Arturo González-Campos: «El humor es tan libre que es peligroso»
entrevistas con la maleta
No hay truco para hacer reír, pero el humorista 'todopoderoso' descubre a ABC todos los secretos que esconde en su casa, una oda a la cultura popular
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Iniciar sesiónEl 'todopoderoso' Arturo González-Campos aprendió a «base de golpes» pero le tiene ganada la partida al tiempo porque «el humor es como el rock, te mantienen inevitablemente joven». El cómico está más a gusto en el mundo al revés que el monstruo de 'Stranger Things', ... por eso viste por la cabeza y lleva desnudos los pies, saca pecho de lo que otros encuentran 'raro' y puede reír incluso en el momento más triste. También es capaz de ver una victoria en la derrota, de ahí su último libro, 'Enhorabuena por tu fracaso' (Plan B). Rodeado de cómics y protegido con el martillo de Thor y el escudo del Capitán América, prepara la maleta para el verano fiel a su filosofía, desde otra perspectiva, sin calcetines pero con muchos calzoncillos, porque «la risa, a pesar de lo que creen, no está reñida con la higiene».
—Escritor, guionista, 'podcaster', humorista. ¿Quién es Arturo González-Campos?
—Pues nadie, como mi propio currículum indica. Soy un tío que hace cosas, no sé si alguna bien. Las hago porque me gustan, me divierten y porque creo profundamente en la gente que hace cosas e intento parecerme a ellos, con éxito desigual.
—Con cosas se refiere a música, libros, películas y ese gran etcétera de influencias en su vida. ¿Por qué un nombre tan material para algo intangible?
—Porque sí es muy medible dentro de cada uno y se diferencian de las otras cosas en que el sentido de pertenencia es interior. Cuando ves una película que te gusta, ya te pertenece. Eras una persona cuando empezaste a ver esa película y, tachán, tachán, cuando termina eres otra, y eso es muy mágico y muy diferente a lo que consiguen los objetos. Además, no me gusta que el monopolio de las cosas se lo quede solo lo tangible.
—No se le caen los anillos por decir que le gusta Marvel. ¿Se puede sacar cultura de los superhéroes?
—He aprendido muchas cosas de Marvel, igual que de Shakespeare o de Machado. En mi cabeza todo está igualado y las lecciones no son lecciones cuando las escribe alguien sino cuando las recibes tú. Hay temas sobre la épica o la valentía que he aprendido en Marvel porque leí antes sus cómics que 'La Ilíada'. Hay algo en esa fantasía de los superhéroes que tiene que ver con haber sido una persona con muchísimas ganas de esconderse de la gente por sentirse distinto, diferente. Había algo de mágico en que Peter Parker fuera un 'pringao' al que nadie hacía ni caso pero que tuviera esa reválida de poder esconderse, ponerse una máscara y convertirse en alguien admirable. Eso que ya estaba en El Zorro, por ejemplo, Marvel lo potencia. En mi infancia eso me impacta. Me siguen fascinando los héroes por debajo, los que hacen cosas con una máscara y no salen nunca a la luz.
—Más que por ser héroes, la gente se muere por ser diferente; lo 'raro', como se define con orgullo, parece lo exclusivo. ¿Lo normal ahora es ir contra la corriente?
—Todo el mundo piensa que va a contracorriente, pero no hay muchos que lo hagan. A lo mejor soy de esos. Si todos fueran a contracorriente, por lógica progresaríamos muy rápido, no nos estancaríamos en verdades que han resultado no serlo. Todo el mundo siente que es un rebelde, pero gente que piensa de manera transversal conozco muy poca. Javier Krahe, Larry David... sí tengo la sensación de que su cabeza funciona en dirección diferente a la de los que nos creemos que estamos revolucionando. Otra cosa es que el mundo en el que naces y la personalidad que tienes determina que seas raro o no. Nací en un mundo en el que el fútbol era lo principal y a mí, por lo que sea, no me interesaba, lo que me convirtió en raro. Pero ni siquiera eran mis propias convicciones, sino que, de manera natural, el mundo iba por un sitio y yo por otro. No me considero un héroe, le pasa a la gente que se siente rara: piensan diferente a la mayoría.
—Y, sin embargo, a quien piensa diferente se le llama 'friki', que tiene una connotación negativa.
—La palabra friki no me gusta nada. Friki viene de 'freak', que equivale a monstruo, y solo en España se denomina frikis a los frikis. Aquí no sé por qué el término se adapta a la gente que nos gusta según qué tipo de cosas que no son las comunes.
—¿Cómo se hace uno cómico?
—[Suena 'Eye Of The Tiger']. Mi vida ha sido la trayectoria de una rumba, iba chocando con paredes y girando. No sé cómo acabé de cómico, de forma honesta. Siempre he sido un gran amante de la capacidad de la gente de hacer gracia. Sí es verdad que tengo algunos momentos de epifanía en los que entiendo que una cosa es tener más o menos gracia y otra trabajar como cómico, fabricar humor; que una cosa es repicar chistes y ser capaz de decirlos con mayor o menor gracia y luego lo que hacen los obreros del humor, como Monty Python o Faemino y Cansado, gente que ha trabajado en el humor.
—¿Usted es de esos entonces?
—El humor es una profesión como otra cualquiera y que requiere el mismo esfuerzo y talento. La casualidad me llevó a ser guionista de 'El club de la comedia', a inventarme cómo se escribe un chiste, cómo se escribe una situación graciosa, cuáles no funcionan y cuáles provocan un aplauso, una carcajada o una sonrisa. Y me convierto en un cómico que estudia el mecanismo del chupete para intentar saber cómo funciona el humor.
—¿La comedia hace que pesen menos los años?
—El humor es como el rock, hay cosas que te mantienen inevitablemente joven, solo hay que ver a los Rolling Stones. La música y el humor se desactualizan muy rápido, precisamente porque la sociedad cambia continuamente. Tratar de mantenerte actualizado es lo que te provoca esas ganas de no perder el tren, de no quedarte estancado.
—¿Es difícil buscarle siempre la gracia a la vida?
—En mi caso, no. El sentido del humor, que es una cosa que tampoco la tenemos muy bien definida, tiene que ver más que nada con la percepción del humor que con qué me hace gracia o qué no. El sentido del humor es cuando todo el mundo ve una cosa y tú ves la risa. Eso se me ha despertado desde pequeño, porque me he criado así, y luego he trabajado en ello porque al final ha sido una de las cosas más importantes de mi vida. Para mí no es difícil, es un instinto.
—Porque sale sin pensarlo.
—De hecho, creo que debería llamarse más el instinto del humor que el sentido del humor. Cuando estaba llorando la muerte de mi padre y vi que la revista de los tanatorios se llamaba 'Adiós', me morí de risa pensando: claro, es que ya no van a poder leer nunca más el 'Hola' los muertos. Es inevitable. Tu cabeza está fabricada de esa manera y tiene ese instinto del humor; lo buscas en todos lados, seguramente como protección de la situación que estás viviendo.
—Si el humor es como un instinto, ¿debería tener límites?
—Los tiene inevitablemente, los de cada uno. Pero, como los límites del gusto gastronómico, no los puedes dominar. Un chiste no es nada; un chiste es una cosa, es como un cuchillo, puede valer para matar a una persona o para untar nocilla. Eres tú usando ese cuchillo quien condiciona ese objeto. Lo mismo pasa con el chiste, en sí no es ni bueno ni malo. Los límites del humor están dentro de cada uno y son inmutables. No podemos ni imponerlos, ni proponer un decálogo. El humor es, y cualquiera que haya leído 'El nombre de la rosa' lo sabe, tan libre que es peligroso.
«El humor es como el rock, hay cosas que te mantienen inevitablemente joven, como a los Rolling Stones»
—¿Hacer reír a la gente no implica ser feliz?
—No, en absoluto. De hecho, yo creo que un cómico no es feliz. La comedia nace del concepto lúcido de la vida que tiene un cómico. Uno de los libros que más me ha influido es 'Groucho y yo', la biografía de Groucho en la que dice que para alcanzar la comedia tienes que haber catado la miseria más profunda, la tristeza más profunda, el miedo más profundo, porque es la única manera, por contraste. Es por el mismo motivo que para saber que una paella es deliciosa tienes que haber comido un montón de paellas que no lo estaban, para ser capaz de percibir la diferencia. Esto explica trágicas historias de cómicos como Robin Williams, porque el cómico está permanentemente en contacto con la melancolía y, por contraste, saca de ahí comedia. Es lo que hacemos los cómicos, bajamos al barro, rascamos y de vez en cuando nos sale un poquito de oro.
—¿No falta la pica entonces en la maleta de un cómico?
—No falta una muda, porque no sabes si vas a dormir fuera, a qué hora te vas a ir, a qué hora te vas a levantar... Tampoco el ebook, para los trenes, los viajes, los aviones. Y un neceser, para ir lo más limpio posible, porque la risa, a pesar de lo que creen, no está reñida con la higiene.
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—¿Qué es lo más raro que alguien que se considera raro ha metido en la maleta?
—He metido de todo. Hasta un pene de ganchillo, pero porque me lo hicieron unos oyentes de 'Todopoderosos' y es muy entrañable, tiene unos ojitos preciosos y me lo llevo a los viajes porque me hace compañía; es un poco mascota... superdulce.
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