ENTREVISTA
Jorge Freire: «Más que mentir, los políticos dejaron de creer en la verdad»
ENTREVISTA
En 'Los extrañados' (Libros del Asteroide), el escritor habla de Woodhouse, Bergamín , Blasco Ibáñez y Wharton
Jorge Freire: «Los filósofos debemos hacer lo que Sócrates: volver al mercado, al ágora»
Madrid
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Iniciar sesiónRobert Woodhouse, escritor y humorista británico repudiado por los suyos y usado por los nazi. José Bergamín, español errante que acabó en el País Vasco apoyando a Herri Batasuna. Vicente Blasco Ibáñez, jamás profeta en su tierra, o Edith Warton, la primera mujer ... en ganar el Pulitzer, sumida en un cautiverio doméstico a manos de un marido de humor cambiante e inestable.
Los cuatro tienen en común, además de vivir en el siglo XX, sentirse fuera de lugar y por eso Jorge Freire cuenta su historia en 'Los extrañados' (Libros del Asteroide), un libro de ensayos que sale a la venta esta semana y que el escritor presentará junto a Mercedes Monmany el jueves 24 de octubre en la librería Machado de las Salesas, en Madrid. Sobre la naturaleza de este libro y la tragedia de cada uno de sus protagonistas habla Freire en esta entrevista.
—Además de la amargura, ¿qué más une a estos personajes?
—La amargura los vuelve incómodos y ha hecho que se les sustraiga del canon literario. ¿Cómo es posible que los españoles no leamos a uno de los cuatro o cinco mejores poetas del siglo XX en español y quizá el mejor aforista del siglo, que es Pepe Bergamín? ¿Cómo es posible que no reverenciemos a un grandísimo novelista como Vicente Blasco Ibáñez? No se tolera tener éxito.
—La política tampoco ayuda.
—En el caso de Bergamín se ve muy claramente. Odia a derecha, pero tampoco la izquierda lo acoge, porque, al fin y al cabo, Bergamín, tiene unas elecciones realmente reprobables. Una persona que, siendo un niño bien, que nace en Madrid, pero de familia malagueña, sin ningún tipo de vínculo con lo vasco, ya con 80 años, en los años de plomo, figure en los mítines de Herri Batasuna con el puño en alto y que encima se ponga de perfil cuando se le pregunta por el terrorismo, es reprobable.
—¿Pero qué los hace objeto de literatura?
—Todos hemos sentido el extrañamiento y la sensación de no encajar en un entorno. Sólo desde una novela filosófica o un ensayo de no ficción podía hacerlo. Desde una perspectiva humana, cuántas personas que se han visto marginadas o incomprendidas por los suyos, al final se han echado en brazos de una ideología absolutamente equivocada sólo porque los adláteres les daban un poquito de calor. Es un error entender estas historias a partir de grandes ideas. Al final, los humanos nos movemos por los resentimientos y las querellas realmente prosaicas y banales.
—¿Por qué reivindicar a los extrañados en un mundo de víctimas y ofendidos?
—El extrañamiento no es una cuestión de ser, sino de estar. Ellos no fueron extrañados, ellos se sintieron extrañados . Fueron intempestivos, chocaron con su tiempo. Y eso a mí me parece realmente inspirador. Hay unas concomitancias que no he querido explicitar demasiado. Todos viven dos o tres hechos, por ejemplo, la Gran Guerra. Tres de los cuatro viven la Segunda Guerra Mundial. Blasco no llega, pero hay un contexto compartido.
—Todos tienen algo de estropicio y de traidor. Por ejemplo, Robert Woodhouse
—Woodhouse intenta subir la moral a sus compatriotas, pero acaba siendo un tonto útil a los nazis. Hay quien piensa que era filo nazi, yo creo que los datos demuestran que no. Estuvo en un estado de imbecilidad, en un estado de inocencia tal que le permitió vivir ajeno a los grandes acontecimientos de la Segunda Guerra Mundial. Woodhouse tiene una cosa que hay que reivindicar en nuestro tiempo, que está marcado por no tanto el humor negro como por el sarcasmo. Y sin embargo, él defiende un humor banco, que no es hiriente.
—Todos padecen un tipo de exilio
—Pensé en titular por la idea del exilado. Pero mi maestro y amigo Javier Gomá me dijo: te pueden acusar de trivializar el exilio, porque no son exiliados en sentido estricto. Wharton tuvo un exilio doméstico. ¿Y no es eso un exilio también? Bergamín utiliza lo de peregrino en mi patria, el concepto de Lope. Claro, no es exactamente estar transterrado, no significa estar fuera de tus fronteras, porque tú puedes estar en tu propio país y sentirte fuera de lugar. El carácter de estas cuatro personas los condena a vagar indefinidamente.
—No lo atribuye a un asunto nacional.
—No creo que España sea más ingrata con sus intelectuales que otros países. Soy enemigo de esta retórica de la excepcionalidad. La única excepcionalidad que hay en España es la excepción que los españoles nos hemos obstinado en mirarnos en la pletina del microscopio con la terquedad. Este libro, entre otras cosas, es una tentativa de molestar. No por hacer daño ni por meter el dedo en el ojo, sino sobre todo por sorprender
—¿La discusión intelectual ha sido del todo suplantada por las causas?
—Hace ya cien años, Orwell señaló que el eslogan es un producto bélico, que surge en época de guerra. La democracia deliberativa exige una deliberación. En 'La política y la lengua inglesa', Orwell dice que las frases hechas son tentativas de colonizar partes de nuestro cerebro. Las causas son una especie de blasón que ennoblece, pero no te obliga a nada. Se ha trivializado el compromiso político y la militancia hasta convertirse en una especie de valor de mercado.
—¿El problema actual es político, judicial o moral?
—El problema no es que el relato político haya fallado, sino que la ciudadanía se ha dado cuenta de que debajo del relato no hay nada. Para discutir hace falta que la verdad exista. Y eso que se ha venido a llamar desafección se debe a que los ciudadanos se han dado cuenta, no tanto de que los políticos mienten, que es una cosa que se remonta a la noche de los tiempos, sino que los políticos han dejado de creer en la verdad.
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