La fuga de patrocinadores eleva el coste para Exteriores de la cúpula de Barceló
El rechazo de Cajasol puede contagiar a otras entidades y obligar a financiar el proyecto con dinero público
Al menos uno de los mecenas convocados por el Ministerio de Exteriores para reunir la nada despreciable suma de 20 millones de euros —18,5 más el 10%, que será el costo presupuestado de la cúpula de Barceló, según se supo ayer por fin oficialmente— ... ha decidido rechazar su participación en este proyecto.
ABC ha sabido de fuentes de toda solvencia que el ministro de Exteriores, Miguel Ángel Moratinos, ha visto en los últimos meses cómo el gasto que deberá encontrar financiación pública asciende imparablemente, tras el rechazo de donantes como Cajasol y las intenciones de otras entidades. Parece lógico pensar que, en un momento en el que bancos y cajas pasan por momentos de apuro, en mitad de la crisis internacional, sus responsables no acierten a justificar un dispendio como el causado por el proyecto del pintor mallorquín en la sede de la ONU en Ginebra, aunque el Gobierno les presione para sumarse. No es detalle menor que la mayor parte de las cajas convocadas, entidades con importante presencia política en sus órganos de influencia, proceden de autonomías gobernadas por el PSOE.
La versión dada ayer en Ginebra a los medios de comunicación ratificaba lo publicado por ABC y estimaba que el dinero público asumirá un 40% del total de la inversión —entre 7 y 8 millones de euros—. Por tanto, estaba previsto que la fundación Onuart sepa encontrar el restante 60% de los 20 millones entre las firmas que ya figuran en la lista de donantes. Pero en Exteriores sabían antes de comparecer ayer ante los medios españoles —en Ginebra— que esto no resultará tan fácil.
La cúpula, idea de un embajador
Cajasol figura entre la decena de empresas privadas que forman parte del Patronato de la Fundación Onuart, junto a Repsol, Telefónica, Agbar, La Caixa, Indra, Galería Art Gaspar, Hotetur Club, Caixa Cataluña, Mutua Madrileña, Caja España, Caixa Galicia y Grupo Santander. Hay que sumar las aportaciones, menores, de los Gobiernos autónomos de Islas Baleares, Cataluña, Andalucía, Extremadura y el Principado de Asturias, así como de la Fundación Areces, Iberdrola, la Caixa de Baleares «Sa Nostra», la Confederación de Empresas e Industrias de Madrid/ CEIM y el grupo Barceló.
La verdadera historia de este proyecto, cuya financiación se ha enmarañado, arranca de un embajador: Juan Antonio March Pujol, hoy jefe de legación en Moscú, pero representante ante la ONU en Ginebra entre mayo de 2004 y diciembre de 2007. Según fuentes diplomáticas, March quería «dejar su huella en la misión de Ginebra». Como a cada nuevo embajador que llega, el representante del Secretario General de la ONU le había hecho saber las muchas necesidades de mantenimiento en el viejo edificio; entre otras, las deficiencias de algunas salas de trabajo. El director Sergei Ordzhonikidze le comentó que sería bueno si España pudiese echar una mano.
Parece que March, un hombre próximo al PSOE según distintas fuentes en la carrera diplomática, desechó otras posibilidades antes, «se le mostraron otras dependencias, pero dejó claro que buscaba algo mayor», según ha sabido este diario de medios de la ONU en Ginebra. «Es mérito también suyo que, si iba a haber una inversión española, ésta tuviera una visibilidad mayor». La sede posee cuatro grandes salas y una, la XX, estaba inutilizada por obsoleta, esperando un sencillo saneamiento. Podría ostentar luego una placa de España —la famosa placa— o pasar a llamarse salon español.
La visita del Rey
Cuando Asuntos Exteriores organizó al Rey una visita a la ONU en Ginebra, y fue recibido por el director general, éste aprovechó para adelantarle la posibilidad de la colaboración española, a lo que según fuentes diplomáticas Su Majestad no pudo si no manifestar su interés, canalizando el mostrado por el propio Ministerio.
Después surgió el proyecto: «La idea de los técnicos de la ONU era que les arregláramos una sala obsoleta, les daba igual si había un plafón blanco o la pintaba Barceló», dice una persona relacionada con las negociaciones técnicas en Ginebra. Pero el gasto no era el mismo si se trataba de la decoración de un artista, o del total saneamiento arquitectónico de una sala, que incluía desde intervenir la cúpula y los soportes hasta el mobiliario, audio y vídeo, y las cabinas de interpretación.
Ahí fue cuando la escala de la inversión se multiplicó y el problema de financiación se tornó preocupante, hasta el punto de que el atolladero de la cúpula —de March, más que de Barceló—, es ya rumor creciente en los pasillos del Ministerio en Madrid. Pero March no quería echarse atrás, «que no sea por dinero», y eliminó las resistencias. Según las mismas fuentes, Barceló residió en una villa que costaba 15.000 euros al mes y pidió un cocinero italiano. Su equipo tuvo que buscar otra residencia.
Es cierto que March quería «una aportación artística que podía ser muy emblemática en su significado, como compromiso de España con el sistema de Naciones Unidas», pero también que parecía desorbitada frente al enfoque pragmático dado por la ONU y un presupuesto en aumento constante.
Algunos técnicos de la administración pensaban que esto no debía asumirlo España: «Lo nuestro era la obra artística, no los micrófonos». Para unos se trata de contener el gasto como sea posible. al contrario que para el embajador. Fruto de su diligente carrera, March Pujol presentaba credenciales en el Kremlin ante Vladimir Putin, el pasado 22 de abril.
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