PROYECTO ABC CULTURAL
Antonio Blázquez persigue hacerse «inmortal» con «Forever», primer Proyecto ABC Cultural de 2017
Las cicatrices físicas se convierten en huellas de la memoria. A ellas, y a una particular caja de recuerdos, acude Antonio Blázquez para ilustrar «Forever», su Proyecto ABC Cultural, el primero de nuestra publicación en este 2017
Imágenes del conjunto «Forever»
«Forever» puede que naciera como proyecto en el verano de 2015, aunque cada vez estoy menos seguro de cuándo comenzó, ahora que echo la vista atrás.
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Aprovechando mi paso por una residencia artística en Pinea (Rota, Cádiz), en la que tuve la oportunidad ... de ordenar ideas y empezar a trazar lo que imaginaba como nuevos planes, puse nombre a una serie «inédita» , basándome en algunos apuntes guardados en la manga de trabajos anteriores, como la instalación «1995», que desarrollé en Casa Sostoa (Málaga) poco antes, en la que la memoria y el paso de los años eran las coordenadas con las que revivir mi habitación de adolescente y el tiempo pasado; o series gráficas como «Tatuajes», del año 2012, en las que me centré en las marcas e inscripciones que dejamos los humanos en las cortezas de los árboles, en un interés por analizar nuestro empeño en conservar la memoria del tiempo y el instante presente a través de signos y huellas, a veces perecederas.
Tatuajes efímeros
De forma muy intuitiva, «Forever» se fue materializando aquellos días con dibujos sobre papel que realizaba y desgastaba , que dibujaba y borraba, así como algunos bocetos y tatuajes efímeros hechos con bolígrafos sobre mi cuerpo y los de las personas más cercanas e importantes para mí. Marcas que fui documentando, junto a pequeñas anotaciones escritas que configuraron una especie de diario , rozando aspectos que me interesaban en ese momento, como pueden ser lo perdurable y eterno frente a lo efímero de ciertas conductas y vivencias; el simulacro y lo perecedero; lo provisional, el instante; y cómo vamos creando un imaginario pasado visual y escrito sobre nuestra vida a partir de recortes, de fotografías, de recuerdos inconexos que generan una hilo, una cadena, una historia; la que vivimos o pensamos que vivimos, porque sobra decir que en todo este proceso descubrí hasta qué grado iba abriéndome en canal y mostrando un trabajo quizás demasiado íntimo y autobiográfico, pero que a la vez ocultaba muchos apuntes y fotografías que decidía que no viesen la luz.
«Forever» quedó en un cajón cercano, a la vista, con la intención de continuarlo, pero sólo saliendo a flote a veces en nuevos pequeños dibujos... Hasta hoy
Todo este material se expuso de una manera convencional, sobre las paredes de la Sala del Mercado de Rota , al poco tiempo de terminar mi residencia allí.
Tras aquella experiencia, «Forever» quedó en un cajón cercano, a la vista, con la intención de continuarlo, pero sólo saliendo a flote a veces en nuevos pequeños dibujos o fotografías cotidianas, pero lejos de cualquier pretención artística o expositiva . Sin embargo, muchos de estos dibujos y fotografías se deslizaban y acababan en los perfiles de las redes sociales digitales que utilizo casi a diario, en ese afán por dejar un rastro , una huella de nuestra vida. También descubrí cómo en ciertas aplicaciones como Instagram guardaba una gran cantidad de borradores, fotos que pensé subir en un momento determinado pero que quedaron justo al borde del precipicio entre lo íntimo y lo privado.
Hace un par de meses, revisando aquel trabajo con la intención de darle continuidad, comprendí que nunca había cerrado ese cajón y que incluso llevaba abierto toda mi vida. Y que no, era como pensaba, la hora de reiniciarlo, sino de asimilarlo y expandirlo, de tomar la decisión de convertirlo en un proyecto que quizás me acompañe durante mucho tiempo, y que quizás lo más honesto sea hacerlo a través de las propias redes sociales, de forma espontánea, tirando de un par de bolígrafos y la cámara de mi teléfono móvil .
Poco más que explicar por el momento, prefiero que «Forever» vaya creciendo como una marca transversal , paralelo a otros trabajos más específicos, a obras más concretas con las que sin duda también tendrá relación, pero sin importarme mucho por el momento hacia dónde deriva, se transforma o muere .
Prefiero dejar de explicar y dejar por aquí un breve texto, «Ocho», sobre mis cicatrices físicas y que escribí hace algunos días tras una sesión frente a la cámara en la que observé sin prisas cada parte de mi cuerpo , casi como el que descubre por primera vez el cuerpo desnudo de otra persona. Unos pequeños apuntes que también hablan de esas otras huellas menos epidérmicas, de otras marcas que llegaron y que llegarán, que guardamos y guardaremos para siempre.
«Ocho»
Tengo ocho cicatrices en mi cuerpo, algunas viejas y otras más recientes, pero cada una con su historia particular. Marcas que señalan y acotan el tiempo, mi tiempo. Ocho cicatrices que están ahí en mi piel como anécdotas de mi vida , como los anillos concéntricos del tallo de un árbol.
Hubo muchas más que apenas recuerdo porque se borraron de mi piel con el paso de los años, pero estas ocho siguen aquí, y las puedo enumerar temporalmente .
La primera cicatriz es parte del lado derecho de mi cabeza desde 1982, justo encima de la oreja . Era verano y el tiempo libre para un niño de cinco años daba mucho de sí. Javi y yo pasábamos juntos muchas tardes jugando en el patio de la casa de mi abuela, bajo la sombra del limonero y la buganvilla , correteando entre macetas y alrededor de una gran palma plantada en el centro. Fue el día que descubrí el mareo del que te previenen cuando giras y giras y giras alrededor de algo fijo o de uno mismo. El mareo y la caída, porque fui a parar de cabeza encima de un macetero de forja, salpicando los geranios de sangre .
Tengo ocho cicatrices en mi cuerpo, algunas viejas y otras más recientes, pero cada una con su historia particular. Marcas que señalan y acotan el tiempo, mi tiempo
La siguiente también está relacionada con ese verano, o quizás el siguiente, con Javi y con juegos en los que la velocidad y el equilibrio eran conceptos por descubrir . Suma un par de bicicletas nuevas, más la única calle con cuesta de mi pueblo, y el «a ver quién llega antes abajo sin que el perro del carpintero nos corte el paso y nos muerda», y el resultado fue una aparatosa caída de la que salí hecho un cristo lleno de heridas. De ellas conservo aún un par de bonitas cicatrices en ambas piernas, a la altura de las pantorrillas.
La tercera creo que fue en torno a la primavera de 1987, una cicatriz recta, profunda, bien ejecutada por un cirujano al lado del ombligo, y que descubrí tras los efectos de la anestesia, curioso y asustado, entre las sábanas frías del hospital, en un momento que me quedé solo. Unos ordenados puntos de sutura que me quitaron al cabo de unos días, pero que dejaron una marca que sigue ahí después de años, igual de recta y definida.
De la cuarta no recuerdo bien la fecha, pero es una curiosa marca circular sin pelo y por encima de la nuca, tras caer rodando por las escaleras del colegio al salir todos en estampida al terminar las clases. Creo que estaba en 7º de EGB y también hubo bastante sangre y lágrimas en aquella ocasión, como en la número uno y dos.
Mi señal en la frente la recuerdo casi como un ritual , ese paso de la niñez a la adolescencia, tras inaugurar con un cabezazo frontal la entrada pequeña de un pequeño bar de mi pueblo el día que lo abrieron y donde fuimos toda la pandilla juntos, aunque yo fui el único en no darme cuenta de aquella altura tan baja . Por supuesto, con unas cervezas de más y sin necesidad de anestesia en el centro médico. Ellos aún se rien de aquello cuando les señalo mi cicatriz número cinco y nos contamos batallitas de aquella época.
Una bonita constelación de marcas
No pasé la varicela de pequeño , al contrario que la mayoría de mis compañeros del colegio, pero nunca es tarde. Volver con el tiempo a la escuela para dar clases a pequeños artistas sirvió para dejar sobre todo mi cuerpo una bonita constelación de marcas. Cabeza, brazos, pecho, espalda, piernas y hasta las plantas de los pies llenas de puntitos rojos y costras que dejaron algunas marcas por mi impaciencia y picor .
La séptima quedó como un milagro, una tarde de febrero de 2007. Una pequeña marca que no refleja la gravedad de lo que significó, tras un estúpido pero aparatoso accidente con mi coche . Tres costillas clavadas en un pulmón que sangraba y un pequeño tubito que drenó de forma inesperada y efectiva junto a la axila izquierda y que me salvó de una pesadilla de operación . Una cicatriz circular y casi invisible, pero que me eriza el vello cuando aún la toco y recuerdo aquellos días de urgencias, sábanas blancas y paseos por pasillos en camilla.
Y la última es relativamente reciente, quizás se vaya con el tiempo , quién sabe. Las típicas rozaduras en los talones que me hice hace tiempo con unos zapatos que compré, y que hace poco se estaban curando. Pero volvieron con unas nuevas botas que ya cogieron forma pero que me costaron domesticar a base de kilómetros, calcetines dobles y tiritas .
A seguir caminando.
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