Brad Pitt, un susto de guapo
Diosas y Narcisos
Su estilo ha peleado contra su juventud de leyenda, contra su celebridad planetaria, contra su vestuario de alboroto. Prestigia el apolo de greña. Sin rival.
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Iniciar sesiónAunque Brad Pitt es un jaleo de gafas de sol, vaqueros grunge, camisas de borbotón y algún esmoquin de Oscar, sale siempre muy aupado en las encuestas de la elegancia. Sobre todo porque es un jaleo o pleito de todo eso. Yo veo en ... él a un narciso sin énfasis. Quiero decir que Pitt ha encontrado un modo propio de estar, una manera suya de llevar cualquier harapo, un lenguaje, en fin, por encima del revuelto abecedario de sus percheros, donde igual tiene una gorra de saldillo que una levita Armani. En lo único en que vivió fijo, durante años, fue en el amor por Angelina Jolie, que es una palmera sexual, con morbo de tatuada, que unas veces doblaba de elegante a nuestro hombre o bien lo doblaba de canalla, según ocasión y trapito de oro para la ocasión.
Pitt ya ha soltado por ahí que a partir de los cincuenta años empieza el cuerpo a resentirse, y ahí es donde uno ve que principia la elegancia, porque cuando falla el cuerpo se anuncia el espíritu, que es quien de verdad luce los trajes. Ahí empieza el espejo interior, y decae el espejo propiamente dicho. Coco Chanel arriesgó que la elegancia es el esqueleto. Pitt es un esqueleto con mucho gimnasio, pero a partir de ahora, bien brincados los cincuenta, el hueso gana a la mancuerna, y ahí se inaugura la distinción. Lo demás es footing o escaparate. O ambas cosas. En Pitt se va apagando el guapo mundial y va asomando el dandi joven, que no es el joven dandi, sino más bien todo lo contrario. Acabamos de verlo en la promoción de 'Bullet train', a un soplo de estreno, donde acudió con falda. No fue un acierto, esa osadía, pero da igual, porque el tío es un susto de guapo, todavía. Nunca recae en el horterismo del estampado y ha probado todos los peinados o despeinados, por exigencias del guión, a ratos, y otros ratos por exigencias del guión de su vida, que gusta de tocar varios palos, y hasta palos opuestos. Lleva un siglo de contencioso con su exmujer, Angelina, pero el prestigio navega por encima del show. No sé si hace falta recordar aquí que ha trabajado con Steven Soderbergh, Ridley Scott, Tarantino, o los Cohen, pero lo recordamos. Cuando recogió su Oscar fue a la ceremonia más solo que la luna. No se le aprecia maduro, pero casi. No es un cromo de carpeta de adolescentes, pero aún sirve para competir en calzoncillos con Cristiano Ronaldo.
Empieza a perder gimnasio, pero la pajarita le queda como a James Bond, zona veteranos. Creo que fue Valentino quien le definió como «un icono de estilo». Bueno, pues vale. La frase es fácil, pero el término estilo boceta bien al actor, que se sale de todo boceto porque practica unas veces la sobriedad del color negro y otras veces el entusiasmo del desaliño, que en él queda distinto. Hay muchos Pitt en Brad Pitt, pero siempre es él mismo, porque no gasta hueca planta de maniquí sino empaque de tío que se va de gira por los abismos íntimos. Ruedan de modo guadiana, en los programas de portería, los nombres de algunas famosas nacionales que pudieron pasar una loca noche madrileña con Brad Pitt, cuando vino a presentar película, según dicen los que dicen que saben. Esa baraja de nombres de guapazas se abre y se cierra, según los años, pero quien pasó la noche con Brad Pitt fui yo, hasta que al alba, casi, nos fuimos a la cama. Por separado, naturalmente. Su estilo ha peleado contra su juventud de leyenda, contra su celebridad planetaria, contra su vestuario de alboroto. Prestigia el apolo de greña. Sin rival.
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