Javier Sierra: «Sufrí bullying de niño por los temas de los que escribo hoy»
el borde del agua (iv)
El ganador del Planeta 2017 se moja en la cuarta entrega de esta serie de entrevistas veraniegas
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El escritor Javier Sierra.
Javier Sierra lleva un cuarto de siglo subido al podio del superventas. Llegó hasta ahí braceando, a contracorriente, y se mantuvo durante 25 años en la cresta de una ola que aún no se extingue. Asomado a un estanque que le combina con la ... camisa, el novelista aragonés y premio Planeta 2017 con 'El fuego invisible' habla de los vasos rellenos no ya a la mitad o por debajo de ella, sino de la frescura que aún conserva su agua. Sobre estos asuntos, también sobre los lectores de playa y los veranos en los que descubrió a Tintín en Teruel, habla el escritor en la tercera entrega de esta serie de entrevistas veraniegas.
Su novela 'La cena secreta' (2004), protagonizada por un inquisidor dominico experto en la interpretación de mensajes cifrados, contenía las líneas maestras de una obra literaria que tiene entre sus hitos 'El maestro del Prado' (Planeta 2013), su décima novela, que mezclaba la historia del arte, las profecías y los secretos oscuros detrás de las pinturas de la pinacoteca más importante de España. Colaborador del programa 'Cuarto milenio' suyos son también 'La dama azul' (2008), 'La ruta prohibida' (2007) y 'El ángel perdido' (2011).
—25 años de carrera, ¿qué tan lleno ve el vaso de agua?
—Lo que realmente me importa es que el agua de ese vaso no se pudra. Me preocupa más la calidad del agua que el nivel. Mi primera novela, 'La dama azul', fue muy osada, porque estaba narrada en dos tiempos. No estaba dentro de un canon literario. Me preocupaba que no se entendiera hoy y, sin embargo, se entiende perfectamente y sigue vendiendo. Nunca ha dejado de estar en librerías.
—¿El thriller español le debe un monumento a Ruiz Zafón?
—Él reinventa la novela, porque le añade al thriller tradicional dosis de misterio y romanticismo. Las grandes aportaciones de los escritores es salirnos de las etiquetas, hibridar otros géneros. Cuanto más mezclemos y mezclemos en las proporciones adecuadas, que ahí es donde está el secreto, más aportaremos. Zafón se sale de la estructura del thriller anglosajón, Frederick Forsyth, Tom Clancy y todos estos autores, que eran los que en ese momento estaban en la cresta de la ola, e incorpora esa especie de bruma, escenarios góticos y un punto de sobrenatural. Eso amalgama un texto maravilloso.
—¿Cuánto ha cambiado el lector español hasta hoy?
—Ha evolucionado mucho en los últimos 20 años, especialmente la literatura juvenil. Veo con admiración la evolución que ha tenido Blue Jeans. Es un autor que viene de la novela romántica de adolescentes y pasa a la novela de misterio inspirada en Agatha Christie. Esa combinación me ha parecido una buena aportación a una generación nueva de lectores, porque esos que hoy leen Blue Jeans sé que mañana van a leerme. Hay que ser muy generoso como autor. Es decir, mis lectores no son mis lectores, es falso. Mis lectores son lectores que me leen a mí ahora y que mañana leerán a otro autor y por lo tanto eso hay que considerarlo. A mí me gusta que haya lectores, aunque no sean míos ahora, ya llegarán a mis libros.
—¿Cuál ha sido la gran jarra de agua fría de su carrera?
—En 2001 con la publicación de 'El secreto egipcio de Napoleón'. Lo lancé en una editorial con la que diseñé por mi cuenta un plan de promoción. Eché la maleta al maletero de mi coche y me fui por todas las capitales de provincia que tuvieran un Corte Inglés. Lo presenté por mi cuenta y llevando yo la prensa.
—¿Hizo un Pedro Sánchez?
—(Risas) Un Pedro Sánchez, total.
—¿También al volante de un Peugeot?
—En esa época… ¿con qué iba yo? ¡Ah, con un Golf! El libro se posicionó en las listas de los más vendidos, pero la editorial no creía en él y a los seis meses lo retiró de circulación. Fue tal decepción, que tuve un periodo de orfandad terrible.
—¿Y qué ocurrió?
—Llegué muy dolorido a Matilde Asensi. Me crucé con ella en la primera edición del premio de novela Ciudad de Torrevieja. Entonces, me dijo: 'Lo que necesitas es una agente editorial' y me presentó a Antonia Kerrigan. A partir de ahí, en aquella primera reunión con Antonia en su despacho, en Barcelona, me hizo una pregunta: '¿Y tú qué quieres hacer con tu literatura? ¿A dónde quieres llegar?'. Le contesté: 'Quiero vivir de y para la literatura'. Es el sueño de casi todos. Ella me dijo: 'Vale, lo vamos a conseguir'. La siguiente novela que publiqué con Antonia fue 'La cena secreta'. Pasé del infierno al cielo en cuestión de año y medio.
—¿Cuál fue la mayor aportación de Kerrigan como agente literario?
—Leía sin prejuicios. Fue así como descubrió a Carlos Ruiz Zafón. Cuando Carlos lanzó 'La sombra del viento', el libro fue retirado. Y nadie lo leyó. Y tuvo que ser a través de Antonia, que creía en ese libro, que le dieron esa segunda oportunidad. En aquella segunda oportunidad se obró el milagro. Antonia luchaba mucho por las segundas oportunidades. Eso también se lo agradezco. Además, tenía una enorme interlocución con editores de todo el planeta. Se reunía con una editora en Estonia y conseguía venderle un libro que transcurría en Albacete. Entendía que podía ser perfectamente universal.
—¿Qué diría Luis Fovel de la España actual?
—Creo que se fijaría en la arquitectura contemporánea. Tendemos a despreciar los nuevos edificios, porque no hallamos ningún simbolismo. Pero él probablemente lo encontraría. Cuando alguien construye una torre de cristal, está reeditando el mito de la torre de Babel. Quiere que los negocios estén cerca del cielo, de lo divino.
—¿No vería alguna cosa más? ¿Signos del Apocalipsis?
—Luis Fovel tiene mucho de mí y yo soy un optimista antropológico. No creo que estemos en el fin del mundo. Al contrario, estamos en el inicio continuo de un nuevo mundo. Cuando ocurrió la pandemia, escribí un libro optimista, 'El mensaje de Pandora', que de alguna manera venía a decir que hemos pasado por pandemias horrorosas sin tratamiento ni sanidad ni ciencia. Nos hemos recuperado y hemos sacado lo mejor de nosotros cuando las vencimos.
—¿Buscamos hoy certezas en la ficción?
—Algunos nos hemos dado cuenta de que la vida es una ficción. Eso tiene una cosa buena: puedes intervenir y darle tu giro. No existe la verdad. Nos empeñamos en buscarla por una cuestión ética, porque nos han enseñado que hay verdades fundamentales, pero hasta las verdades fundamentales son ficciones, acuerdos. Y nosotros decidimos creer en ellas.
—¿A qué libros acude cuando la escritura se atasca?
—Mis lecturas son muy heterogéneas. Cuando estoy en el dique seco y no sé cuál camino tomar, me suelo asomar a las 'Ficciones' de Borges, porque me rompe el laberinto, me dice: puedes tumbar la pared e ir donde tú quieras.
—¿La cancelación le inhibe al momento de escribir?
—La cancelación, como el bullying, no son experiencias nuevas para mí. Sufrí bullying y cancelación de niño, por hablar de estas cosas de las que hablo hoy y especialmente, imagínate, en mis clases de religión, ya no digamos en el catecismo. Dije que la estrella de Belén, técnicamente era un ovni, ¿no? Eso me hizo fuerte. Es decir, el hecho de sentir que estaban contra mí, me hizo recapacitar sobre por qué estaban contra mí. Y ahí que lo que estaba defendiendo era defendible. Si no, no se hubieran preocupado por mí. Y por lo tanto, merecía la pena seguir en la batalla.
—¿Alguna profecía en la que todavía crea?
—Es un tema que he estudiado, he ido incluso al lugar donde está enterrado Nostradamus. Me interesa la historia de los seres humanos que se sienten prisioneros de su línea de tiempo y quieren adelantarse. Pero yo, después de estudiarlas mucho, no creo en las profecías. Son señales de tráfico que avisan de un peligro. Y está bien porque cuando la sociedad crea en ellas, evita ese peligro. No son hechos inefables que van a pasar con certeza. El destino es nuestro.
—¿Las series de las plataformas usurpan el trono de la novela?
—No. Es verdad que hay mucha gente que puede dedicarse un fin de semana a hacerse un maratón de una serie y no abrir las páginas de un libro. Pero lo que están haciendo es situar en el eje de nuestras vidas, para bien y para mal, el relato.
—Cuando va a una playa, ¿busca sus novelas entre los lectores bajo las sombrillas?
—(Risas)
—¿Se ha llevado algún disgusto?
—No, pero yo creo que todos los escritores, cuando entran en una librería, van buscando dónde está su libro y si está bien colocado. Y cuando van en el metro, miran de reojo a ver quién es el que está sentado leyendo en un rincón del vagón y que está leyendo. Yo lo hago y me pregunto muchas veces en mi imaginación: ¿qué mensaje le estará llegando? Soy consciente de que no he escrito un libro. He escrito tantos libros como lectores se acercan a esas páginas. Cada uno percibe una cosa distinta. Y me gustaría saber qué está percibiendo esa persona.
—¿Cuántos lectores tiene?
—En torno a los 5 o 6 millones de ejemplares vendidos en todo el mundo. ¿Cuántos lectores es eso? ¿Pueden ser el doble? Claro, ¿cuántos lectores leen un libro? Puede ser el doble o el triple, no lo sabemos.
Otros bordes del agua
—¿Cuáles eran sus lecturas estivales infantiles?
—Soy chico de provincias. Nací en Teruel. Ahí los veranos eran muy largos. Mis padres no viajaban, no nos íbamos de vacaciones, teníamos una casa a las afueras. Y lo único que podía hacer en esa casita a 3 kilómetros de donde vivíamos, era parapetarme con un buen número de libros. Me iba a la biblioteca pública. Me gustaban mucho los libros de aventuras. Cuando se me acabaron los Julio Verne y los Stevenson, me lancé a 'Alfred Hitchcock y los tres Investigadores', Una colección que recuerdo con mucho cariño. A alguien en el Ministerio de Cultura de aquellos años se le ocurrió llenar las bibliotecas públicas de Tintines y de Asterix. Entonces me enamoré de Tintín, más que de Asterix. Se convirtió en una aspiración para mí. Esa idea del reportero que va detrás de una historia, que hay un enigma siempre, que de repente puede convertirse en actualidad.