ENTREVISTA
Jorge Freire: «Los filósofos debemos hacer lo que Sócrates: volver al mercado, al ágora»
El ensayo 'La banalidad del bien' (Páginas de Espuma) desmonta el 'buenismo' contemporáneo
Lea aquí la reseña del libro anterior de Jorge Freire 'Agitación'
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Iniciar sesiónJorge Freire lo tiene claro: sofismo ha habido siempre. El asunto es sentarse a pensar al respecto. De qué sirve desguasar los mecanismos del reloj, si nadie decide volver a juntar sus piezas. Eso es lo que ha procurado el filósofo y escritor en las ... páginas de 'La banalidad del bien' (Páginas de Espuma), una colección de ensayos sobre la trivialidad, el 'buenismo' y el exhibicionismo moral contemporáneos.
Nacido en 1985, este escritor y filósofo es dueño de un pensamiento tan escandalosamente ágil como su velocidad al hablar. Jorge Freire suelta a razón de cinco genialidades por metro cuadrado y a juzgar las dimensiones estancia en la que se celebra esta entrevista, va camino de inundarla. Ganador en 2020 del Premio Málaga de Ensayo con 'Agitación. Sobre el mal de la impaciencia', regresa ahora con un libro de lectura ágil, directa y clara. Un examen a las ideas en tiempos de relato.
¿Qué hace un filósofo como usted en un tema como este?
La filosofía tiene que permear en todos los ámbitos de la vida. Me irrita el tópico sobre la muerte de la filosofía. Es una jeremiada del tipo 'adopte un filósofo'. Hay que defenderla activamente. Hay que hacer filosofía en prensa. Hacer como Sócrates: ir al mercado, al ágora, al bar con los parroquianos. Mientras la filosofía se mantenga recluida en el pináculo de la torre de marfil, los cenáculos de la academia y en 'papers' endogámicos, efectivamente estará muerta.
La que usted hace anda vivita y coleando. O eso parece.
Espero que, en la medida de mis escasas posibilidades, haya sido un libro ameno. Platón decía que la filosofía es el único saber que tiene alas. ¿Por qué si la filosofía se supone que es ligera y se eleva al cielo, lo que se publica es tan plúmbeo? ¿Y por qué salen libros tan indigeribles y mazacotes académicos tan pesados? Hay una demanda de textos filosóficos en la sociedad y lo que se les ofrece son textos insufribles.
Habla del capitalismo anímico. ¿Es más salvaje que el fordista?
Es más melifluo. Se apoya en esta banalidad del bien en la que las palabras y las apariencias prevalecen sobre la praxis. Aunque no se hayan dado cuenta los anticapitalistas, al menos en nuestro país, que siguen lanzando sus dardos al viejo capitalismo fordista con trabajadores llenos de hollín, es que el capitalismo es desinhibido. Ya no se reprimen las emociones, sino que se exprimen. Te impele a ser creativo, afirmar tu propia identidad, a expresarte y afirmarte. Te dice es, entre otras cosas, que tienes que dejarte fluir por la corriente, que no debes tener ataduras, que no debes tener raíces, que debes ser completamente flexible, que debes ser mercurial y, sobre todo, que no debes tener principios.
El capitalismo anímico ha convertido al empresario en publicista moral. Hasta que lo cancelen, supongo.
Las mutaciones del capitalismo anímico hacen que al final pueda estar cambiando según sople el viento, indefinidamente. ¿Cómo es posible que las empresas más contaminantes, las que más daño han hecho al medio ambiente, ahora mismo capitaneen la causa verde? Me parece de una pornografía emocional absolutamente notable.
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¿Cuándo comienza la mengua del bien y el auge del 'buenismo'?
En el momento de declive de las expectativas y las posibilidades de llevar a cabo un proyecto vital. En el caso de los jóvenes, por ejemplo, emanciparse. Coincide con el detenimiento, entre otras cosas, del ascensor social. Surgen opciones vitales con un barniz de bondad. Eso, por supuesto, ha de ser exhibido en redes. De lo contrario, no tiene sentido.
La empatía es un bálsamo, dice. Pero se acaba rapidito, ¿no?
Dickens lo llamaba filantropía telescópica, es decir, sentimos emociones muy intensas por personas a las que no conocemos, que viven en un país remoto, pero las sentimos durante cinco minutos. Son muy estrepitosas, pero también muy breves. De repente, nos condolemos muy fuertemente por las mujeres de Afganistán, hasta el punto de hacer la heroicidad, de firmar un manifiesto, fíjate tú, qué grandísima bondad, y luego pasamos a otra cosa y nos olvidamos de ellas. Es un error confundir la empatía con la compasión. La empatía se muestra, la compasión se alberga.
¿No ha sido así siempre?
Siempre ha habido este exhibicionismo moral y sociedades más obsesionadas con las apariencias que otras. Desde los antiguos griegos, en que la presión del grupo se imponía al individuo, esto se ha visto siempre. ¿Cuál es la diferencia? Hoy hemos arrumbado definitivamente algo que sin duda era la llave para los griegos y que ha sido importantísimo durante toda la historia: la virtud.
Habla de la economía de la reacción. ¿Cuáles acciones están al alza?
La industria del infoentretenimiento puede permitirse cualquier cosa, salvo que nos mantengamos indiferentes. La única forma de reactivar el lazo comunitario es que nos exaltemos y nos indignemos. Si vivimos en una sociedad que nos evoca una carnavalada constante, no hay mayor forma de desacato que poner cierta distancia.
¿Dónde empieza la abolición del conflicto y la dictadura del consenso?
Dicen que la transición fue muy importante, porque hubo consenso. Eso no es verdad. Fue muy importante porque hubo concordia. No son lo mismo. Concordia supone unión de los corazones, una voluntad de encuentro. En los últimos años en España solo ha habido desencuentros. Han convertido el consenso en una especie de dogma, porque cuando hay un consenso hay verdades inamovibles. En democracia no debería haber nunca verdades inamovibles. Consenso en realidad es la pacificación del territorio. Es un chantaje. Porque viene decir que hay cosas que es mejor dejarlas bajo la alfombra. Posmodernismo, o sea, la sofistería, ha existido siempre. El problema es que se está negando que exista la verdad. El auge del dichoso relato intenta convencer a la gente de un discurso, pero a verdad subyacente bajo ese relato no existe. Y eso es lo verdaderamente grave.
¿Tiene 'el buenismo' un efecto paradójico?
Como toda chatarra intelectual que se produce en los campus estadounidenses y que nosotros acogemos a manos llenas, por ejemplo, las famosas microagresiones. Dicen que puede cometerla, aunque no tengas voluntad de agredir. Sentirse agredido basta. Eso contraviene uno de los aspectos más elementales del derecho romano: para que haya dolo tiene que haber una voluntad de hacer daño. Y, por supuesto, banaliza las agresiones de verdad.
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