Condensaciones de tiempo
Cuando se hace algo con fervor se condensa el tiempo y los minutos se reducen a segundos, escribió Azorín en el último de los más de 3.000 artículos que publicó en ABC. Tenía 91 años
Azorín
José Alfonso, en un bello artículo publicado en 'Arriba', evoca cierto lance de mis mocedades. Se ha hablado de ello hasta en el extranjero; voy a precisarlo ahora. No fue en el corral del Gaño, sino en la plaza Nueva. Se encerraban toros de Flores, ... de Albacete. 'El Mancheguito' estaba recostado en la barrera; cogí su capote, me fui al toro y le di varias verónicas. Ya había visto yo veroniquear a 'Lagartijo' y era suscriptor de 'La Lidia'.
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La cosa fue como ver y no ver. Cuando se hace algo con fervor se condensa el tiempo. Los minutos se reducen a segundos. En mi baja esfera he tenido algunos momentos de condensación del tiempo. Por ejemplo, uno de ellos fue al escribir mi artículo en defensa del general Sanjurjo, encarcelado en el Dueso.
No conocía yo a Sanjurjo. Le había visto una vez rebuscando libros viejos en la feria que hay detrás del Botánico. Me dio la impresión de que era un hombre fuerte y ágil; de que tenía lo que Nietzsche ha llamado «energía ligera». Vestía con elegancia. Hablaba y reía con un librero. Sus maneras eran sencillas.
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En nuestra historia literaria tenemos muchas condensaciones de tiempo. Cuando se leen cierta prosa o ciertos versos sospechamos que han sido escritos en momentos de condensación. La vida de Santa Teresa es para mí una resplandeciente sucesión de condensaciones del tiempo. En el siglo XIII encontramos esa condensación en un Príncipe, nieto de San Fernando. Juan Manuel en su libro 'El conde Lucanor' tiene un capítulo titulado 'De lo que aconteció a un deán de Santiago con don Illán el mágico', el que moraba en Toledo. Son famosas esas páginas que terminan con estos versos:
Al que mucho ayudares y non te lo gradeciere.
Atiende menos del, aun cuando más oviere.
¿Y no podríamos citar también algo de Gonzalo de Berceo, que según su primer editor, don Tomás Sánchez, se llamaba Mejías, Gonzalo Mejías?
Daban olor sobejo las flores bien olientes. Refrescaban en home las caras é las mientes.
Con estos versos entran por primera vez en nuestra poesía al sentido del olfato, utilizado por Baudelaire. Todo esto son nimiedades; me consuelo fácilmente de los errores, y como yo suelo citar a Pascal, porque me atrae, recordaré ahora: «Peu de chose nous console, parce que peu de chose nous affüge».
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