Radio, polonio y una competencia radiactivamente sana: la historia de Pierre y Marie Curie
Grandes rivalidades de la Ciencia
La inevitable fricción que surge cuando dos mentes brillantes comparten no solo un laboratorio, sino también el desayuno, la cena y, presumiblemente, discusiones acaloradas sobre la última lectura del electrómetro
Más allá del átomo: la rivalidad que definió la física del siglo XX

Curie. Un nombre que resuena en los anales de la ciencia, sinónimo de descubrimientos revolucionarios y una abnegación casi mística por el avance del conocimiento. Y sí, en gran medida, esa imagen es cierta. Pero como en todo buen drama, detrás del telón de la ... colaboración fructífera se escondían tensiones, pequeñas batallas de ego y la inevitable fricción que surge cuando dos mentes brillantes comparten no solo un laboratorio, sino también el desayuno, la cena y, presumiblemente, discusiones acaloradas sobre la última lectura del electrómetro.
Pongámonos en contexto. París, finales del siglo XIX. Marie Sklodowska, una joven polaca con una determinación de acero y una mente prodigiosa, llega a la capital francesa para labrarse un futuro en la ciencia, un campo dominado por hombres con barbas imponentes y una fe inquebrantable en su propia genialidad. Allí conoce a Pierre Curie, un físico ya reconocido, con una inteligencia aguda y una cierta melancolía en la mirada. Se atraen, se admiran y deciden unir tanto sus vidas como sus cerebros en una empresa científica sin precedentes.
¡Qué idilio! Dos mentes trabajando en perfecta armonía, desentrañando los secretos del universo. Suena casi celestial, ¿verdad? Pues bien, la realidad, como suele ocurrir, era un poco más… terrenal. No es que se lanzaran matraces a la cabeza, pero la competencia siempre estuvo ahí, como un sutil aroma a polonio en el aire.
El descubrimiento que lo cambió todo
El gran punto de inflexión, la chispa que encendió la leyenda de los Curie fue el descubrimiento de dos nuevos elementos radiactivos: el polonio y el radio. Aquí es donde la narrativa se pone jugosa.
Inicialmente, Pierre ya era un físico respetado, conocido por su trabajo pionero en el campo del magnetismo. Marie, en cambio, era la recién llegada, la extranjera con una sed insaciable de conocimiento y una tenacidad que dejaba a más de uno boquiabierto. Fue ella, impulsada por la intrigante radiación emitida por el uranio descubierta por Becquerel, quien propuso investigar más a fondo este fenómeno misterioso. Pierre, inicialmente absorto en sus propios estudios, se sintió intrigado por la pasión de Marie y se unió a su empresa.
El trabajo fue arduo, extenuante, llevado a cabo en condiciones precarias en un laboratorio que más bien parecía un sótano húmedo. Imaginemos por un instante a esta pareja removiendo toneladas de pechblenda (un mineral de uranio) en enormes calderos, extrayendo cantidades minúsculas de sus preciados elementos. Un trabajo digno de Hércules, pero con la peculiaridad de que los héroes aquí llevaban batas de laboratorio y sufrían dolores de espalda en lugar de luchar contra monstruos mitológicos.
El Nobel: la gloria compartida
El reconocimiento llegó en 1903, cuando la Real Academia de las Ciencias de Suecia decidió otorgar el Premio Nobel de Física a Henri Becquerel y a los esposos Curie «en reconocimiento de los extraordinarios servicios que han rendido con su investigación conjunta sobre los fenómenos de radiación descubiertos por el profesor Henri Becquerel».
Un triunfo merecido que consagró su trabajo y los catapultó a la fama mundial. Pero, como suele ocurrir con los premios compartidos, la distribución del reconocimiento no siempre fue equitativa, ni percibida como tal.
Inicialmente, la nominación para el Nobel mencionaba únicamente a Pierre Curie y Henri Becquerel. Fue gracias a la insistencia de Pierre, quien no dudó en señalar la fundamental contribución de Marie, que su nombre fuese incluido en la nominación.
Sin embargo, la prensa de la época, y la sociedad en general, tendieron a centrarse en la figura masculina, perpetuando la imagen del genio solitario. Marie, a pesar de ser la fuerza impulsora detrás de la investigación sobre la radiactividad, a menudo era relegada al papel de «la asistente de su marido» o, en el mejor de los casos, «su brillante colaboradora».
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A pesar de las rivalidades, las tensiones y las injusticias, el legado de los Curie es innegable. Su trabajo pionero sentó las bases de la física y la química nuclear, y sus descubrimientos tuvieron aplicaciones revolucionarias en medicina, especialmente en el tratamiento del cáncer.
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