Charles Burns: «Puedo explorar horrores internos para que otros los lean, pero no puedo lidiar con los horrores del mundo real»

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Javier Villuendas

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Nacido en Washington en 1955, creció en Seattle y en los 80 se distinguió por su colaboración en 'Raw', la revista de Art Spiegelman que durante aquellos años fue el rejón del cómic indie en Estados Unidos, amén de la puerta al tebeo europeo y para él trampolín para saltar a proyectos varios como ilustrador de portadas para 'Time', 'The New Yorker' o 'The Believer' o la portada del 'Brick by Brick' de Iggy Pop e incluso publicidad para pastillas de menta. Algunas de sus obras más famosas son 'Agujero negro' o 'Big Baby'. Ahora nos llega el final de 'Laberintos'...

… Y un tema. Lo diferente. Lo marginado por distinto. ¿Él? Y una pequeña historia de desamor y hostilidad en un micromundo adolescente con sus singulares tablas de salvación propias. En este caso, el cine de terror. ¿Es Brian Milner, el protagonista de 'Laberintos', su alter ego? «No diría que es un alter ego, pero hay elementos de su carácter que están sacados de mis experiencias; todos mis personajes, masculinos o femeninos, reflejan alguna faceta de mi personalidad. Y sí, la mayoría de mis historias, desde 'Agujero negro', se basan en mis experiencias. Cada vez que empiezo un nuevo libro es una lucha; hay muchos comienzos en falso, pero éste ha sido especialmente difícil».

Sigue: «Había empezado a trabajar en varias historias, pero me parecían vacías y planas, y al final las abandoné todas. Llegué a un punto en el que decidí hacer una historia corta muy sencilla basada en un recuerdo de mi juventud, cuando estaba sentado en la cocina de un amigo, colocado de LSD, y dibujé un retrato de mí mismo reflejado en una tostadora cromada que estaba en la cocina y tenía delante. Quería intentar capturar la sensación de ese momento: mirar dentro de la tostadora de cromo y ver un mundo extraño, ajeno, y esperar poder encontrar una salida; esperar, contra todo pronóstico, que entrara una chica guapa y me descubriera allí sentado dibujando, y que mi dibujo, de alguna manera, me hiciera capaz de ganarme su corazón... de revelarme ante ella de una forma que era incapaz de hacer con palabras. Un deseo muy típico, ingenuo y juvenil, pero ese recuerdo me permitió encontrar el camino hacia una narración más larga y compleja».

Timidez, imaginación fantasiosa, una sensibilidad aguda y un aura… de hiriente incomprensión. ¿Fue así su adolescencia? «En su mayor parte, sí. Pero no creo que sea único. Creo que la popularidad internacional de algunas de mis historias se debe a que los lectores se identifican con las luchas de mis personajes. Tuve la suerte de tener una infancia razonablemente feliz. Era único en el sentido de que tenía fijación por el dibujo y el arte, pero tenía amigos e incluso amigas a las que parecía gustarle. ¿Vale? ¡Ja!». No obstante, le pregunto por una frase suya: «Soy un extraterrestre comprimido, sentado en otra mesa, en otro mundo». Y dice: «Esa cita refleja sin duda una parte de mi personalidad. Siempre he tenido cierta desconexión entre mi mundo interior y el mundo 'real', físico; un tema que se cuela constantemente en mi trabajo. Cuando veo mi reflejo en el espejo, siempre me escandalizo y me horrorizo un poco... sobre todo ahora que tengo 68 años».

También se ha dicho que David Cronenberg, David Lynch y 'El retrato de un artista adolescente' de Joyce son algunos de sus referentes. ¿Lo son? «No son influencias directas, conozco su obra... Crecí con los cómics americanos, los libros de arte, la televisión y las películas y, a medida que fui creciendo, eso fue cambiando lentamente hacia libros más interesantes, cómics underground, películas y arte. En este tomo final, hay una secuencia sobre 'La última película', que vi cuando se estrenó en los cines y que tuvo un profundo efecto en mí: salí del cine sin palabras. El guión, la fotografía y la interpretación eran increíbles, pero el impacto más fuerte vino por la atmósfera: los paisajes sombríos, la ciudad polvorienta, los edificios en ruinas... todo filmado en blanco y negro».

Aparte, tanto en este como en otros de sus cómics, Burns quería explorar su amor por las películas de terror que veía cuando era niño así como los primeros intentos que hizo junto a sus amigos para filmar sus propios filmes en cámaras de 8 mm. Las películas que hacían emulaban las de espías, agentes secretos y terror que tanto les gustaban. «Más tarde, al final de mi adolescencia, seguí haciendo películas, pero en otra dirección... películas que jugaban con algunos elementos de las películas de género pero más centradas en mi visión inconexa del mundo e influidas por las drogas que tomaba. Como he dicho en numerosas ocasiones, «puedo repartir, pero no aguantar». En otras palabras, puedo explorar horrores internos y sacarlos al mundo para que otros los lean, pero no puedo lidiar con los horrores del mundo real».

Entonces, ¿la vida da mucho más miedo que el arte más terrorífico? «Por supuesto que sí. (Véase mi respuesta anterior)».