El sacrificio por la belleza
El Festival Mozart se ha abierto este año al ballet, un arte escénico de gran complejidad, de la mano de todo un maestro como Angel Corella. En mitad de los ensayos, el cronista observa y relata la vida íntima de un bailarín
POR J. J. PONCE
La función comienza a las 19 h, pero a primera hora de la tarde una pléyade de bailarines inicia su entrada por la puerta de camerinos del Palacio de la Ópera coruñés. Van vestidos informalmente, mochila al hombro, pero en su caminar se nota una ... prestancia diferente.
Calentando
Llegan a escena y se van ubicando aquí y allá, se colocan las mallas, sueltan la ropa y van ocupando, poco a poco, todo el espacio. Algunos hacen abdominales, otros fortalecen el pecho o los brazos con flexiones, ellas utilizan unas gomas para ayudar a las piernas a alcanzar la horizontalidad y todos llevan los pies protegidos por unos calentadores que mantienen la temperatura. Las zapatillas de ballet hay que reservarlas para el trabajo duro, a veces sólo duran un espectáculo y su precio es desorbitado. La compañía Corella está calentando antes de que llegue el maestro de baile.
Los estiramientos consiguen movimientos y figuras imposibles, posturas que recuerdan al yoga. Pies que, en posición horizontal, traspasan la línea de la cabeza, torsiones de tronco que parecen quebrar el cuerpo, giros de molinete que hacen inexistentes los tobillos, angulaciones de piernas que recuerdan a las figuras de Lladró... Juegos con pelotas de tenis para dar agilidad a los movimientos de las manos, equilibrios corporales asimétricos... Mientras en el aire se cruzan lenguajes bien diferentes —español, ruso, japonés...— teniendo como elemento vertebrador la lengua sajona.
Lo más difícil
Los ejercicios de las manos se ensayan desde el suelo. Las barras soportan el peso de las piernas que alcanzan una horizontalidad perfecta. Para el pas de trois del primer acto de «El Lago de los cisnes», Kazuko y Momoko (las princesas en la obra) realizan un ejercicio imaginario de subir escaleras sin moverse un milímetro del sitio que ocupan, ya con las zapatillas de ballet calzadas. Un rodillo azulado hace que las espaldas se deslicen por el suelo sin que los glúteos tengan consciencia de que éste existe. Llega Lázaro Carreño, el maestro de baile, y saluda a la compañía, acercándose a cada uno y dejándoles unas palabras, mientras el resto sigue su rutina, acariciando el aire con los dedos y ayudados de gomas elásticas. Las conversaciones siguen cruzando el aire pero el trabajo continúa como si se tratara de autómatas.
La clase
Unas palmadas del maestro de baile pone en guardia. Llega la pianista y ocupa su lugar. Una chica, subida a unos rascacielos amarillos de casi 20 centímetros, le entrega las partituras del día. Todos están atentos a Lázaro, que explica el primer movimiento a realizar. Cuando el piano vuelve a sonar todos se mueven como impulsados por un resorte, repitiendo una y otra vez el movimiento que indicó su maestro, «Flex, al lado pie, atrás pie...» se oye como el tic-tac de un reloj, acompañado de flexiones laterales hasta tocar el suelo con las manos.
«Degagè fondú, al lado pie...», es ahora el eco sonoro, mientras la música acompaña y traslada al espectador a la América de los años 40. Los brazos dibujan invisibles líneas en el aire, dejando estelas que surgen de los dedos mientras la punta del zapato del maestro marca el ritmo en las maderas del escenario, alternando el sonido con golpes de mano en su pierna derecha.
El virtuosismo
Llega el vals, el sosiego, las flexiones de piernas, mientras el cuerpo es impulsado hacia arriba por los pies, que suben sus talones hasta la cima de la torre de Hércules. «cuarta grand pliè..» dice ahora Lázaro. La música enmascara la partitura de Tchaikovsky pero en los movimientos se ve claramente la presencia de los pasos de ballet del Lago. Los bailarines no solo se mueven sino que sienten y viven la música. Se nota en sus gestos, en sus expresiones.
Ahora toca a los brazos, que se mantienen en alto esperando la visita de los pies. Se alcanza una verticalidad imposible pero real y se pasa, como en un vuelo de gaviota, a la horizontalidad perfecta. Unos segundos de descanso después de cada ejercicio para continuar con el más difícil todavía, mientras los cuerpos muestran toda su anatomía en una desnudez descarada pero de una belleza natural sublime.
El sacrificio
Cada clase suele durar una hora y media, luego viene el ensayo de algún pasaje de la obra. Esto es sólo los días de función, porque de no haberla el trabajo ocupa tres horas a la mañana e igual tiempo a la tarde. La última parte de la clase utiliza el «centro» (referido a la escena) como elemento real de baile. Aquí el cuerpo encuentra el equilibrio en el espacio, con giros imposibles y saltos de funambulistas, en una coordinación perfecta de todos, conseguida de manera inconsciente, en busca de un objetivo único: la belleza.
Después de la clase es responsabilidad de cada uno mantener el tono muscular conseguido para evitar lesiones en escena.
Las persona
La edad media del cuerpo de ballet ronda los 21 años. Las primeras figuras los 29. Ser solista no lleva más allá de los 40, porque el cuerpo es el que decide. A veces unos días de descanso hace que se empiece como la primera vez. El ballet no da treguas.
Hay movimientos que requieren un virtuosismo extremo, la piruette de las chicas por ejemplo - que consisten en giros interminables- o los ‘tours a la seconde’ de los chicos.
El instrumento esencial del bailarín son las zapatillas. De media punta –lona o cuero- para ellos y de punta para ellas (con refuerzo sintético en las puntas). Este calzado no suele durar más allá de dos representaciones, pero merece la pena sufrirlo en pos de la belleza que consiguen
LA CORUÑA
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