Rob Riemen, filósofo: «En lugar de formación, a los jóvenes les hemos dado redes sociales»
El ensayista publica 'El arte de ser humanos', donde vuelve a reivindicar el humanismo y la tradición intelectual de Occidente para vivir mejor en sociedad
«Hay una amnesia colectiva. Tenemos una generación de cerebros lavados por la fama»
«Soy muy crítico con el movimiento 'woke'. El horror de nuestro tiempo es la supremacía del nacionalismo o del fascismo»
Crítica del libro 'El arte de ser humanos'
Madrid
Esta funcionalidad es sólo para registrados
Iniciar sesiónEuropa siempre tendrá una deuda con Rob Riemen. Este ensayista, formado en Teología en la Universidad de Tilburg, fundó en 1991 la revista 'Nexus' y tres años después creó el Nexus Instituut, del que es presidente. Desde esta institución, basada en la tradición humanista ... europea, promueve actividades que sirven de orientación política y cultural a la sociedad de nuestro tiempo. En el año 2009 escribió 'Nobleza de espíritu', un libro en el que sentó las bases de su pensamiento, reconciliando los desafíos presentes con la tradición intelectual y espiritual de Occidente. Cosechó un buen número de lectores que conserva desde entonces. Acaba de publicar 'El arte de ser humanos' (Taurus), un volumen ordenado en torno a cuatro bloques en los que acoge la responsabilidad de hacer de la humanidad una tarea para sí misma. El libro comienza con Ovidio y por sus páginas pasarán los sospechosos habituales: Dante, Zweig, Goethe… pero también Hitler, Stalin o Mussolini. Un pensador que sigue manejando con solvencia la categoría de 'espíritu' es alguien necesariamente valiente y que merece la pena ser escuchado.
—Una de las claves más habituales en sus libros es la reivindicación del humanismo. ¿Qué argumentos encuentra hoy el humanismo a su favor?
—Efectivamente, en cierto sentido estamos afrontando el final de lo humano y del humanismo. Alcibíades le pregunta a Sócrates qué es un ser humano y el ateniense le responde, así lo transmite Platón, que un ser humano es un alma humana. Es el alma, la 'psyché', lo que nos define como seres humanos. Las máquinas no tienen alma. El cultivo del alma es la búsqueda de la sabiduría, desde Cicerón, Spinoza o tantos otros. El ser humano tiene la oportunidad de vivir de acuerdo con nuestra naturaleza espiritual. Sabemos lo que es el bien, la verdad, la justicia… precisamente a través de alma. El mejor argumento en favor del humanismo es que si aspiramos a mantener viva una civilización que custodie en su integridad a todo ser humano, y que busque que cada ser humano encuentre protegida su dignidad, el humanismo es imprescindible. No hay alternativa.
—Usted insiste en la condición humana como el resultado de una formación, de una 'Bildung', en el sentido alemán. ¿Quiénes son los prescriptores en nuestro tiempo de ese ideal humano? A veces temo que hayamos eliminado el valor prescriptor de toda una tradición cultural para regalárselo a locutoras de radio o a 'youtubers'.
—Las generaciones jóvenes no son responsables. Somos nosotros quienes tenemos algo de culpa y quienes deberíamos avergonzarnos. En lugar de formación, a los jóvenes les hemos dado redes sociales. Hemos organizado una traición a nuestra propia juventud. No les hemos prestado las herramientas que necesitan para convertirse en seres humanos. Actualmente las universidades son el centro de la estupidez. En 1953, Steiner decía que vivíamos en la época de la postcultura. Todo el concepto de la cultura ha quedado sustituido por el 'kitsch', la ideología política, la tecnología… la cultura original, volviendo a Sócrates o Cicerón, esa idea de la cultura vinculada al alma y la filosofía, ha desaparecido. Se necesita una educación o 'paideia' para poder dar a todos las herramientas que necesitan para transformarse. Como especie tenemos una doble naturaleza: una naturaleza animal que nos hace necesitar agua, alimento, tenemos miedos, instintos… pero al mismo tiempo tenemos otra naturaleza. Para evolucionar necesitamos educar. La educación en sentido original es lo que debería inspirar a la 'universitas'. La universidad, sin embargo, tiene poco que ver con esto. Hoy todo se hace en virtud de su utilidad medible en clasificaciones. Hasta la labor de los profesores se mide por la aceptación y evaluación de los estudiantes. Nietzsche hoy estaría fuera de la universidad. La sociedad hoy es materialista y decadente y las nuevas generaciones son sus víctimas porque creen lo que nosotros les estamos vendiendo.
—¿Hay una presencia de lo divino y de lo trascendente en 'El arte de ser humanos'?
—No se puede desconectar la religión de lo divino ni de lo espiritual. El último capítulo del libro, cuando hablo de Bulgákov y 'El maestro y Margarita' es el ejemplo más claro, donde las artes y el Nuevo Testamento se funden. Al final del estudio de Thomas Mann, cuando habla de José y sus hermanos, señala que el gran arte tiene que ver con la revelación o el Apocalipsis de San Juan. ¿Cómo definir el lugar en el que se encuentran el arte y la religión? Creo que como revelación. Siempre hablo a mis alumnos de Primo Levi, un hombre secular pero al mismo tiempo profundamente ético. Cada uno debe decidir si se entrega a su Dios o no, es algo muy personal. La conexión se da en el hecho de confiar en que hay valores trascendentes. El materialismo nunca considerará la trascendencia. Mann, Bulgákov, Zola… sentían la necesidad de mantener vivos estos valores. Camus se preguntaba si los valores han sido invitados por los humanos o no. Había leído a Nietzsche y sospechaba que existía un riesgo de caer en un nihilismo en el que los valores pierdan sentido. Camus planteaba que los intelectuales, herederos de una tradición, debían defender unos valores concretos. Se aproximaba a la existencia de unos valores trascendentales. Desafortunadamente, hoy los intelectuales de izquierda han olvidado la necesidad de defender valores que sean trascedentes. En esto soy muy crítico con el movimiento 'woke'. La tradición del humanismo europeo nos recuerda que nuestra identidad no se basa en que tú tengas barba y no yo, en que yo sea hombre y alguien no… eso son diferencias. La identidad humana se fundamenta en los rasgos comunes que nos permiten a todos crear belleza, sentir compasión. Por esta identidad común podemos proteger la unidad de la humanidad. El horror de nuestro tiempo es la supremacía del nacionalismo o del fascismo que son reducciones de nuestra identidad.
—Volviendo a la cuestión de la secularización, son insistentes sus referencias a una fraternidad entre los humanos. Me pregunto si es posible hablar de una fraternidad sin 'pater' común.
—Padre o madre común. Para mis amigos laicos o seculares… Sócrates hablaba del logos. En el segundo ensayo expongo cómo Husserl tenía en mente convertir una conferencia en un libro, pero desafortunadamente murió antes. Aquella conferencia se preguntaba por qué las ciencias no eran capaces de curar la enfermedad de Europa. El análisis de Husserl es que estábamos solucionando el problema de forma equivocada, con la racionalidad. La racionalidad es un instrumento utilitario. Oppenheimer hace un análisis similar hacia el final de la guerra. Quien sea un poco religioso reconocerá el principio del Génesis, en la doctrina de la imagen y semejanza con Dios. El Creador nos ha dado el ejemplo de ser humano que deberíamos querer ser. Lo importante de esto, volviendo a los orígenes de la historia, es que estos tópicos aparecen en los filósofos griegos, en Zaratustra… Más allá de la fe que pueda generar la Iglesia como institución, debe rescatarse una conciencia común y permanente en torno al hombre, al ser humano. Debemos mantener viva esa idea de humanidad. Estar vivo es un don, y todo regalo entraña una responsabilidad. Ser humano es un arte pero es el arte más importante y complejo. Todos podemos ser artistas, en lugar de hacer caso a los demagogos y a los charlatanes.
—He conocido a algunos sabios que son personas moralmente en ruinas, ¿sigue confiando que existe alguna relación entre el conocimiento y la excelencia moral?
—Un sabio de verdad nunca podrá estar moralmente en ruinas, sería una contradicción en los términos. Puede haber personas listas e inteligentes inmorales pero no merecerían ser considerados sabios. Al principio del segundo ensayo de mi libro hablo de los editores cultísimos que apoyaron a Hitler. Tenían unas bibliotecas fantásticas, mucha cultura… eran la élite cultural de su tiempo; pensemos, por ejemplo en Heidegger. Este un debate que no me abandona. George Steiner nos recordaba a todos que las humanidades no humanizan. Hay demasiados cuentos, demasiadas historias… En 'Kaputt' de Malaparte se plantea la paradoja moral de quien se pregunta cómo matar a más personas de forma más eficiente mientras se recrea con Chopin o con Beethoven. Aquella generación de alemanes era una generación culta, pero como le dije a Steiner, la cultura es una invitación, no algo definitivo. En la vida no hay atajos, no hay pastilla roja o azul como en 'Matrix'. La cultura o un libro no son una píldora que abran ninguna puerta. Son una invitación. La vida es una invitación, no puedes obligar a alguien a que te quiera. Puedes decir a alguien que le quieres, e invitar a otro a que te quiera. Pero si nos quitan la cultura, la 'paideia', la filosofía, la búsqueda de la sabiduría, la poesía, la lengua, el trabajo de las musas… ¿qué nos queda? No seríamos más que robots o entes suicidas. Estos son las únicas herramientas que tenemos si queremos ser mejores. No hay tecnología que nos salve, sólo el arte. La traición de los amigos no nos lleva a abandonar la confianza en la amistad. Los fracasos amorosos tampoco. Stalin o Heidegger eran eruditos, pero su fracaso sólo muestra que una herramienta puede utilizarse bien o mal.
—En 'El arte de ser humanos' cobran un especial protagonismo escritores y pensadores de comienzos del siglo XX. ¿Por qué se parecen tanto los primeros compases del siglo XX a las primeras décadas del XXI?
—El siglo XX no ha terminado todavía, sigue aquí. A mí también me sorprende cuando leo a estos autores que todo esté ya ahí. El principal punto de inflexión en nuestra historia es la Primera Guerra Mundial. La bendición de la ciencia o la bendición de la fe acabó en ese contexto terrible. El mundo quedó en ruinas y hemos tenido que reinventarlo todo. Al final del segundo ensayo de este libro, cuando hablo con Thomas Mann, enfrento una cuestión que planteó Nietzsche. ¿Quién va a reinventar la historia del hombre, quién la va a reescribir? Las grandes personalidades han creído en el ideal de la humanidad. Yo vengo de una familia católica socialdemócrata, una familia muy normal. Al provenir de ahí, a veces me sorprende que muchos de mis amigos de izquierdas o progresistas han dejado de creer, no se comprometen con ideales, abrazan el posmodernismo… Las obras que se refieren en mis libros son importantísimas. Mantengo la esperanza de que podamos aprender de la historia. Uno de los grandes horrores es que se ha creado un amnesia colectiva. Tenemos una generación de cerebros lavados por la fama y por el absurdo.
—Al reivindicar la tradición habrá quien le llame conservador.
—Lo acepto, pero con una nota al pie. En sus memorias, Nadezhda Mandelshtam hablaba de la esperanza contra toda esperanza y de la esperanza abandonada. Esto es clave para entender el siglo XX. Ella señalaba que a nivel cultural hay que ser conservador. La cultura es el arte de conservar. No se puede traducir o trasladar una cultura que no conservas. También Thomas Mann dice algo parecido. Los valores del pasado deben ser traducidos si queremos mantener su significado original. A nivel cultural hay que ser conservador pero a nivel político no debemos permitirnos serlo. Los problemas sociales requieren una política progresiva. Soy conservador cultural, pero como político estoy en contra de cualquier forma de conservadurismo, ya que eso requeriría velar sólo por tus intereses y los de tu clase.
MÁS INFORMACIÓN
—¿Qué relación hay entre el odio y la cobardía… o, si lo prefiere, entre el amor y el coraje?
—Es más fácil contestar a la segunda pregunta. El amor es una elección, una opción. La diferencia entre el amor y estar enamorado es que el amor no tiene nada que ver con sentirte bien. El amor puede ser un trabajo duro, es un sacrificio perpetuo. El amor más grande es el que te lleva a sacrificar tu vida para salvar a alguien o alguien. No me refiero a sacrificios vitales ni al gran Sacrificio. Pero cuando cuidas a tus hijos, cuando le facilitas la vida a la gente que quieras, si amas a tu país… el patriotismo es un acto de amor que requiere sacrificios. Si amas la verdad, hace falta mucho valor para defenderla. Si amas a los otros seres humanos el propio amor se convierte en un acto de valor. No se puede amar si no tienes el valor de proteger lo amado y sacrificarte por ello. Los cobardes, básicamente, se odian a sí mismos porque saben que son cobardes. Desgraciadamente hay muchos cobardes en la política o en el mundo académico. Saben que lo son, y es comprensible que los cobardes se odien.
Límite de sesiones alcanzadas
- El acceso al contenido Premium está abierto por cortesía del establecimiento donde te encuentras, pero ahora mismo hay demasiados usuarios conectados a la vez. Por favor, inténtalo pasados unos minutos.
Has superado el límite de sesiones
- Sólo puedes tener tres sesiones iniciadas a la vez. Hemos cerrado la sesión más antigua para que sigas navegando sin límites en el resto.
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para registrados
Iniciar sesión
Esta funcionalidad es sólo para registrados
Iniciar sesiónEsta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete