Lángara, el rastro que persigue CR7

Pero la otra ocasión es única, después de sus cuatro goles al Sevilla y los tres al Getafe. Y allí le espera Isidro Lángara (Pasajes, 1912-Andoain, 1992), el contundente delantero del Real Oviedo que enlazó tres «hat tricks» en la temporada 1934-1935, y que desde entonces mantiene la marca en solitario. En la novena jornada le marcó tres al Atlético de Madrid (3-3). En la siguiente, tres al Valencia en su campo (0-4). Y cuatro más en la décima jornada en una amplia victoria contra al Español en casa (8-3).

Era su sexta temporada en el equipo asturiano. También la última, por el comienzo de la Guerra Civil, cuando se enroló en la selección del País Vasco que giró por Europa y Latinoamérica en busca de fondos y propaganda para la República. Al terminar la guerra, se quedó en Argentina.

Al Oviedo había llegado en el lote de un vendedor de algodón . En 1931, después de una buena temporada en el Tolosa, no encontró equipo guipuzcoano que se interesara por él. Antonio Subijana, hijo del propietario de la Algodonera Fabril, de visita comercial en la capital asturiana ofreció el jugador a uno de sus mejores clientes, Luis Botas, que también era directivo del club azul.

—Tenga en cuenta, don Luis, que no hay portero que lo resista. Como los postes no estén bien seguros se los lleva por delante.

El Tolosa cobró 3.000 pesetas. Lángara se llevó 4.000 , que entregó a su madre (viuda y preocupada por la inutilidad del fútbol), una ficha para toda la vida y otras 500 pesetas de sueldo.

Dos días después se montó en el tren, y de la estación, con boina, gabardina y traje de entretiempo, se fue al campo a entrenar. Después del primer tiro, Óscar, el portero, se revisó las manos, pensando que el dolor le venía de una mala postura.

«Tenía un disparo prodigioso con las dos piernas, y una puntería tremenda», recuerda a sus 90 años Teodoro López-Cuesta, ex rector de la Universidad de Oviedo. El juego de Lángara era de una sencillez tan tosca como efectiva: « Con el balón en los pies era torpe, pero recuerdo que cuando debutó con la selección, en Oviedo, contra Yugoslavia, metió con la derecha un gol desde el centro del campo por el ángulo izquierdo de la portería» , dice López-Cuesta. Lángara, que entonces jugaba en Segunda División, marcó el primer gol en el estadio Buenavista, que se inauguraba ese día en un partido que terminó 2-1.

También marcó el primero de España en un Mundial, en la victoria 2-1 ante Brasil en 1934 , en Italia. Vivía sumergido en el gol, orientado por un pensamiento puramente rectilíneo: «Yo nada más que jugaba con mi imaginación puesta en el marco contrario —recordaba años después—. Y mi obsesión eran los goles. En nuestra época a los dos extremos y al ariete se nos prohibía pasar del medio campo, pero del medio campo enemigo. Allí nos teníamos que quedar siempre».

Su encuentro con la fantasía del fútbol argentino fue más bien un encontronazo. Federico Álvarez, que lo conoció cuando ambos vivían en México en los 80, recuerda lo que contaba de su primer entrenamiento con San Lorenzo de Almagro : «Vio cómo gambeteaban, le daban con la rodilla, con el hombro, con la cabeza, y cogió el balón y se sentó encima. “Hasta el partido nada”, dijo». Ahí, contra River, deshizo el nudo a su manera: con cuatro goles en el primer tiempo.

Tenía con el gol una relación desmesurada y simple: «Le llegaba el balón, controlaba y pum, nada de regates», cuenta Álvarez. Si Cristiano necesitó 51 partidos para sus primeros 50 goles en la Liga; Pruden, 48; y Kubala, 47; Lángara los alcanzó en solo 37, menos que nadie en la historia.

La Guerra Civil truncó una carrera arrolladora. Lángara no regresó a España hasta 1946, con 34 años . Entonces, como recuerda Francisco Álvarez-Buylla, experto en la historia del Real Oviedo, «fue un bombazo nacional. Por la expectación en Oviedo, tuvieron que parar el tren en que venía del País Vasco un par de kilómetros antes, en Colloto». La edad le había estropeado la velocidad, pero no el olfato. Marcó cinco goles en el primer amistoso contra el Santander.