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Los diarios de Himmler: el horror del genocida imperturbable

El dietario del jefe de las SS, hallado en archivos del Ejército Rojo, muestra a un psicópata capaz de irse a comer tras asistir al gaseamiento de mujeres y niñas judías

Descubre cómo era Heinrich Himmler, uno de los principales responsables del genocidio judío ABC

LUIS VENTOSO

El 23 de mayo de 1945 se suicidó en Luneburgo, al Norte de Alemania, uno de los mayores asesinos de masas de toda la historia: Heinrich Luitpold Himmler , de facto el número dos de Hitler casi hasta sus últimos días. Tras ser descubierta su siniestra identidad en un centro de detención del Ejército británico, Himmler mordió una cápsula de cianuro y murió en quince minutos. Tendido en el suelo yacía uno de los arquitectos de lo que llamaron «la solución final», un psicópata que se encargó de la puesta en práctica del exterminio de seis millones de judíos y cientos de miles de gitanos.

Ahora el tabloide alemán «Bild» ha hallado en unos antiguos archivos militares de Podolsk , cincuenta kilómetros al Sur de Moscú, un diario de mil páginas, que consigna las actividades de Himmler en los años 1938, 1943 y 1944. Lo que emerge es la carencia de todo escrúpulo de un genocida imperturbable, capaz de iniciar el día con un masaje y acabarlo ordenando la ejecución de diez policías polacos. Un desalmado que en otra ocasión asiste al gaseamiento de docenas de niñas y mujeres judías en el campo de exterminio de Sobibor y acto seguido celebra un banquete con la guarnición de las SS (no sin antes ascender a capitán al responsable del centro por la eficiencia del asesinato).

Hace dos años ya habían aparecido en Israel relevantes cartas y fotografías privadas de Himmler . Permitieron conocer de cerca la intimidad de un monstruo, capaz de escribir desde los campos del horror melosas cartas a su mujer, Margarethe (la madre de su hija, a la que traicionaba con su secretaria, con la que tuvo otros dos vástagos).

71 años olvidado

El material que ahora ha desempolvado el diario «Bild» permaneció olvidado durante 71 años en lo que habían sido archivos del Ejército Rojo , donde lo infravaloraron. No es del puño y letra del jerarca de las SS, sino que se trata de las anotaciones que hacían sus asistentes para registrar todas sus actividades. Pero su valor es enorme. Vuelve a mostrar lo que la filósofa Hannah Arendt definió como «la banalidad del mal», término que acuñó para describir el tono de eficiente burócrata de Eichmann , uno de los ayudantes de Himmler en el genocidio. El jefe de las SS es también un asesino imperturbable, capaz de simular una modélica vida familiar, o de entretenerse con una partida de cartas, o un banquete o una película, mientras está enviando a la muerte cada día a millares de inocentes.

El «Bild» ha iniciado la publicación por entregas de los diarios . «Lo más interesante es la combinación de padre cuidadoso y asesino a sangre fría», resume Damian Imoehl, uno de los periodistas que hallaron el material. Himmler cuida a su mujer, a su amante y a su progenie, incluso les oculta el genocidio . También es atento y hasta paternalista con sus amigos y camaradas. Pero cumple su proyecto asesino de manera implacable, fría y bien organizada. Los diarios han sido verificados por el Instituto de Historia Alemán, porque su aparición se acogió con cautela después de la estafa de 1983 con las cacareadas falsas memorias de Hitler .

Aversión a la sangre

Una de las entradas más aterradoras llega el 12 de febrero de 1943, cuando Himmler viaja al campo de exterminio de Sobibor , en Lublin, en la Polonia ocupada. Allí asiste a la asfixia con gas de docenas de las 400 niñas y mujeres judías detenidas. Acto seguido, cierra el día con un banquete con los SS del centro. Se da la circunstancia de que es un relato que puede ser cotejado desde el otro lado, pues disponemos del testimonio del superviviente judío Meier Ziss, que llegó al Sobibor con 14 años y perdió allí a sus padres. Ziss cuenta que Himmler «llegó en un tren armado con un montón de oficiales nazis» y que las mujeres «estuvieron esperando dos o tres días» hasta ser gaseadas. Según su narración, durante la visita se prohibió a los guardias utilizar porras y látigos para dar buena imagen. Tras asistir al gaseamiento, Himmler se declaró satisfecho, dijo que era un campo bien dirigido y promovió a capitán de las SS a su responsable.

Himmler , un tipo enfermizo, de ojillos cortos de vista y mentón hundido, con problemas de estómago durante toda su vida, ridiculizado en el colegio por un porte débil que intentaba superar con extenuantes tablas de gimnasia, sentía aversión a la sangre. Los diarios lo dan a entender cuando recogen que en agosto de 1941 estuvo a punto de desmayarse al resultar salpicado por trozos de cerebro de un judío , tiroteado en la cabeza durante una ejecución masiva.

El 3 de enero de 1943 es uno de esos días de «banalidad del mal» . Arranca el día tarde, a las diez, con un masaje de una hora a cargo de su médico personal. A las dos de la tarde almuerza con oficiales nazis. De tres a siete mantiene «19 encuentros políticos» y a las nueve de la noche le dan la noticia de que oficiales de la policía polaca se niegan a combatir. Tras la cena con sus subordinados de las SS, ordena que se ejecute a diez oficiales polacos y se envíe a sus familias a los campos de exterminio .

Operación Valquiria

El jornada de la Operación Valquiria -el atentado de Von Stauffenberg para intentar librar al mundo de Hitler- tiene otros dos puntos de interés para Himmler: debe acudir a una estación de tren a cumplimentar a Mussolini, que llega de visita, y ese mismo día su amante y secretaria, Hedwig Potthast, ocho años más joven que él, tiene otro hijo suyo. Una de las hijas de su matrimonio, Gudrun , a la que el genocida llamaba por el diminutivo cariñoso de Puppi (muñequita en alemán), todavía vive en las afueras de Múnich. A sus 86 años es una fervorosa nazi. De niña, su padre la llevó un día «de excursión» al campo de concentración de Dachau , creado en las afueras de Múnich en 1933.

Por lo demás, lo que ha emergido hasta ahora de los diarios no hace más que ratificar lo que ya se sabía sobradamente: Himmler conocía cada detalle del exterminio. Por ejemplo, pide para Auschwitz «perros capaces de destrozar a todo el mundo menos a sus cuidadores», anota en su visita al Gueto de Varsovia . En los días finales del nazismo, tras romper con Hitler y huir, intentó negociar con los aliados y con las autoridades judías. Alegó que los crematorios eran instalaciones creadas para hacer frente a una epidemia de tifus y que el índice de supervivencia en los campos había sido muy alto.

El criminal había nacido con el siglo en Múnich, en el seno de una familia de clase media de firme fe católica. Su padre era un maestro distinguido y su padrino fue el Príncipe Heinrich de Baviera, a quien su progenitor había dado clase. Niño débil, estudió ingeniería agrónoma en la universidad y llegó a trabajar en una granja de pollos. A los 22 años ya estaba afiliado al Partido Nazi y a los 24 abandonó el catolicismo. Sus nuevas creencias fueron el racismo antisemita y el ocultismo, siempre obsesionado con las leyendas arias y lo paranormal. Fue, simple y llanamente, uno de los seres humanos más pestilentes que jamás han existido.

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