Cartas a la ciudadanía
Demasiado amor en las redes
«Cuando en la radio o en la tele, o por aquí, en los diarios, me encuentro con personas escandalizadas por el exceso de odio en las redes sociales, no puedo evitar sentirme molesto»
¿Piensa Puigdemont en la muerte?
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Iniciar sesiónEs un lugar común afirmar que las redes sociales están repletas de odio. Lo dice todo el mundo y se ha convertido en algo incuestionable. Entiendo que se crea eso, pero, si nos fijamos bien, tal vez nos sorprenderá comprobar que el problema no es ... un exceso de odio; la gran tragedia es que hay demasiado amor.
Entiendo que cueste aceptar lo que les digo. Después de todo, si uno mira los comentarios a cualquier publicación elegida al azar, leerá reacciones airadas y maldades diseñadas para causar el mayor dolor posible. Si uno se queda en la superficie, por tanto, deducirá que el odio impera en las redes.
Les voy a contar el truco para que ustedes mismos descubran que la causa de esos comentarios malvados no es el odio, sino el amor. Cuando lean algo desagradable, investiguen acerca de la persona que lo ha escrito. Es bastante fácil hacerlo; basta con clicar sobre su nombre e iremos directamente a la página de su perfil. Allí nos toparemos con sus fobias, pero en mayor medida descubriremos sus amores absolutos, aquellos que ha decidido no cuestionarse. Y es en ellos donde encontramos la causa de toda su mala leche.
Cuando alguien, por ejemplo, insulta a quien hace comentarios considerados de derechas, no es porque odie a la derecha. En la mayoría de los casos ni siquiera sabría definir en qué consiste esa ideología. La causa no es su odio a la derecha, sino su amor incondicional a la izquierda. Obviamente el argumento es válido en sentido inverso. Muchos odios a la izquierda nacen de un amor irreflexivo a la derecha.
Como ven, he empleado los adjetivos «irreflexivo» e «incondicional» aplicados al amor que siente la mayoría de los insultadores. Todos están enamorados de una ideología, la aman sin cuestionarla y cuando notan que alguien la amenaza sacan las garras para defenderla. Los insultos no son otra cosa que erróneas manifestaciones de ese amor irreflexivo, pataletas de quien está en una secta ante los que osan ponerla en duda.
Y no ocurre solamente en política, por supuesto. Observen y analicen todos los insultos en las redes. Pueden adornar comentarios sobre religión, deportes o botánica. No importa. Lo que nunca falla es que el insultador siente un amor delirante y sectario hacia lo contrario que critica. El que escribe desprecios a otro, siempre está enamorado como un tonto de la línea de pensamiento situada justo enfrente. El que insulta a alguien que critica a los animales de compañía, probablemente está irreflexivamente enamorado de los gatos, y el que insulta a los gatos, probablemente está absurdamente enamorado de si mismo.
Por eso, cuando en la radio o en la tele, o por aquí, en los diarios, me encuentro con personas escandalizadas por el exceso de odio en las redes sociales, no puedo evitar sentirme molesto. Eso que detectan nace de algo infinitamente más peligroso que el odio: el amor ciego.
Cambiemos, por tanto, nuestro argumento si queremos eliminar toda esa mala leche que ensucia los hilos de comentarios. Si seguimos creyendo que el amor acabará con los insultos, jamás solucionaremos el problema, porque es precisamente un amor exagerado lo que los ha provocado. No digamos eso de «amaos más, no os insultéis», porque no servirá de nada. Digamos, mejor, «no améis tanto a esa ideología. Vuestras ideas tal vez no sean merecedoras del absoluto amor que les brindáis. Desenamoráos un poquito, anda. Mirad en otras direcciones». Y así, con el final de ese ridículo amor, los insultos irán desapareciendo.
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