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Las nietas de las damas de la alta sociedad homenajean a Balenciaga

Cristóbal Balenciaga fue el modista de cabecera de las abuelas de estas seis jóvenes. Hoy rinden homenaje al maestro guipuzcoano luciendo algunas de las prendas que creó por encargo

P. ESPINOSA DE LOS MONTEROS

Las pueden lucir de formas diferentes, actualizadas en función de las tendencias del momento, con plataformas o con bailarinas y, también, ceñidas con un sencillo cinturón de Zara. No hace falta ser una experta en moda para detectar, a simple vista, que estamos ante una serie de piezas emblemáticas en la historia de la moda. Vestidos, chaquetas, chalecos o abrigos con la excelencia de Cristóbal Balenciaga.

Las seis modelos de excepción que hoy se asoman a nuestras páginas son herederas del estilo, la belleza y el guardarropa de sus abuelas. Carla y Lucila Figueroa Domecq son nietas de Aline Griffith, condesa viuda de Romanones. Escritora y musa de grandes modistas, ejerció como espía para la Office of Strategic Services (antecesora de la CIA) bajo el alias de «Butch». A sus más de 80 años, Aline guarda la misma talla que cuando tenía 40.

La abuela de Sonsoles Álvarez de Toledo Argüelles y de Inés Carvajal Argüelles era Margarita Salaverría, la primera española con carrera diplomática y casada, a su vez, con el embajador Jaime Argüelles. Por último, María Maier Pan de Soraluce y Primi Maier Llamas son nietas de Meye Allende de Maier, grandísima vasca, al igual que Cristóbal Balenciaga, a quien conoció cuando ambos eran niños. Balenciaga creó para ella innumerables tesoros, buena parte de los cuales ahora se exponen en el recientemente inaugurado Museo de Guetaria.

Perchas de lujo

Aline Griffith, Margarita Salaverría y Meye Allende de Maier fueron tres de las musas del maestro guipuzcoano. Ellas eran de las pocas mujeres que en la España de los años 40 y 50 llevaban alta costura y ropa a medida. De sus perchas colgaban modelos no sólo de Cristóbal Balenciaga, un auténtico amigo, sino también de coetáneos tan célebres como Pedro Rodríguez, Rango, Isaura, Lino o Pertegaz. Aquellas damas apreciaban la calidad, el refinamiento, la creatividad y la técnica. Y además supieron guardar y conservar con mimo y auténtica veneración una serie de prendas creadas a medida bajo encargo. Años después, esas prendas pasaron a sus hijas y hoy las visten sus nietas, quienes empezaron a amarlas cuando se las ponían en sus juegos a ser mayores.

Gracias a todas ellas, aquellas piezas han llegado a nuestros días en perfecto estado; hoy, la nueva generación nos ha abierto sus armarios para seleccionar seis con las que posan en los jardines del Museo del Traje de Madrid, en un claro homenaje a la moda de otros tiempos.

Pero, ¿alguna de estas chicas se pone un Balenciaga tal y como se confeccionó e ideó en el pasado? «Claro que me lo pongo tal cual —asegura Lucila Figueroa (pintora de 24 años)—. Precisamente lo que más me gusta es la sencillez de sus líneas». A lo que su hermana mayor, Carla (restauradora en La Querencia de Madrid) añade que «cuando me meto en uno de los vestidos de mi abuela, el vestido me hace a mí, al igual que yo hago al vestido. Lo encuentro perfecto y no cambiaría nada».

«A mí me pasa lo mismo», explica María Maier (actriz y DJ aficionada de 30 años). «Me encantan los abrigos de Balenciaga porque son amables, porque te tratan bien en cualquier momento y circustancia. Hoy he venido algo más arreglada, pero igualmente me lo podría con unos vaqueros y unas zapatillas».

Sentirse muy especial

Sonsoles Álvarez de Toledo (46 años, historiadora y responsable de marketing en Marques de Valdueza) recuerda lo mucho que a Margarita Salaverría le divertía la ropa. «Nos tenía a todas sus nietas probándonos sus cosas. Y cuando ahora me visto con aquellas “cosas” me siento comodísima, pero confieso que un poco apretada, pues mi abuela era más menuda». Inés Carvajal (45 años, una empresaria que ha regresado a la Universidad) se queda con el vanguardismo que destilan algunas de las creaciones de Balenciaga y Carla Figueroa puntualiza que «un buen traje te hace diferente. Cuando lo llevas te hace sentir muy especial».

Primi Maier Llamas es una altísima estudiante de 19 años, que luce como nadie un vestido de verano de finales de los años 60. Tan espigada como su abuela (Meye Allende), Primi cuenta: «Mi tía Meye Maier,conservó todos sus vestidos y donó mas de cuanrenta modelos al Museo Balenciaga. Ella me retrató con todos antes de donarlos. El que más me gusta es uno de día, gris, súper cómodo... Parece una segunda piel».

Pero, ¿qué tenía Balenciaga para encandilar a aquellas damas? «Seguro que a mi abuela le resultaba guapísimo, con aquellos enormes ojos verdes. Además, era capaz de interpretar sus gustos a la perfección», explica Primi. Lucila cuenta que Aline Griffith tenía una modista en casa, lo que resultaba chocante, pues «ella no tenía ninguna afición por la ropa. El verdaderamente adicto a la moda y a la alta costura era mi abuelo, el conde de Romanones, quien le metió en este lío; al final, se aficionó tanto que ya no paró.

¿Podría decirse que aquellas mujeres eran fashion victims? «En absoluto, ninguna era así —asegura Sonsoles—. Simplemente les gustaba ir bien vestidas y con ropa de calidad. Era una tradición. En San Sebastián, Margarita Salaverría apenas hacía vida social pero a su padre le gustaba que sus hijas fueran impecables». Maria Maier está de acuerdo: «Yo creo que Balenciaga no vestiría a nadie que hoy se considerara una fashion victim. El término le hubiera horrorizado, a él y a sus clientas. Había que ir perfecta en cada momento, con buenas telas, buenos cortes, casi diría que con disciplina. Pero, ¿fashion victim?»

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