flamenco
Carrete de Málaga: «Deberían homenajearme con sobres, no con placas»
entrevista
Nació casi arrestado por unos guardias civiles, vivió mil vidas a través del baile y este 29 de abril abre como invitado la Bienal de Flamenco de Málaga
Las sevillanas más tristes que se bailan en la Feria de Abril
Luis Ybarra
Dice que está en su mejor momento. Es curioso porque, aunque no sepa exactamente la edad que tiene, anda por los 82. Más o menos. Y ahí le ha llegado la plenitud: cuando él calcula, pues dato fiable no hay, que ha superado los ... 80, pero los 85 seguro que todavía no los ha alcanzado. La historia de Carrete de Málaga, en parte, recuerda a esa que narró Chaves Nogales en 'El maestro Juan Martínez que estaba allí', porque ha vivido, a través del baile, de todo.
Vino al mundo en un año aproximado, pero en una escena concreta: «Mi madre me parió entre dos guardias civiles en una venta, en La Choza, entre Málaga y Granada. Mi padre, que era cuatrero, había robado cuatro caballos. Y nos cogieron. Qué mala suerte: nacer medio preso. Yo salí del vientre y empecé a volar, como una hoja, hasta hoy».
La escasez, de este modo, gobernó sus primeros días, asumiendo en primera persona una sentencia de Curro Romero: «Qué difícil es comer despacito cuando hay de comer». Carrete creció deprisa, porque no tuvo tiempo para recrearse en el proceso. Fue un niño adulto por caminos y puentes. En los reformatorios. Un Oliver Twist gitano y bailaor que conoció la Feria de Abril de Sevilla cuando todavía había en ella ganado: «Allí me buscaba la vida, con 9 años, cuando se celebrara en El Prado. Pedía limosna, cogía arroz cerquita de un cementerio, bailaba, hacía el tonto, robada... ¡Quería comer! Les cogía las talegas a los marchantes y me comía lo que tenían. '¿Dónde está esto?', se preguntaban, y yo estaba por allí descalzo mangando y comiendo. He hecho cosas más fuertes de lo que cualquiera se pueda imaginar, pero lo más fuerte de todo es que yo esté vivo», cuenta con un ataque de risa.
«He hecho cosas más fuertes de lo que cualquiera se pueda imaginar, pero lo más fuerte de todo es que yo esté vivo»
Carrete de Málaga
bailaor
Con 12 años, siempre más o menos, debutó como profesional. Lo hizo en el Teatro Cervantes de Málaga a través de un concurso. Quedó segundo. La primera fue Marisol: «Pepa era una niña y cantaba y bailaba, como yo. Lo hizo bien, pero yo estaba por ahí peleándome, porque quería el primero, claro, que había dinero de por medio. ¡Qué tiempos! ¡Qué bonito! Después me recogió Niño de Almería, un guitarrista, y empecé mi carrera artística con La Repompa, La Quica, La Cañeta, Pepito Vargas y todo el mundo».
La primera vez que cogió un avión tenía poco más de veinte años. Fue con Chiquito de la Calzada: «Fuimos para Noruega, para Oslo. Hotel Briston… ¡Bristo! ¡Bristol! ¡Hotel Bristol! Allí fuimos. Aquello era como un ascensor: para arriba, para abajo. Muertos de miedo. Chiquito, blanco como una pared. El más gracioso del mundo. Y 50 años que nos pegamos juntos. ¡Que me hagan un programa!».
De momento, ha de conformarse con una película, 'Quijote en Nueva York', que se estrenó en el pasado Festival de Cine de Málaga. Sin embargo, sus anécdotas con Chiquito y otros personajes notables del siglo XX no caben en un largometraje: «Yo he bailado delante de gente importante. Para Brigitte Bardot, Ava Gardner y gente así. Me hice amigo de Juan Perón en una fiesta en el 57 y me dio 20.000 duros. '¿Qué te ha dado?', me preguntaba Chiquito. ¿A mí? ¿Quién? ¡Nada, nada! Y Chiquito conmigo, sin separarse, justito detrás. Que no me quitaba ojo, vaya».
Durante la grabación de su documental bailó en plena calle con Tim Ries, saxofonista de los Rolling Stones. Carrete de Málaga es un periplo en sí. Tiene tantas andanzas como marcas en la piel. Se le atragantan los relatos entre carcajadas. Es un tipo de nariz prominente que se ríe de su propia fisonomía casi como un elemento de su baile: «En Nueva York tengo que mirar todavía más para arriba que el resto para ver el borde de los edificios».
Pero allí triunfó, en la Gran Manzana, con Miguel Poveda en 2022: «Salí con un brazo en alto, como la estatua de la libertad. Y la formé por tarantos. De verdad que la formé. Qué bien me trató todo el mundo en esa ciudad. Como yo soy como un poco mimo y voy por ahí bailando por los charcos y gesticulando, la gente casi que se ponía en pie cuando entrábamos en un restaurante. Respetuosos, impresionados. ¡Qué maravilla, niño! ¡Qué clase! Eso sí: triunfé en el Skirball Center y me fui para Torreblanca, en Sevilla, a bailar allí con los gitanos. Fíjate tú qué contraste».
Estos días anda estudiando ortografía. De niño no tuvo oportunidad de ir al colegio, pero a la edad que tiene, la que sea, se atreve con un libro: El poder está dentro de ti, de Louise Hay. Sigue ensayando cada día. Formándose. Y así presume de compás y pulmón frente a los espejos: «Mira cómo respiro», dice. Y se hincha los carrillos y el pecho para empezar a mover las piernas. «Yo el más viejo de todos los bailaores. El que queda, pero soy un niño», concluye.
Este sábado 29 de abril participa en la gala inaugural de la Bienal de Málaga en el auditorio Edgar Neville, donde actúa como invitado junto a Manuel Liñán, Alfonso Losa y El Yiyo. La Bienal, que cumple VII ediciones y está organizada por la Diputación de Málaga y Turismo Costa del Sol, homenajea a su figura. Hace unos meses recogió un premio de la revista Fearless y aún quedan unas pocas distinciones más por llegar. Por eso asegura que nunca antes le habían dado tantos reconocimientos: «Ahora lo que tienen que hacer es darme sobres, no placas. Que ya tengo una edad para estar limpiándolas y un dinerito me viene de miedo», vuelve a esa risa cadenciosa que se desparrama por la boca y lo contagia todo. Carrete no es un niño, sino una hoja que ha aprendido a dominar todos los vientos.
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