Algarroba, el regreso silencioso de la joya nutricional que quiso ser cacao

Aporta entre 200 y 250 calorías por cada 100 gramos, pero su valor energético proviene principalmente de los azúcares naturales de su pulpa, no de las grasas

Algarroba

Soledad Barbacil

Durante décadas, la algarroba fue vista como un alimento de posguerra, un recurso de tiempos difíciles. Sin embargo, el paso del tiempo y la conciencia alimentaria del siglo XXI han devuelto protagonismo a este fruto humilde del Mediterráneo. Lo que antaño se destinaba al ganado, ... hoy ocupa estantes en tiendas ecológicas y mesas de alta cocina. La algarroba ha vuelto, y lo ha hecho convertida en un símbolo de sostenibilidad, nutrición y memoria agrícola.

El algarrobo (Ceratonia siliqua) es un árbol resistente, casi inmortal, que crece donde pocos se atreven: suelos pobres, escasez de agua, calor extremo. Originario de la cuenca mediterránea, ha formado parte del paisaje agrícola de España, Grecia o Italia desde hace más de dos mil años. Sus vainas, largas y de color marrón oscuro, albergan una pulpa densa y dulce que se seca y muele para obtener harina o polvo de algarroba.

Esa dulzura natural, de matices tostados y aroma profundo, le valió el apodo de «el cacao del Mediterráneo», aunque su historia no comparte la del chocolate. Mientras el cacao se convirtió en producto de lujo colonial, la algarroba quedó relegada al ámbito rural, símbolo de austeridad y supervivencia. Hoy, el equilibrio parece invertirse: el cacao enfrenta problemas de sostenibilidad y deforestación, mientras que la algarroba resurge como alternativa local, ética y saludable.

Perfil nutricional sorprendente

Bajo su aspecto rústico, la algarroba esconde una composición que la sitúa entre los alimentos vegetales más completos. Aporta entre 200 y 250 calorías por cada 100 gramos, pero su valor energético proviene principalmente de los azúcares naturales de su pulpa, no de las grasas. De hecho, apenas contiene un 1 % de lípidos, frente al 20 % del cacao.

Ese bajo contenido en grasa la convierte en una opción ideal para quienes buscan un sabor intenso sin renunciar al equilibrio calórico. Su índice glucémico moderado permite que los azúcares se absorban lentamente, lo que la hace compatible con dietas que buscan controlar los niveles de glucosa.

Además, la harina de algarroba destaca por su aporte de fibra —hasta un 40 % del peso total—, fundamental para mantener una buena salud intestinal y una sensación de saciedad prolongada. Contiene también proteínas vegetales, vitaminas del grupo B y minerales esenciales como calcio, potasio, hierro y magnesio.

Otra de sus virtudes nutricionales es su ausencia de cafeína y teobromina, los estimulantes naturales presentes en el cacao. Por eso, es bien tolerada por niños, embarazadas o personas sensibles a estos compuestos.

Sustituto natural del cacao

La comparación entre algarroba y cacao no es casual. Ambas comparten usos culinarios, apariencia e incluso aroma. Pero mientras el cacao debe importarse desde climas tropicales, la algarroba crece de forma abundante en el litoral mediterráneo, sin exigir riego intensivo ni fertilizantes químicos.

La harina de algarroba se obtiene tostando y moliendo la pulpa seca de las vainas. Su sabor, dulce y ligeramente achocolatado, permite reducir el uso de azúcar en repostería y sustituir total o parcialmente el cacao en polvo en muchas recetas. Además, es naturalmente libre de gluten, lo que la convierte en una opción excelente para personas con celiaquía o intolerancia al trigo.

Su uso va mucho más allá de los bizcochos y los batidos. En la industria alimentaria se emplea como espesante natural (a través de la goma de algarroba, identificada como E-410), mientras que en la gastronomía moderna aparece en cremas untables, panes artesanos o incluso platos salados con notas tostadas. El redescubrimiento del fruto ha dado pie a una auténtica revolución culinaria de proximidad.

La algarroba y la sostenibilidad

Pocos alimentos representan tan bien el concepto de agricultura regenerativa como la algarroba. El árbol fija nitrógeno en el suelo, mejora la biodiversidad, frena la erosión y resiste largos periodos de sequía. No necesita riego intensivo ni tratamientos químicos, y cada ejemplar puede vivir más de un siglo.

En un contexto de emergencia climática y agotamiento de recursos, la algarroba encarna el ideal de producto sostenible de proximidad. En regiones como Valencia, Murcia o Baleares, algunos agricultores han comenzado a recuperar algarrobales abandonados, conscientes de que este cultivo no solo alimenta, sino que también preserva el territorio.

El auge del interés por alimentos locales, nutritivos y con baja huella ambiental ha impulsado su demanda. Hoy, la harina de algarroba figura en las despensas de reposterías ecológicas y restaurantes de vanguardia, pero también en los lineales de supermercados. Una vuelta al pasado que mira de frente al futuro.

Aunque la algarroba se presenta a menudo como polvo o harina, su uso culinario admite múltiples variantes. Puede mezclarse con leche vegetal para obtener una bebida natural y sin cafeína, incorporarse a masas de pan o usarse en postres como alternativa al cacao. Su dulzor intrínseco permite reducir el azúcar añadido, y su fibra aporta una textura suave y densa que recuerda a la de los pasteles de chocolate.

Más allá del uso doméstico, algunos chefs han explorado la algarroba en preparaciones saladas: reducida en salsas, infusionada en caldos o utilizada como cobertura de carnes y verduras asadas. Su perfil aromático, con matices de caramelo, malta y café, abre un terreno creativo en la cocina contemporánea.

La mirada científica

El interés por la algarroba no es solo gastronómico. En los últimos años, diversos estudios han analizado su potencial para reducir el colesterol LDL, mejorar la función intestinal y ofrecer un efecto antioxidante moderado. Los polifenoles presentes en la pulpa y las semillas actúan como protectores celulares, contribuyendo a un mejor envejecimiento metabólico.

Pero la revalorización de la algarroba también tiene un componente emocional y patrimonial. Su regreso simboliza una reconciliación con los alimentos sencillos, aquellos que formaban parte de la dieta tradicional antes de la industrialización alimentaria. Comer algarroba es, en cierto modo, recordar que la sostenibilidad empieza en el paisaje.

Dulzura con raíces

El resurgir de la algarroba no es una moda pasajera, sino la consecuencia lógica de un cambio de paradigma: consumidores más informados, cocinas más conscientes y una agricultura que busca equilibrio. En ella convergen sabor, nutrición y respeto por la tierra.

En un momento en que el cacao se encarece y la salud del planeta preocupa, la algarroba se presenta como una respuesta ancestral a un problema contemporáneo: cómo alimentarnos bien sin agotar el mundo. Dulce, humilde y profundamente mediterránea, su historia demuestra que los sabores del futuro quizá se escondan en los frutos que habíamos olvidado.

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