Antiutopías
Vargas Llosa, un bárbaro en la Academia Francesa
«Para dejar una cordillera literaria con varios ochomiles, Vargas Llosa ha tenido que convertirse en un fanático. Pero de la única vertiente positiva, la del artista que se compromete con su obra»
Así ha sido el ingreso de Vargas Llosa en la Academia Francesa
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Iniciar sesiónAhora que el 'New York Times' y el 'Washington Post' cierran sus ediciones en español, que las universidades anglosajonas reducen las cátedras de historia latinoamericana, recomiendan a sus profesores no perder tiempo publicando en español y el mundo entero, en general, pierde interés en América ... Latina, Francia acoge en una de sus instituciones más prestigiosas, la Academia de los inmortales, el templo fundado por Richelieu como una ovación perpetua al intelecto y al genio, a Mario Vargas Llosa.
Excepto por el mundial de fútbol que ganó Argentina, lo más relevante que le había pasado a Latinoamérica últimamente era que China enviara uno de sus globos a espiarla. ¡Qué halago! A alguien le seguimos interesando. Menos mal ahora podemos presumir de este homenaje, porque también es un reconocimiento a un continente que desde el siglo XIX se ha nutrido con fascinación del pensamiento y de la cultura francesa.
Vargas Llosa ha sido un ejemplo consistente y radical de ese hechizo. Leyendo a Flaubert –también a Faulkner, claro– entendió que la novela era forma. Bajo su influjo depuró herramientas técnicas que le permitieron narrar historias peruanas, incluso de ese Perú profundo, selvático o serrano, con una maestría y un pulso universales. Los diálogos cruzados de 'Conversación en La Catedral', por ejemplo, o los saltos del presente al pasado en 'La fiesta del Chivo', le dieron una modernidad y un dinamismo trepidante a su literatura.
Vargas Llosa, el inmortal
Karina Sainz BorgoEl premio Nobel se ha convertido en el primer escritor en español en ingresar a la Academia Francesa de la Lengua
Pero más allá de la destreza técnica, las novelas de Vargas Llosa son un hervidero de pulsiones y pasiones humanas. Leyendo sus obras nos enfrentamos a un dilema existencial: sin ideales la vida se diluye en rutinas mediocres, pero su exceso, la fe ciega en una idea, degenera en fanatismo. Entre uno y otro polo se mueven sus personajes. Él mismo, para dejar una cordillera literaria con varios ochomiles, ha tenido que convertirse en un fanático. Pero de la única vertiente positiva, la del artista que se compromete con su obra para hacer lo que pocos logran, dejar algo positivo en el mundo. A eso, claro, bien podemos llamarlo inmortalidad.
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