de ABC, ha sido un placer estar con ustedes durante todo este verano. Sé que no les he hecho olvidar ningún problema. Así que les deseo de corazón que si les pasa algo malo, pronto se solucione. Y gracias por haberme leído.

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